Exposición: Arte Naïf en Uruguay





Juan Artega / Daniel Barboza / Luis Borteiro / José Castro / Julio César Coronel / Alfredo Cuello / Alberto da Rosa / Sergio Isaías Demaría / Arsenio Duarte / Miguel Euguren / Alicia Ferrari / Ramón Gallo / Ramón Lumaca / Lía Mainero / Orfila Martins / Américo Masaguez / Alberto Mastra / Alfredo Maurente / Joaquín Medina / Alberto Méndez / Annie Namer / Aldo Olase /  Juan Ángel Palomeque / Alda Pereira / Miguel Pérez / Humberto Rigalli / Italia Ritorni / Guillermo Vitale / Alejandro Yanes




El próximo jueves 7 de mayo, a las 19 horas, inaugura en Fundación Unión (Plaza Independencia 737, Montevideo) Arte Naïf en Uruguay. La exposición reunirá obras, fotografías y documentos de veintinueve creadores uruguayos, algunos en actividad, otros históricos, cuyas expresiones artísticas participan del llamado "arte ingenuo" y han sido producidas en distintas partes del país en un arco de tiempo que, en conjunto, abarca más de un siglo.


“Sin ingenuidad no hay belleza verdadera. Un árbol, una flor, una planta, un animal, lo son ingenuamente. Yo diría que el agua es ingenuamente agua sin lo cual aspiraría a ser acero pulido o cristal” 1


Pese a que la expresión arte naïf se ha popularizado y casi nadie ignora que refiere a una creación de aire infantil hecha por adultos, queda por establecer qué significado peculiar guardan hoy en día estas manifestaciones artísticas y determinar su lugar en el panorama de las artes visuales uruguayas.
La porosidad de las fronteras de un arte que puede ser disfrazado de ingenuo por artistas más o menos educados en las tradiciones modernas y la tentación de crear un estilo “fresco” a los ojos de un mercado ávido de supuestas purezas de espíritu, no facilita la tarea de los compradores, coleccionistas y teóricos del arte.
De cualquier modo, a los auténticos naïf poco puede inquietarles estas elucubraciones. Es la práctica gozosa de la creación lo que motoriza sus actos, la búsqueda de un paraíso que parece haberse perdido entre los rebuscamientos y prisas de la vida citadina, entre la pasividad y el anonimato propiciados por la avalancha de los nuevos recursos tecnológicos.
El arte ingenuo es, en este sentido, una forma de resistencia silenciosa y casi involuntaria, un remanso para una sociedad gobernada por la producción del capital y el consumo superfluo.
Naïf significa ingenuo en francés, derivado del latín nativus que significa “innato”, “original”, “natural”. El término nace, tal como se lo entiende hoy, en los albores del siglo XX con los mayores tiempos de ocio que posibilita a las capas sociales medias el desarrollo de la industria. Surge también del afán personal por desarrollar una habilidad que pueda ser bien considerada en el ambiente familiar o en el círculo de las amistadas mundanas.

Pintores domingueros, amateurs, jubilados, aventureros del pincel o del modelado, emplean sus ratos perdidos en imaginar situaciones y paisajes prístinos, recobran con la opulencia de los colores la belleza de un mundo interior que se revela a los ojos de los demás y a los suyos con la fuerza de una visión esperanzada.
Son, a diferencia de las tradiciones populares anónimas –que históricamente le preceden y con las cuales están en cierta forma emparentadas–, expresiones de una individualidad que pugna por salir.
La libertad de crear sin ataduras, sin leyes perspectivas o técnicas aprendidas, trae consigo errores y recompensas. Incluso los errores pueden trocarse en recompensas, pues de la valentía de afrontarlos sin ocultar ni menospreciar las limitaciones propias de un oficio complejo, surgen soluciones plásticas que no pasan por alto los conocedores del arte y que llaman la atención por su viveza y espontaneidad.
Hay, asimismo, un cambio de sensibilidad que habilita una mayor competencia interpretativa para más personas: ya no interesa recrear la realidad natural tal cual se ve o se cree ver –que la fotografía se encargue de “copiarla” –: importa decir lo que se siente y cómo se siente. El arte ingenuo se envalentona con el fervor de las vanguardias y adhiere a las conquistas de éstas. Baste recordar la famosa sentencia que el “aduanero” Henri Rousseau (1844-1910), indiscutido padre de la pintura naïf, le espetara a Pablo Picasso en 1908: “Somos los dos mejores pintores de nuestro tiempo, tú en el estilo egipcio y yo en el estilo moderno”.



