Importante exposición en el Centro Cultural de La Paloma de una serie de tallas de madera inéditas de Alfredo "Lucho" Maurente, genero éste, el de la talla escultórica, en el que destacó con gran felicidad sobre otras facetas artísticas.
El pescador “Lucho”
Maurente (San Carlos 1910 - La Paloma 1975) convirtió el modesto rancho que había levantado en las dunas a poco de
su llegada a La Paloma en un restaurante llamado “El Copetín con mariscos”.
Intervino el local con pinturas murales y esculturas de fantásticos motivos
marinos para solaz de personalidades de la cultura nacional y de la farándula
porteña. De personalidad afable y don para la conversación, Lucho guardaba sus
ratos libres para la pintura al óleo y la escultura en gruesos tocones de
madera que le proporcionaba la resaca oceánica. Sus
series de pinturas religiosas, paisajes, y en especial de tangos, poseen la
gracia de color y la dureza de las poses en una combinación eficaz. También las
figuras talladas en madera –bailarines, Cristo, Gardel, Artigas– con masas muy
cerradas y compactas, muestran el encanto de los volúmenes toscos pero bien
sostenidos, graves al estilo románico pero con la superficie brillante gracias
a una técnica de pulido de su propia invención. Una vez fallecido Maurente su
obra se dispersó, fue demolido el rancho-restorán y sólo pudieron salvarse unas
pocas esculturas de cemento –el pescador, una sirena, el Cristo, la Virgen de
la Paloma- que permanecen en distintas zonas del balneario sin los cuidados y
la señalización que ameritan.
Pablo Thiago Rocca, Arte Naïf en Uruguay, Fundación Unión, Montevideo, 2015.
Pablo Thiago Rocca, Arte Naïf en Uruguay, Fundación Unión, Montevideo, 2015.
A continuación hemos seleccionado algunos textos del archivo con testimonios de primera mano sobre la operativa y el ambiente creativo de Lucho.
“No crea que yo no soy organizado. Yo me levanto
en invierno a las siete de la mañana, me preparo el mate y a las ocho me pongo
a pintar, en mi casa de San Carlos, porque en La Paloma paso desde noviembre a
marzo, más o menos, después me voy de nuevo pa’ San Carlos, pa’ mi casa, y allí
pinto. Cuando me aburro de pintar, me pongo a tallar. Yo empiezo a ir a La
Paloma más o menos en noviembre, cuando aparece el bonito, lo pesco, lo ahumo
en un horno con laurel, lo corto en pedacitos y lo guardo. Cuando viene la
temporada aquello es una locura.”
Alfredo Maurente. Entrevista de Ramón Mérica, “Lucho, El ingenuo y la mar”, El País de los Domingos, 7/5/1972.
“Las esculturas son en su mayoría sirenas o mujeres que talla sobre maderas de barcos hundidos que el mar arroja a la playa. ‘Cuando uno los recoge parecen que no sirvan para nada, pero por dentro la madera se conserva perfectamente sana. Comienzo a trabajarlas y las ideas surgen solas, según mi estado de ánimo o mi imaginación.”
Diario La Mañana, "Lucho, el pescador que talla maderos del mar", sin firma, 18/3/1973.
"Entre las mesas, como museo de un gusto ecléctico y ligeramente pesadillesco, tropezamos con una serie de tallas en madera. Un enano en ademán de lanchar la bocha. Un boxeador petiso con los guantes calzados. Una cabeza de Artigas anciano. Otra de Cristo con la corona de espinas. Un busto algo parecido a la Dama de Elche, con dos soberbios rodetes. Y otras cosas por el estilo."
Juan Carlos Legido de la novela Crónica de cuatro estaciones, Colección Carabela, Editorial Alfa, Montevideo, 1967.
"En largas horas de invierno -que eran las que dedicaba para su creación artística- con el Gordo Durán fuimos testigos silenciosos de su técnica para pulir los duros maderos obtenidos en la "crecemares" de los pamperos, como solía decir, o del corazón de desechados y viejos durmientes del ferrocarril.
