Javiel Raúl Cabrera: Entre el olvido y la leyenda


Exposición en el Museo Nacional de Artes Visuales.

Más conocido por las anécdotas que adornan una vida de bohemia y de reclusión que por las virtudes de una obra pictórica excepcional, la figura de Javiel Raúl Cabrera (Montevideo, 1919 - Santa Lucía, 1992) oscila entre los extremos del olvido y la leyenda. A cien años de su nacimiento se impone una relectura de su obra y un ajuste de cuentas con su legado -que excede lo meramente pictórico-, para darle ingreso definitivo, y por la puerta grande, a la principal pinacoteca del país.


El surgimiento del joven artista en el seno de la llamada generación del 45', sus primeras exposiciones montevideanas, la amistad con el poeta José Parrilla, los vínculos con el Taller Torres García, la prolongada internación psiquiátrica y su posterior egreso con viaje a Europa incluido, así como los últimos años de existencia apacible en Santa Lucía, son algunos de los derroteros que se verán reflejados en una producción pictórica que también conoce de extremos, con etapas luminosas y sombrías, toscas y sutiles.


La muestra presenta testimonios y documentación inédita, escritos y objetos personales para esclarecer algunas de las circunstancias históricas que dieron lugar a la leyenda "Cabrerita". Pero, en especial, busca recuperar su enorme significación plástica, la carga simbólica de sus personajes, su musicalidad y su alto vuelo poético.

Pablo Thiago Rocca
Curador




Javiel Raúl Cabrera

Nace en Montevideo el 2 de diciembre de 1919. Transcurre los primeros años de su infancia como niño expósito en el asilo Dámaso Antonio Larrañaga y luego es adoptado por una familia de inmigrantes italianos de apellido Panochi. Asiste a la escuela José Pedro Varela hasta 5º año y ya entonces manifiesta condiciones artísticas excepcionales, como testimonia su compañero de banco el escritor Mario García.

A los 11 años realiza un dibujo de José Pedro Varela que se publica en un periódico de gran tirada, razón por la cual lo llevan a estudiar con el pintor Gilberto Bellini. Luego conoce un corto aprendizaje con Pablo Serrano en el Taller Don Bosco y también un breve pasaje por el taller de Carlos Prevosti. Su trabajo artístico es permanente y constante a pesar de las condiciones de una vida accidentada en entornos adversos.

"Cabrerita", como le decían los protagonistas de su generación, frecuentaba las tertulias del Café Sorocabana, de los bares Metro y Yatasto, junto a recordadas personalidades como Juan Carlos Onetti, Carlos Maggi, Idea Vilariño, Humberto Megget, Carlos Brandy, Felisberto Hernández, José Luis "Tola" Invernizzi y José Parrilla. También amistó con los alumnos de Joaquín Torres García y resultó influenciado por el maestro del Universalismo Constructivo. 



Participó en exposiciones individuales en la Asociación Cristiana de Jóvenes de Montevideo, en el Ateneo de Montevideo, en el X Salón Nacional de 1946, en la sala de AIAPE en 1947, en la XVI Bienal de San Pablo, Brasil, en 1981, en París en 1985 y una importante muestra colectiva de arte contemporáneo uruguayo en Alemania en 1982. Fue premiado en el V Salón Municipal de 1944; X Salón Nacional en 1946, y VII Salón Municipal de 1946.

Hacia fines de los años cuarenta vive junto con el poeta José Parrilla, amigo desde la adolescencia. Cuándo este viaja a Europa, Javiel queda al cuidado de la hermana de José, la poeta Lucy Parrilla, pero al poco tiempo ella y su familia son desalojados. Lucy llega a un acuerdo con el entonces Director del Hospital Vilardebó, el Dr. Alfredo Cáceres, para que aloje al pintor en ese centro como una manera de paliar su situación habitacional. Pero cuando el Dr. Cáceres deja la Dirección del Vilardebó, el nuevo director decide el traslado de Cabrera a la Colonia Etchepare, donde permanece casi 30 años.

En la larga internación conoce períodos de indigencia, es sometido a tratamientos de electrochoque y pasa muchas penalidades. Hacia principios de los años ochenta del siglo pasado es egresado de la institución psiquiátrica y adoptado por la familia Lucchinetti de la ciudad de Santa Lucía, donde transcurrirán sus últimos años en paz. En 1987, a instancias del artista Espínola Gómez, obtiene una pensión graciable por parte del Estado.

En su vasta producción de óleos, dibujos y acuarelas, sus motivos predilectos son extrañas figuras femeninas en poses hieráticas y de mirada profunda y enigmática. Pintó también paisajes, escenas bíblicas, autorretratos y retratos de amigos. Falleció en la ciudad de Santa Lucía el 28 de diciembre de 1992.


