Charla: "Javiel Raúl Cabrera o la tercera orilla del río"


"Soy hombre de tristes palabras. ¿De qué era de lo que yo tenía tanta, tanta culpa? Si mi padre siempre estaba ausente; y el río-río-río, el río –perpetuo pesar."

João Guimarães Rosa “A terceira margem do rio”


El hombre conocido por sus contemporáneos como Cabrerita es una proyección o corolario de toda una generación, sobreviviente de sucesivos abandonos, vencedor final de las crisis y las miserias del siglo XX: Javiel Raúl Cabrera (Montevideo, 1919 - Santa Lucía, 1992) se afirma en la tercera orilla, solitario, como aquel personaje que se escapa de la sociedad en el cuento de Guimarães Rosa, provocando la tristeza y el desconcierto en el hijo.

Cabrerita: espejo de la conciencia social de su tiempo, prodigio de la creación y de la resistencia a la adversidad, su obra ha pasado a ubicarse hoy, por mérito propio, entre lo más alto de la producción artística nacional.

Charla "Javiel Raúl Cabrera o la tercera orilla del río" a cargo de Pablo Thiago Rocca. 

Jueves 26 de octubre de 2023, 19 hs. Centro Cultural Casa Lorca, Florencio Sanchez 375, Minas, Departamento de Lavalleja, Uruguay


Cabrera. La niña azul, c. 1950

Acuarela, témpera y lápiz sobre papel, 44 x 34 cm

Colección Ienba / UDELAR



Cabrera. Niña (Javielina), 1948

Acuarela sobre papel

35 x 24,5 cm

Colección Arte Otro en Uruguay



Cabrera Autorretrato, 1965

Lápiz y acuarela sobre papel, 35,5 x 25 cm

Colección privada

Presentación de “Los otros rostros de América Latina” de Claudio Rama


«En primer lugar agradezco a Claudio Rama, el autor de este libro y al anfitrión Facundo de Almeida, director del Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI) por la invitación a participar de este acontecimiento. La invitación proviene, según creo entender, a partir de unas críticas que he hecho de las exposiciones de las máscaras de Claudio Rama realizadas en el MAPI (dos o tres reseñas críticas de las muchas exposiciones que se han hecho). 



Mi interés proviene de las expresiones plásticas populares, y se vincula en algún punto con el proyecto que actualmente está cumpliendo quince años, que se titula Arte Otro en Uruguay y que es un relevamiento de las expresiones plásticas de artistas autodidactas al margen de la corriente principal y del arte moderno. O sea, hay un interés plástico en las máscaras y hay un interés que podría llamarse antropológico, filosófico incluso. Voy a tratar, entonces, tres puntos que me interesan especialmente destacar del libro.

1. La máscara como símbolo. La máscara que oculta el rostro a la vez revela la interioridad de la persona. La palabra persona según Corominas proviene del latín (s. XIII) persona que significa ‘máscara de actor’, que a su vez proviene de phersu  ‘personaje teatral’, voz de origen etrusco: “Por metonimia pasó de las acepciones teatrales a designar al individuo mismo, generalizándose al ser de la especie humana.”



La máscara es, por excelencia, el símbolo de la transformación de la persona, y es por eso que Juan Eduardo Cirlot dice que la máscara es una crisálida. Pero esa transformación se da solamente en un entorno gregario, social, la máscara revela El OTRO INTERIOR a los OTROS, debe ser vista por los otros. Como bisagra, como gozne de un mundo de superficie material a otro de interioridad espiritual, es una vía formidable para conocer el fenómeno cultural en su manifestación plural y polisémica, porque las máscaras están asociadas al baile, a la danza, a la música, a la religión, a ciertas condiciones materiales de producción y por tanto también a la economía y a la geografía humana. En suma, una vía divertida y formidable de adentrarnos en las culturas latinoamericanas.

2. Porque estas máscaras que comparecen en el libro han sido usadas, pertenecieron a danzantes, participaron en fiestas, son un documento etnográfico, pertenecen a una tradición viva. Formaron parte de procesos de evangelización, de procesiones del corpus christi, de carnavales, de diabladas, de ritos de fertilidad, etc. No son máscaras decorativas ni de fabricación con fines comerciales o turísticos. Tampoco son máscaras en tanto creaciones individuales, (y es ahí en donde se separa del proyecto Arte Otro en Uruguay). Estamos ante una forma de coleccionismo que es el único interesante, en lo que a mí respecta. Porque un coleccionismo sin investigación es mera especulación económica o esnobismo. 