Eran maderas de ricas vetas rojas y oscuras, que él hacía "nacer" con una mezcla de ceniza y aceite que frotaba con un pequeño trapo y una gran dosis de paciencia.
Así cobraba vida el veteado y luego el viejo madero iba tomando formas con el trabajo de sus manos, formas como la de aquella India amamantando su niño, o el busto del Cacique, concentrado y ceñudo. O el Linyera, quizás una de sus tallas más perfecta, más trabajada, y que Lucho regaló a doña Pepa, señora del entonces Jefe de la Estación del Ferrocarril. Lograba en la madera un brillo opaco, si así puede decirse, a la par de una textura que trasuntaba la calidez vital que el tallador imprimía en sus obras. Su conversación y su trabajo acortaban las noches y atenuaban el frío. Tal vez en aquellos momentos dimos más importancia "al momento" que "a la obra" que venía surgiendo y que se prolongaría en el tiempo. Y en las noches cálidas del verano, tampoco supimos dar el valor real a su trabajo, pues pensábamos que eran cosas para la temporada y los turistas. Con los años, desaparecido Lucho y su obra, comprendimos el valore de todo aquello."
José Francisco Frnaca Caravia, La Paloma. Una historia desde 1803. Edición de autor, Montevideo, 1986.
Alfredo Maurente. Entrevista de Ramón Mérica, “Lucho, El ingenuo y la mar”, El País de los Domingos, 7/5/1972.
“Las esculturas son en su mayoría sirenas o mujeres que talla sobre maderas de barcos hundidos que el mar arroja a la playa. ‘Cuando uno los recoge parecen que no sirvan para nada, pero por dentro la madera se conserva perfectamente sana. Comienzo a trabajarlas y las ideas surgen solas, según mi estado de ánimo o mi imaginación.”
Diario La Mañana, "Lucho, el pescador que talla maderos del mar", sin firma, 18/3/1973.
"Entre las mesas, como museo de un gusto ecléctico y ligeramente pesadillesco, tropezamos con una serie de tallas en madera. Un enano en ademán de lanchar la bocha. Un boxeador petiso con los guantes calzados. Una cabeza de Artigas anciano. Otra de Cristo con la corona de espinas. Un busto algo parecido a la Dama de Elche, con dos soberbios rodetes. Y otras cosas por el estilo."
Juan Carlos Legido de la novela Crónica de cuatro estaciones, Colección Carabela, Editorial Alfa, Montevideo, 1967.
"En largas horas de invierno -que eran las que dedicaba para su creación artística- con el Gordo Durán fuimos testigos silenciosos de su técnica para pulir los duros maderos obtenidos en la "crecemares" de los pamperos, como solía decir, o del corazón de desechados y viejos durmientes del ferrocarril.
Eran maderas de ricas vetas rojas y oscuras, que él hacía "nacer" con una mezcla de ceniza y aceite que frotaba con un pequeño trapo y una gran dosis de paciencia.
Así cobraba vida el veteado y luego el viejo madero iba tomando formas con el trabajo de sus manos, formas como la de aquella India amamantando su niño, o el busto del Cacique, concentrado y ceñudo. O el Linyera, quizás una de sus tallas más perfecta, más trabajada, y que Lucho regaló a doña Pepa, señora del entonces Jefe de la Estación del Ferrocarril. Lograba en la madera un brillo opaco, si así puede decirse, a la par de una textura que trasuntaba la calidez vital que el tallador imprimía en sus obras. Su conversación y su trabajo acortaban las noches y atenuaban el frío. Tal vez en aquellos momentos dimos más importancia "al momento" que "a la obra" que venía surgiendo y que se prolongaría en el tiempo. Y en las noches cálidas del verano, tampoco supimos dar el valor real a su trabajo, pues pensábamos que eran cosas para la temporada y los turistas. Con los años, desaparecido Lucho y su obra, comprendimos el valore de todo aquello."
José Francisco Frnaca Caravia, La Paloma. Una historia desde 1803. Edición de autor, Montevideo, 1986.
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