
Bien notorio es cómo, históricamente, la figura primigenia de la tendencia (como también Rocca
recuerda en el libro y ahora en el pequeño catálogo de la muestra) fue el
célebre francés Henri Rousseau, el “aduanero”. Admirado en la París de
principios del siglo XX por monstruos como Picasso y Apollinaire, entre otros,
fue por ellos celebrado como una especie de fuerza regenerativa, en sentido
“primitivista”, de una corrupta civilización (y estética) deshumanizada(s),
devorada por la “técnica”. Por cierto, la tendencia a la infantilización del
propio gesto artístico se volvió, pronto, una de las fuentes energéticas más
inflamadas de las vanguardias: trazos de eso se pueden ver en los
expresionistas, por ejemplo, e incluso en cerebralísimos teóricos, además de
consolidados virtuosos. Sin embargo, no fue sólo un increíble estímulo y
abrevadero para varios artistas profesionales, sino que destapó generaciones
enteras de diletantes que, aún despacio, el mundo “adulto” del arte supo y
quiso valorar: sin preparación técnica, aparentemente desprovistos de “trucos”
y oficio, alejados de los debates en curso sobre el arte y de la tradición,
encerrados en un mundo propio, a menudo fantástico y, fundamentalmente, alegre
(en este sentido, brutalizando el mismo Brut, se podría resumir que su “primo”,
el “arte bruto”, cuyos autores son a menudo marginados sociales, articula la
otra cara de la medalla de los artistas amateurs, visiones más bien sombrías y
violentas).

El trabajo “uruguayo” de búsqueda, ordenamiento y estudio de
Rocca es valiosísimo para reconstruir ese “eje”. Primero niega, con pruebas,
una suerte de creencia común, según la cual Uruguay nunca tuvo su “ingenuismo”
-resumida en una frase de Fernado García Estaban de 1965-, y rescata en este
sentido también una pequeña parábola de éste, cuya cúspide fueron los años
1976-1977, cuando el Subte y la Alianza Francesa de Nelson di Maggio,
respectivamente, organizaron dos muestras de naïves locales, antes de su
relativo declive, por lo menos en el interés público y comercial. Luego
reinserta en la(s) historia(s) de las artes plásticas orientales una porción ingente
de obras que habían sido excluidas o postergadas (aunque reelaboraciones de la
actitud “ingenua” se puedan hallar en varios plásticos de renombre: Jorge Páez
Vilaró, Hugo Longa o Ignacio Iturria), ensanchando y problematizando así el
canon visual nacional.

Otro aspecto no secundario de la muestra es, como anticipé, el amplio
abanico temporal que cubre, pese a la dificultad de hallar piezas antiguas
debido a la falta general de preservación de obras en ámbitos no profesionales.
Se pueden así ver “joyas” históricas: sobresalen un par de cuadros con ecos
surrealistas del sanducero Joaquín Medina, nacido en 1899 y muerto en 1974,
quien además, trabajando en un circo, ocasionalmente parece haber pintado
bamboleándose en un trapecio en una especie de dimensión proto-performática; o
las escenas de automatismo romántico “mal” dibujado de Italia Ritorni, nacida
en Mercedes en 1888 y ahí fallecida en 1986. Pero también hay mucho
ultracontemporáneo, como las imágenes femeninas de Alicia Ferrari o los
recientes paisajes coloridísimos de Alejandro Yanes, quien incursionó en la
pintura hace apenas tres años. Signo de una continuidad vernácula de esta
postura que, sin duda, impresiona.»
“Sutileza de lo ingenuo” de
Riccardo Boglione, La Diaria Jueves 9 de Julio de 2015, página 13. Montevideo