No, Rama realiza más de veinte viajes al año por distintos países de América y lleva a cabo lo que él llama “pescas mascareras”, esto es, sale en la búsqueda de las máscaras, a veces casa por casa, para ir constituyendo este patrimonio que seguramente terminará en un museo propio, y que ya se exhiben,  generosamente, en este museo (MAPI). 

Es importante entender que este tipo de coleccionismo no nace de un día para otro, sino que es un proceso donde la sistematización de las búsquedas de las máscaras y de los mascareros (los creadores de las máscaras) se va depurando. Pero hoy se puede decir que todas las máscaras que están en libro, y que vemos en las muestras, han participado de un uso ritual, fáctico, pagano o religioso pero que interpreta: la máscara cumple una función que es precisamente de trastoque de roles de transición de un mundo cotidiano a una realidad simbólica. Eso es lo que carga de valor patrimonial al objeto. 

Volviendo al coleccionismo: este proceso implica también un registro, una catalogación, y un sistema de acondicionamiento para la guarda de las piezas, lo que a la larga posibilita establecer líneas de investigación, análisis comparados, estudios históricos y etnográficos, entre otros. Este es un tema aparte, que aparece como latente en el libro (no a título expreso) pero para los que trabajamos en museos reconocemos el esfuerzo que supone. En el caso de Claudio Rama habla de la seriedad de su labor.

3. Paro el tercer y último punto. La máscara es un objeto plástico. Esto que suena a perogrullada es de una importancia capital en la historia del arte de occidente. Sin las máscaras africanas no hubiéramos tenido Las señoritas de Avignon (1907) de Pablo Picasso y,  sin ese solo cuadro, es difícil explicar el desarrollo del arte europeo del siglo XX y del arte contemporáneo en general. 



También nos habla de los procesos de colonización y los flujos del arte de las metrópolis a las periferias. En una relectura de la historia del arte que realiza Andrea Giunta, en el libro Contra el canon, anuncia lo siguiente: “el descomunal traslado de obras de África a los museos de Europa trazó un puente entre la modernidad europea y la escultura africana. Queda aún por escribir la historia en la que Europa puede ser entendida como una periferia de África, incluso cuando quizás resulten más interesantes los discursos sobre el intercambio que sobre la hegemonía en la cultura.” (Andrea Giunta, Contra el canon. El arte contemporáneo en un mundo sin centro. Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2020, p. 32) 

Dada la riqueza cultural, formal y plástica de las máscaras latinoamericanas presentes en el libro, casi que se impone la necesidad de un museo en América, y en Uruguay si fuera posible, de estas máscaras. 

En los artistas uruguayos la máscara como objeto plástico y simbólico está presente. En especial, en la obra del fraybentino universal Luis Solari (Fray Bentos 1918-Montevideo, 1993), que ha desarrollado un pensamiento plástico, mitopoético se podría decir, en torno a las máscaras. Pero también en otros artistas, que aparecen en ciertos períodos de sus obras como Gustavo Alamón (Tacuarembó, 1935 – Montevideo 2020) o Pilar González (Montevideo, 1955). En estos momentos hay una exposición de esculturas en metal de Gonzalo Balparda (Montevideo, 1968), a pocos pasos de aquí, en el Ministerio de Transportes y Obras Públicas que presenta máscaras de hierro similares a las de Solbey Espasandín (Montevideo, 1947-2021).  También está la Casa de las máscaras de Juan Paco Artega (Villasanto Domingo de Soriano, 1910-1999). Pero no quiero irme del tema. Solo señalar el valor plástico de las máscaras, y de estas en particular, que habilita un disfrute y un abordaje en este campo de las artes plásticas.