La exposición de inaugura el jueves 28 de noviembre de 2019 a las 19:00 horas en la sala 4 del Museo Nacional de Artes Visuales. Permanecerá abierta hasta el domingo 2 de febrero de 2020.

Museo Nacional de Artes Visuales queda en Tomás Giribaldi 2283 esq. Julio Herrera y Reissig, Parque Rodó - Montevideo - Uruguay. 

Abierto al público: Martes a domingos de 13:00 a 20:00 horas. Entrada libre y gratuita

Recomendación: Tras las líneas bárbaras.


La desobediencia gráfica


Hay un “arte otro” antes del “arte otro”. Hay un arte ingenuo antes de que lo naíf fuera definido como tal. La historia no transita por un solo carril, y Uruguay o la Banda Oriental no es la excepción. Sólo que hasta hace poco no habíamos reparado lo suficiente en ello. Esta exposición* se detiene en el costado “primitivo” del arte uruguayo, con obras –dibujos, grabados, collages– pertenecientes al acervo del Museo Histórico Cabildo. “Las obras que se presentan en esta exposición –sostiene el curador, Marco Tortarolo– incumplen el mandato de una correcta hechura, de un sistema de reglas cuyos autores no alcanzan a formalizar, o directamente desconocen, razón por la cual serán consideradas ingenuas. Su diferencia será puesta en cuestión como deficitaria por la mirada académica europea-europeizante.”

La selección de piezas comprende desde los albores del siglo XIX hasta 1860, el período que José Pedro Barrán definió, siguiendo a Sarmiento, como “la barbarie”: “Ese espacio de las líneas bárbaras, de los fuera de registro, es el que a través de una veintena de piezas del acervo pretendemos poner en consideración y en valor con esta propuesta”.

La muestra es concentrada, no tiene desperdicio. Empezando por Gabino Monegal (Uruguay, 1848-1906), quien “llegaría a ser militar y destacado cartógrafo”, pero que en las cuatro acuarelas adolescentes que se exhiben se lo ve como un miniaturista deliciosamente torpe. Pareciera que pone mucho empeño, pero para el dibujo de la Catedral –firmado en 1862– inventa una perspectiva imposible. Sin embargo, distribuye el color con parsimonia y precisión. En la marina del Cerro de Montevideo predomina un turquesa suave y delicado: allí la fortaleza del Cerro aparece como la frutilla de la torta, literalmente. La frescura de estos dibujos los torna contemporáneos y más “creíbles” que las recreaciones históricas del esforzado pintor Menck Freire, presente en otras de las salas del Cabildo.

Un registro muy diferente, cercano a lo cursi, es el que propone la obra anónima “Ángel de la guarda”. Se trata de una colorida pieza de notables dimensiones (74 por 58 centímetros), si consideramos la inusual combinación de técnicas y materiales: óleo, bordados, collage textil y papel sobre tela. El motivo religioso es simple: un ángel protege a dos niños que están recogiendo flores al borde de un precipicio, con el fondo de un escarpado paisaje montañoso. El recargamiento de la escena, de un empalagoso barroquismo, le otorga una impronta surrealista avant la lettre: el relieve del textil del vestido de la niña “pronuncia” el vértigo, como si el peso del ropaje la empujara hacia ese hermoso abismo tirolés.

En otra sala, cinco acuarelas anónimas referentes a grandes batallas históricas enseñan a un solo ganador: la impaciencia por terminar. El recurso gráfico de ordenar prolijamente los regimientos militares de modo que los jinetes y sus monturas aparezcan perfectamente alineados hasta perderse en el infinito –como dos espejos enfrentados– es empleado con indulgencia y exageración. Recordemos que en las tempranas obras de Blanes también está presente, por lo que hemos de admitir que era una práctica consentida. Pero aquí se abusa del recurso con fines legendarios. Las ordenadas filas se cierran sobre los cobardes que huyen y caen en la batalla de Sarandí (del 12 de octubre de 1825). No se puede descartar que hayan sido pintadas por testigos y protagonistas de la gesta bélica, sólo que la dureza de las convenciones estilísticas les resta crédito y mengua la posibilidad de considerarlas como documentos de hechos de guerra. Algo que no sucede, por ejemplo, con el gran cronista-pintor, contemporáneo de la guerra de Paraguay, Cándido López (Buenos Aires, 1840 – Baradero, 1902), aunque participe también de una atmósfera visual ingenua. Vale decir que la ingenuidad de la forma no siempre conspira contra la verosimilitud del tema.

