De los pintores montevideanos que vivieron en la calle, destacan Raúl Javiel Cabrera (1919-1992) y Víctor Hugo Andrade (1978), como los más prolíficos. Pero poco o nada los une, más allá de ser ambos básicamente autodidactas y de las duras condiciones de vida que por mucho tiempo ambos padecieron.
La producción "callejera" de Cabrerita en los años 40, previa a su larga internación en la Colonia Etchepare, se caracteriza por un manejo de sutilezas de tono y aguadas que lo aleja mucho de la rotundidad pictórica de Víctor. Eso sin hablar del anonimato en las figuras femeninas del primero y de la arquitectura urbana en la que se advertía -así lo vio Torres García- cierta reminiscencia renacentista, seguramente asimilada a través de reproducciones de pinturas en revistas y periódicos. En cambio, en Víctor, la referencia a la urbe actual -un registro atento, visto y vivido- es bien patente.
Gracias al colectivo Amigxs de Víctor, él ya no vive en la calle pero su pintura mantiene esa urgencia e inmediatez que nació de la necesidad imperiosa de desprenderse de la obra y conseguir el dinero de la venta, ya que, demás está decirlo, no tenía dónde guardarla.
Ahora que vive bajo techo esta urgencia se ha instalado en su estilo con una intencionalidad que es pragmática e ideal a la vez. La ciudad surge espontánea, chorreante de colores frescos, húmedos y brillantes. Y Víctor sale, como antes, raudo a vender la obra. La velocidad del trazo, que es parte constitucional de su manera de pintar, contribuye decididamente a la síntesis, y por tanto, a la creación de íconos fácilmente identificables: el Palacio Salvo, la Puerta de la Ciudadela, la Torre de Antel son los emblemas por donde sus superhéroes puedan actuar y ser reconocidos.
También los músicos uruguayos conviven con los pegasos, los santos con Los Beatles, Batman y el candombe, las vírgenes con David Bowie y la Mujer Maravilla.
Es la mixtura de personajes reales y ficticios propia de la cultura pop que Víctor mamó de revistas y series televisivas en su infancia y adolescencia. La iconicidad de su pintura sirve de aglutinante, o mejor dicho, de catalizador de su universo híbrido y fantástico.
Montevideo es una ciudad mutante, como se afirma en un texto de sala de la muestra. Pero la mutación no es esa variación distópica de la cultura zombie que se promueve hoy desde Hollywood. Es más bien el cambio o el trueque emocional por el que personas comunes y corrientes vuelven a ser héroes y heroínas de la infancia, recuperan los sueños y la siguen peleando.
"Montevideo ciudad de superhéroes" de Víctor Hugo Andrade. Museo Histórico Cabildo de Montevideo, hasta noviembre de 2025.
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