Una vez leí, en algún escrito de John Berger, no recuerdo en qué libro lo leí, que para alejar la idea del aburrimiento alcanza con imaginarse una máscara y luego fabricarla. Eso es algo que practiqué con mis hijas y doy fe del resultado. Pero hablando de fabricar una máscara se me ocurre terminar con este poema que habla de la necesidad de la máscara. Es un poema clásico de Dylan Thomas publicado en agosto de 1938, es decir, hace exactamente 85 años: “oh, make me a mask”


Oh hazme una máscara


Oh, hazme una máscara y una pared para aislarme de tus espías

de los afilados, brillantes ojos y de las gafas con garras

violación y disturbio en las guías de mi rostro,

mordaza de árbol callado que me oculte de enemigos revelados

la lengua de bayoneta en esta indefensa plegaria,

la boca vigente, y la trompeta de mentiras dulcemente soplada,

en vieja armadura de roble moldeada con expresión tonta

para escudarme de cerebros brillosos y desafilar inspectores,

y en tinte penoso de viudo una lágrima de pestañas caída

para disimular el veneno y dejar que los ojos secos perciban

la traición de otros las terribles mentiras de sus injurias

en la curva de la boca desnuda y la risa falseada.”

Versión de Raquel Partnoy (Washington, diciembre 2011) »



Presentación de Pablo Thiago Rocca en el MAPI, 3/8/2023, del libro de Claudio Rama Los otros rostros de América Latina. Máscaras etnográficas de Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, El Salvador, Honduras, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay. Edición del MAPI y Fundación de Máscaras Latinoamericanas, Montevideo, 2023. 

Carlos Liscano: La libertad interminable

Al igual que buena parte de su producción escrita, la obra gráfica y plástica de Carlos Liscano (Montevideo, 1949-2023) fue una continua exploración en sus propios mecanismos creativos. Vemos la cocina de su escritura, los cubiertos, las ollas, los ingredientes y los condimentos mientras cocina lo que escribe y dibuja.



Una diferencia importante, sin embargo, con los textos literarios, con «la escritura del yo», es que sus dibujos ostentan el más absoluto desparpajo, carecen de cualquier pizca de ambición seria y respetable. No le pesa dibujar como un niño de 4 años, aunque nunca haya escrito como un niño de 4 años (sospechamos que ni siquiera escribió como tal a esa edad). No le pesa esto, al punto que es de los pocos pintores adultos en quienes resulta casi imposible reconocer la experiencia de vida a partir de algunos de sus dibujos. 




De cualquier modo, los exhibió en muestras y los publicó en un libro facsimilar de 2019 que se titula La interminable (por una libreta que él llamaba así) y en su prólogo dejó constancia de la deuda con el art brut, es decir, de su falta de inocencia en la materia: 

«Desde hace más de 40 años, cuando leí a Jean Dubuffet (Escritos sobre arte, Catálogo de la Biblioteca del Penal de Libertad, n.º 5363), me ha interesado el arte de los no profesionales (art brut). He acumulado lecturas sobre el asunto, y mi curiosidad (admiración) por esas obras, muchas de ellas hechas por alienados, no ha disminuido. Cuando hago estas cosas pienso en esa variante del arte menor. Pero nunca sé qué me motiva a hacerlas. A veces las veo como un diario gráfico de mis días». 



(Renglón aparte merece el hecho de que el libro de Dubuffet haya estado en el Penal de Libertad, siendo como es un libro subversivo en muchos sentidos de la palabra.) Esta libreta interminable –y se constata una vez más con la muerte de Carlos– está repleta de paradojas. De paradojas y de humor: «El ocio, padre del aburrimiento, del pecado, del vicio, del crimen, de la literatura». En sus páginas todo está servido en el mismo plato donde se fagocita la pintura y el texto, juntos y sin masticar: «Trato de no hacer nada como siempre. No se puede». Y escribe con grueso marcador sobre un marco de vagas reminiscencias torresgarcianas: «Noam Chomsky dijo hoy que a la especie humana le queda tiempo escaso. Eso, según entiendo, incluye a los uruguayos. Algo que, bien pensado, no deja de ser un alivio». 



Las peripecias y pastiches del señor y la señora Azul, los diálogos enervantes entre Soberbia y Sordera, y las máximas imposibles como «No olvidar: no escribir» jalonan un gran libro que es una libretita, que es un juego infinito y cortísimo, lógico y absurdo, como la vida y el arte. En Vida del cuervo blanco (2015) Liscano escribió: «Se busca en la palabra lo que se sabe, la palabra no puede dar. Se busca entender, se busca ser libre». Quizás eso que no pudo darle la palabra lo obtuvo con su pintura. No lo sabemos. Pero si no es la libertad, se le parece mucho. 


Carlos Liscano



Pablo Thiago Rocca. Publicado en Semanario Brecha, 2/06/2023, Edición 1958