Por ejemplo, en el aspecto aindiado de los personajes dibujados por un artista anónimo en 1846, el “Soldado de la Guardia Nacional de la Banda Oriental” parece encapsulado en la prenda de vestir, como una crisálida. La gracia radica en el discurso híbrido y sincero, mezcla de razas y de formas que buscan discernir los tipos humanos locales, lejos de las estilizaciones europeas que proporcionaba por entonces la academia. Aunque tengan poses y vestimentas civilizadas son, por donde se los mire, bárbaros. A fin de cuentas, como afirma el curador, “hoy recuperamos ese gesto de desobediencia gráfica que invita a pensarnos, siendo que no se agota en una mera cuestión formal”.

* Exposición "Tras las líneas bárbaras" en el Cabildo de Montevideo. Nota publicada por Pablo Thiago Rocca en semanario Brecha n° 1770, jueves 24 de octubre 2019, Montevideo.

Nueva sala para Lucho Maurente en el museo de La Paloma



El Museo de La Paloma es dependiente de Asociación Civil e Intendencia de Rocha. Funciona en la vieja estación de tren del principal balneario rochense, muy cerca de donde Alfredo "Lucho" Maurente /San Carlos, 1910 - La Paloma, 1975), montó su rancho a mediados del siglo pasado.

La responsable de la sección de museos de la Intendencia Departamental de Rocha, Alda Pérez,  alentó la idea de un espacio para el artista autodidacta, y nos contó de la participación de un grupo de liceales de La Paloma que se involucraron con el proyecto. "Este es un pequeño paso tras la valoración de Lucho"
Compartimos algunas imágenes del espacio que se va a inaugurar el día de hoy, domingo 6 de octubre de 2019, con motivo de las Jornadas del Patrimonio. 

Y agregamos un testimonio de Dr. José Francisco França Caravia, publicado  en el libro La Paloma. Una historia desde 1803 (Montevideo, 1986)

«Muy pocos conocieron a Alfredo Maurente, por lo menos por su nombre, pero todos los que llegaban a estas playas conocieron a Lucho, el pescador, el del puerto, el artista, el cocinero (...).Fue pescador y vivió siempre en el puerto. Fue turismo con su "boliche", sus cuadros, sus tallas y sus esculturas, y tuvo siempre una manera de ser, un don, que atraía y captaba a quienes lo oían.
No tenía una gran cultura, pero sabía de pesca, de cocina, algo de su arte y de la vida. En todo ello se destacó a su manera y así lo sabían sus amigos pescadores, sus clientes en arte y en comida.
Lucho llegó a estas costas, donde vivió hasta su muerte, a principios de la década del cuarenta, como uno más que comenzaría a dedicarse a la pesca, que en esos años de guerra empezaba a cobrar cierta importancia, sobre todo en las exportaciones de aceite de hígado de tiburón.
Y su primera vivienda fue el viejo muelle de hormigón, construido por la empresa del ferrocarril que ya en esos años estaba en tierra y que poco después comenzaría a desaparecer, tapado por las arenas.Allí, debajo del muelle, realizó sus primeros trabajos artísticos, pero tenía que vivir, y el hombre que llega de San Carlos va conociendo las artes de pesca, y comienza a trabajar para las primeras empresas de la zona.
Una de ellas era de "Barrere, Lauz y Bottini", y se hizo amigo de ellos, transformándose en cierto momento en hombre de confianza de Barrere.
También trabaja para "La Pampa", hasta que la aparición de los sintéticos sustitutivos del aceite de hígado de tiburón hace decaerla industria.
No eran épocas fáciles para la vida de un pescador, dado que las embarcaciones no tenían ni la eslora, ni los elementos técnicos de los pesqueros de hoy.
La vida era dura -y lo sigue siendo-, pero con mucho menor seguridad que la que ofrecen las embarcaciones actuales.
Pasó un tiempo hasta que Lucho construyó su "rancho" al costado del camino carretero que va hacia el puerto, sobre la costa, y a pocos metros del muelle.
En esos ranchos, que se fueron extendiendo al costado de la carretera por más de cien metros, los pescadores vivían, comían, guardaban sus artes de pesca e incluso el "bacalao" ya seco. Muchas veces, de acuerdo al tiempo, se cocinaba dentro de la construcción, y por lo tanto es de imaginar la mezcla rica y rara de olores que allí había.
Y comienza a cocinar, para amigos, para don Enrique (Barrere), para tripulantes, generalmente de noce; surgen así deliciosos chupines de pescado y olas que nunca eran iguales en cuanto al contenido, pero sí cada vez mejores en cuanto al sabor.
Pasan los años y ese cocinero en ciernes abre su "boliche" al público, a los pobladores, a los turistas en verano; pero, desde antes, en el rancho siempre había un vino, una caña o una grapa para los amigos y conocidos.
Todo el local era un delirio, murales con barcos a vela, ballenas, pulpos y tiburones trabajados y pintados, en las paredes, y también delfines, sirenas, medusas y tortugas, No había espacio que no estuviese decorado. Trabajos todos realizados en arena y Pórtland y maderas tallados.
En el frente del comercio se destacaban, además del horno decorado con caracoles y conchillas y a su lado un pescador de tamaño natural, vestido con capote de lluvia y un gran timón tomado por su mano izquierda, -resaltaban dos enormes sirenas, una en cada extremo del rancho, hechas con arena y Pórtland con sus pómulos pintados de rosado, sus cabellos rubios y sus enormes pechos cual faroles alumbrando el local.