Lo cierto es que un análisis detenido del fenómeno del ingenuismo también en el ámbito local ofrece dificultades en varios sentidos, ya que las fronteras se tornan porosas no sólo en la dicotomía entre el artista autodidacta y el “profesional”. También dentro del universo de los artistas singulares surgen dudas acerca de cuando lo infantil predomina y cuándo el talante expresivo toma las riendas de la creación.
Las producciones artísticas de los creadores no son homogéneas, ya se improvisen caseramente o hayan pasado por los corredores del taller y atravesado las puertas de la galería y los museos. El contacto con lo “ingenuo” puede asomar en el horizonte temporal de un mismo creador innato para luego sucumbir ante épocas de una pulsión más arrebatada y enérgica, o más abstracta y menos comunicativa.
Características del arte naïf que hemos de considerar como ejes curatoriales de esta muestra son: la supremacía del color, la necesidad  de colmar de sentidos y de formas toda la superficie –no librar blancos ni demasiados vacíos significantes–, el alejamiento deliberado o involuntario del naturalismo académico en pos de una figuración emotiva o fantástica,  la tendencia a lo narrativo y a la minucia –a contar historias con elementos no verbales pero precisos– en oposición a lo abstracto y lo detenido… y sobre todo, una visión positiva y luminosa de la existencia; un sentir que, ante la formulación global de un concepto artístico, incline el fiel de la balanza hacia ese costado más alegre y menos angustioso de la creación.
Huelga aclarar que en ningún artista se dan estos atributos o propiedades en su completa  expresión, de manera conjunta. Pero se espera que los reconozcamos en su esencia y que vertebren sus maneras.

Ni en la época de su formulación, ni en la de su auge, ni ahora que ya constituyen especimenes de antología, se dieron en Uruguay el ingenuismo ni el super-realismo o el futurismo. El hecho es tanto más notable si se advierte cómo inciden algunas de esas tendencias en las trayectorias artísticas de Brasil, Argentina y Chile. Cuando aquí se llega a filiar alguna pintura como ‘ingenua’ es porque, en la mayor parte de los casos, responde a incapacidad resolutiva y no a determinada voluntad…”. 2

¿Constituye el arte ingenuo una corriente histórica más en el concierto de las vanguardias modernas? ¿O se trata más de una actitud que de una corriente artística propiamente dicha? ¿Existe en Uruguay un número de creadores que amerite una aproximación histórica al tema? O por el contrario, como sostenía García Esteban, ¿Uruguay carece de intérpretes capaces de dicho fenómeno?  Estas son algunas de las demandas que esta muestra pretende solventar. O, quizás, más modestamente, intenta aportar elementos para un debate necesario fundado en evidencias empíricas y en posibles derivaciones.

Pablo Thiago Rocca.

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1. Denis Diderot, “Sobre lo ingenuo y la lisonja”, citado por Jorge A. Camarota en “Un esquinazo al olvido: vida, obra y milagro de Joaquín Medina, pintor de tela”. Revista Paralelo 32, Paysandú, sin fecha, pág 33.

2. Fernando García Esteban, Panorama de la pintura uruguaya contemporánea, Ed. Alfa, Montevideo, 1965.

Imágenes en orden de aparición: San Francisco de Asís por Lía Mainero, Hipopótamos y helicópteros por Daniel Barboza y Nuestra Señora de La Paloma por Alfredo Maurente (detalle).


Agradecimientos:


Cecilia Brugnini / Sergio Caplan / Eduardo Cardozo / Isabel Cavadini / Ema Crottogini / Osvaldo do Campo / Adriana Dupont / Kirai de León / Julio Elizalde / Eloísa Ibarra / Enrique Gómez / Laura Juan / Estela Magnone / Ana Prego / Marlene Profumo / Paola Puentes / María Luisa Ritorni / Osmar Santos / Fernando Stevenazzi / Darvi Vargas / Guillermo Vitale (h).
Casa del Autor, Museo y Centro de Documentación de AGADU / Casa de la Cultura, Intendencia Municipal de Paysandú / Intendencia Municipal de Rivera / Colonia Dr. Bernardo Etchepare.


Créditos de la Exposición:

Curaduría: Pablo Thiago Rocca / Coordinación general: Pablo Thiago Rocca y Alicia Pérez / Asistencia general: Carolina Muniz / Producción: Fundación Unión / Restauración: Alicia Barreto / Montaje en sala: Rodrigo Candia y Pedro Abdala

