Parecen dibujos de niños toscos, espontáneos, con personajes
que vuelan o escapan a cualquier perspectiva coherente, a cualquier regala que
uno quiera aplicar. Son claramente iniciales. No sería un dato anormal, ya que
el arte moderno erradicó la idea de “obra bien hecha”. En cierto sentido, esta
muestra es un homenaje al arte más auténtico, al más despojado de cultura, al
menos elaborado. Es una exposición de un arte de niños pero hecha por grandes.
Artistas populares, casi anónimos, de un arte al que se aplicó el mote de
“naif” o “infantil” o “ingenuo”. No importan los títulos. Importa que apenas
uno entra en la amplia sala de la Fundación Unión en al Plaza Independencia hay
un grupo de imágenes definidas por un mismo padrón, por características que
hacen a un arte claramente inidentificable. Es curioso que gente que ni
siquiera se conocía o compartía principios o escuelas y modelos artísticos,
logre una sintonía estilística tan potente y definida.
Nada puede decirse que está bien o mal hecho desde que el
color o las formas erradicaron cualquier semejanza con la realidad. Estos
dibujos o pinturas no evaden la supuesta realidad o la elección de datos que se
asemejan, pero la ofrecen desde la potente visión del artista sin contaminar,
como la mira un niño. O mejor, como la recrea un niño, con la fuerza del color
puro, de la forma simple y contundente, con la composición despatarrada, con el
tratamiento plano de la imagen. Desde el extremo de una composición lineal,
casi geométrica, de construcción cuidada y pulcra, hasta la invasión de niños
desprolijos desparramados por la tela a fuerza de pinceladas nerviosas, rasgos
que definen notablemente la sensación de invasión infantil, de alegría, de
recreo bochinchero en una tarde escolar.
Pero hay más: una libertad expresiva que pocas veces uno
aprecia en un artista “profesional”, por ubicarlo en algún rango. Las obras de
esta inusual muestra de arte naif uruguayo son inclasificables por su propio
andamiaje creativo. Caminan por el borde de un estilo reconocido por sus líneas
y colores, por sus rupturas y desajustes, pero cada una sorprende por la
audacia de su enfoque o la resolución asumida para cada imagen, la diversidad
de búsquedas y miradas, la novedad o el descubrimiento personal. Es parte de
ese uso de la libertad para tomar decisiones. Pasa en los niños o en los
árboles simétricos o en la libertad del color y las formas. Pasa en poner las
figuras patas para arriba, en posiciones insólitas. O en colocar autos
prolijamente en línea para transmitir el ingrato desorden ciudadano.
O con la
magnífica mujer desnuda, de espaldas, de piel casi naranja y trazos
desproporcionados, metida en el agua hasta el cuello con un sol recostado a su
pelo y una inefable cabeza de perro que juega a su lado. Es una escena de playa
pero definida por el cuerpo femenino bajo el agua. En algún momento el autor
sintió ese placer del cuerpo en el agua y cometió la audacia de dejar apenas un
horizonte sobre la parte superior para dedicar el esfuerzo a la potente caricia
del mundo submarino, clara, suave, plena. No falta nada más para transmitir la
calidez de un día de verano en el agua y el límite entre el erotismo y el
placer más puro y abrasador.
También los temas parecen simplificar la vida o la fantasía
a extremos infantiles. Pero siempre hay detrás un mundo complejo, no tan
evidente, de múltiples sensaciones. Incluso a veces, la expresión descoloca,
genera cierta inquietud, ciertas emociones encontradas. Sobre todo en el mundo
adulto, en algunos retratos solitarios, en cierta interpretación más vacía de
la existencia. Es que sus autores expresan casi sin intermediaciones sus
mundos, sus vivencias. Directas expresiones de vida aunque en ningún caso
obvias o trilladas o superficiales copias de la realidad.
Ese es el valor esencial de esta muestra que incluye
maestras de escuela, pescadores, trabajadores o vecinos de un barrio que por
diferentes motivos lograron involucrarse con un tipo de arte y construir un
lenguaje diverso y en cierto punto común. Casi todos de un valioso y profundo
anonimato, rescatados por el trabajo de investigación de Pablo Thiago Rocca,
responsable de un largo proceso de búsqueda y elección que culminó en esta
muestra. Otros tuvieron cierto reconocimiento, como el autor del Gardel con
baldositas, “famoso” vecino del Cerro que dejó su obra desplegada por todo el
barrio. O el autor de la Virgen que guía los pescadores en una concurrida
playita de La Paloma. Más o menos reconocidos, cada uno tiene su historia,
revalorada a partir de su obra. ES así y ese es el valor esencial de esta
muestra. Y en su calidad, claro. No cualquiera pinta o esculpe como estos
artistas ingenuos, infantiles, curiosamente transgresores.»
“El color de la infancia” por Carlos A. Muñoz Jueves 9 de julio de 2015. Pág. 36.
Semanario Búsqueda. Montevideo.
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