Durante bastante tiempo esas sirenas, al igual que los mascarones de proa de los veleros de otras épocas, resaltaron en el lugar, como fueron ideadas y modeladas, desnudas, enormes, fascinantes, hasta que, un día, algunas señoras veraneantes comenzaron a quejarse de lo que consideraban in moral, pornográfico o atentario al pudor, y entonces Lucho, con su habitual tranquilidad y una muy especial filosofía de vida, modeló sobre aquellas sirenas, con el mismo material de arena y Pórtland en que estaban realizadas, unos soutiens, sostenes, corpiños o como se les quiera llamar, que obraron inmediatamente tranquilizando a las señoras y sus pudores, sin perjuicio de que todo aquello resaltaba más, y mostrando menos, mostraba mucho más.
Pero Lucho el pescador, el barman. El cocinero, el hombre con una forma de vivir y de pensar muy especial, muy natural, tal vez con algo de niño grande, fue también un artista. Un artista desde el primer momento en que llegó a La Paloma.
Debajo de aquel viejo muelle de hormigón, tallaba viejas maderas que el mar le traía, o que las dragas rescataban de algún viejo barco hundido, modelaba sus obras ayudado a veces por la arena, donde, con su cuerpo, lada la forma inicial de su creación.
Algunas de sus obras se encuentran en París, llevadas por una colectividad francesa, que venían todos los veranos y que, al descubrir aquellos trabajos, los adquirían para decorar sus casas y recordar estas otras.
Ellos fueron los primeros en descubrir el arte de Lucho, los primeros en aquilatar y valorar su obra, tal vez por aquello de que quienes viajan mucho, por sus actividades o por paseo, quieren guardar en artes y artesanías objetos de los lugares que visitan, como formas de fijar los recuerdos.
Pero también en Madrid existen en la actualidad obras de Lucho, y ello por el empeño de un uruguayo que tenía una pequeña galería de arte ubicada en un gran edificio frente a la Plaza España, mostraba al mundo cuatro talas de este artista de La Paloma.

La visión y el profesional que hay en Enrique Gómez lo llevó hace muchos años a comprar esos trabajos de Lucho, los cuales creemos continúan en su poder, pues siempre manifestaba "no están a la venta".
Sus obras fueron conocidas por franceses, uruguayos y argentinos, y aún por otros que nunca vinieron a esta playa, a través de esos ejemplares que se exhiben en Madrid, pero mucos no conocieron las pinturas, tallas y esculturas de Maurente, ni en su mayor parte podrán conocerlas, por su pérdida, que ocurre con la remodelación del puerto.
Lucho falleció el 18 de setiembre de 1975, es decir que su producción artística se extendió por más de treinta años; conocimos y conocemos gran parte de sus trabajos, y algunos los empezamos a ver cuando sólo eran un pedazo de madera
En largas horas de invierno -que eran las que dedicaba para su creación artística- con el Gordo Durán fuimos testigos silenciosos de su técnica para pulir los duros maderos obtenidos en la "crecemares" de los pamperos, como solía decir, o del corazón de desechados y viejos durmientes del ferrocarril.
Eran maderas de ricas vetas rojas y oscuras, que él hacía "nacer" con una mezcla de ceniza y aceite que frotaba con un pequeño trapo y una gran dosis de paciencia.
Así cobraba vida el veteado y luego el viejo madero iba tomando formas con el trabajo de sus manos, formas como la de aquella India amamantando su niño, o el busto del Cacique, concentrado y ceñudo. O el Linyera, quizás una de sus tallas más perfecta, más trabajada, y que Lucho regaló a doña Pepa, señora del entonces Jefe de la Estación del Ferrocarril. Lograba en la madera un brillo opaco, si así puede decirse, a la par de una textura que trasuntaba la calidez vital que el tallador imprimía en sus obras. Su conversación y su trabajo acortaban las noches y atenuaban el frío. Tal vez en aquellos momentos dimos más importancia "al momento" que "a la obra" que venía surgiendo y que se prolongaría en el tiempo. Y en las noches cálidas del verano, tampoco supimos dar el valor real a su trabajo, pues pensábamos que eran cosas para la temporada y los turistas. Con los años, desaparecido Lucho y su obra, comprendimos el valor de todo aquello.»