Gorki Bollar (1944-2015) El pintor de sueños lúcidos


La noche del 27 de marzo pasado, en momentos que se desmontaba en Dodecá su primera muestra individual en Montevideo, falleció en Holanda Gorki Bollar.  Este pintor uruguayo de singularísima trayectoria tenía su pequeño atelier instalado en Ámsterdam, desde hace cuatro décadas. A principios de los años sesenta Gorki asistió al taller de José Gurvich en el Cerro y con un grupo de alumnos y colegas fundó el grupo “Taller Montevideo” (TM), que realizó varias exposiciones colectivas en Uruguay continuando la línea estética del Universalismo Constructivo. Obtenida una beca para viajar Europa en 1966, los cuatro artistas más activos del TM –Armando Bergallo, Héctor Vilche, Clara Scremini y el propio Gorki, luego se le uniría Ernesto Vila y Susana do Pazo–, se volcaron hacia un arte más experimental y rupturista, ligado al cinetismo y las performances callejeras. 
Alcanzaron un sitial de destaque en las neovanguardias europeas y norteamericanas del momento (actuaron en París, en Londres, en Chicago, representaron a Uruguay en la Bienal de Venecia). El legendario grupo continuó trabajando con variaciones en su integración hasta los albores del siglo XXI, pero Gorki se había separado a mediados de los años setenta para instalarse en Ámsterdam y dedicarse de lleno a la pintura, a la que, por otra parte, nunca había abandonado del todo. 

Mantuvo a lo largo del tiempo una estrecha amistad con los otros tres fundadores del TM  –todos aún muy activos en Holanda y en Francia- así como con sus vínculos en Montevideo. De hecho mantenía un contacto epistolar a través de cartas postales, e-mails y vía facebook, con una red de artistas y amigos uruguayos, con una frecuencia asombrosa. Nunca dejaba de responder un mensaje. Al igual que en su pintura, en su correspondencia Gorki transmitía un aire de cordialidad y delicada contención. Era muy reservado y evitaba las confidencias. Sin embargo, en una oportunidad se aventuró -con su estilo cauto- a contar algo de su historia:

Bollar, mi apellido, viene del nombre de un pueblo de la provincia de Vizcaya. Mis abuelos paternos ya habitaban en el Departamento de Treinta y Tres, donde tenían campo para dedicarse a la agricultura. Mi padre, Tomás Bollar, perteneció allá por los años treinta a una organización anarquista, llamada Lucha Libertaria, la cual había contribuido a formar al lado de un grupo de compañeros.  Publicaban textos y poesías relacionados con sus ideas; había entre ellos quienes escribían y otros que pintaban y exponían sus obras. (Su escritor favorito era Máximo Gorki, y por eso me dió su nombre). Todo esto sucedía en Treinta y Tres. Hacia 1939 mi padre se establece en Montevideo, donde trabaja como jefe de personal de una empresa de Montevideo. Aquejado por problemas de salud, mi padre falleció a temprana edad, en 1952. Me fue posible llegar a conocer su idealismo y convicciones. Elementos que más tarde encontraría en José Gurvich y su entorno. Conocí a Gurvich a través de Armando Bergallo y Héctor Vilche, que iban los domingos a pintar al Cerro. Gurvich dijo reconocer un primitivo en mí  […]   A los pocos meses, en 1962, fui invitado, junto con Bergallo y Vilche, a exponer en Amigos del Arte, que quedaba entonces en la calle Juan Carlos Gómez , siendo ésa mi primera exposición.”

Hasta hace muy poco, en Uruguay se desconocía su obra o se subvalorada. Los obstáculos para su asimilación no radican tanto en la inaccesibilidad de los originales como en su incómoda clasificación. Primero fue un pintor constructivo, más tarde incursionó en la pura abstracción (como telón de fondo a las creaciones del TM), luego realizó una figuración que al primer golpe de vista recordaba a los pintores naïf. 

Un estudio más detenido revela una increíble coherencia pictórica que se manifiesta y perdura en la sutileza de la línea, en la riqueza tonal y en una estructuración “de bajo ruido”, es decir, no marcada con cuadrícula ni con regla áurea. Es una pintura que lejos de ser anecdótica o de carecer de conflictos, acomete la extraordinaria aventura de transmitir estados anímicos sutiles, iluminaciones secretas, melancolías silenciosas, como si pintara sueños (pero no en la clave estentórea y pesadillesca de los surrealistas). 

La manera en que dispone sus personajes –léase personas, animales, bicicletas o copas de árboles– y los detalla con paciente destreza de miniaturista, nos obliga a pensar qué lugar ocupan en su pequeño mundo colorido, qué funciones cumplen, y por reflejo especular, qué papel jugamos nosotros, los contempladores de esas escenas luminosas y tocadas por el misterio. Reflexionando sobre su maestro Gurvich, Gorki escribió: “siempre he sentido que través de sus lecciones uno recibía una energía para continuar trabajando toda la vida. Como él decía: -‘...la pintura es una cosa que lo agarra a uno y ya no lo suelta más’.” La pintura no abandonó jamás a Gorki. Fue el barco por el que navega aún su imaginación, impulsada por una brisa fresca o como por arte de encanto.


Nota publicada por Pablo Thiago Rocca en Brecha, Nº 1533 p. 27, 10 de abril 2015. 
Imagen de Gorki del año 1967, gentileza de Walter Diconca.