INFORME ESPECIAL: MASCARÓ Y LAS TRISTEZAS DE ESTA BANDA

A 40 años de la desaparición de Haroldo Conti. *

La noche del 4 de mayo de 1976 en la que un comando de militares secuestraron a Haroldo Conti  (Chacabuco 1925 -) de su casa porteña en la calle Fitz Roy, no sólo se llevaron –para no devolverlo jamás– a uno de los escritores argentinos más talentosos de su generación.  También al hombre que cultivó la amistad como una forma de trascendencia. Seminarista, aviador, profesor de latín, marino, guionista de cine, escritor y padre de familia, Conti dejó huellas profundas en la arena de nuestras costas y en el corazón de un puñado de habitantes de esta banda.



Ad oculos. El sol cae a pique sobre las cabezas de los dos hombres que se han largado a caminar por la playa a través del salitroso trayecto que une La Paloma con La Pedrera. Van mirando el océano distraídamente, el cielo abierto y las gaviotas que cada tanto atraviesan lo alto. Intercambian palabras que nadie, salvo ellos, escuchan. De pronto el hombre más alto se detiene, ha descubierto una boya de vidrio que trajo la espuma. La carga. Es azul. Brilla como un ojo gigante y transparente que dejara ver el fondo de todas las marinas historias de naufragios. El hombre alto encuentra un tablón. Segunda maravilla y regalo lamido por la resaca, peinado prolijamente hasta dejar surcos en las vetas oscuras. El alto convence a su amigo de cargarlo también. Ahora marchan unidos por el travesaño de madera de hombro a hombro, obligados a coordinar el paso. Al poco rato, el roce de la madera comienza a levantarles la piel de los hombros.  “Entonces Haroldo se quitó el short y yo no tuve más remedio que imitarlo para así transportar la boya con un aislante entre la madera y nuestra piel. Pero los shorts eran lo único que teníamos encima. No importa. Seguimos impávidos. O más bien dicho, Haroldo siguió impávido presidiendo la marcha. Yo no podía ver nada a no ser, obviamente, en esa posición forzada de semi galeote, la parte posterior de Haroldo tal como había venido al mundo. No recuerdo cómo terminó el episodio pero supongo que todo marchó sin novedad porque no se nos cruzó ningún marinero de Prefectura o alguna dama puntillosa capaz de lanzar un chillido viendo a dos hombres desnudos desplazándose por una playa abierta a todo público.” La anécdota2 es del escritor uruguayo Juan Carlos Legido (Montevideo, 1923 - 2011) y desnuda más que la falta de los trajes de baño de sus protagonistas. Haroldo Conti ya era un escritor consagrado. Es difícil imaginar hoy a un escritor de prestigio atreviéndose a este striptease improvisado por una causa que para muchos puede resultar insustancial, pero como dice uno de los personajes de Conti: “La vida es célebre, de cualquier tamaño, o no sirve para un carajo.” La de Lucho, Oreste, Cafuné, el Príncipe Patagón, el gigante Carpoforo y el enano Perinola, todas se igualan. Que la inocencia te valga.  Los personajes de Mascaró, el cazador americano (1975) con su vagabundo circo del Arca a cuestas, son eufóricos inocentes, utópicos despiadados. Se largan a la aventura en bolas. En este sentido, tanto el mismo Haroldo como su amigo Legido o el artista pescador de la Paloma Alfredo “Lucho” Maurente (Ver recuadro 1), tienen un aire modélico, ejemplar, al menos a los ojos del primero que transforma al resto en furibundos personajes de sus obras.1



Tempora. El amor de Conti por el balneario de Rocha comenzó con un naufragio. Se produjo el 12 de agosto de 1965 en la playa del Cabito, según consta en un certificado expedido por el subprefecto de La Paloma y que Conti mostraba orgulloso y divertido a sus amigos. 3 Habían partido “cinco hombres casi desconocidos entre sí” del puerto de Buenos Aires a bordo del yawl Atlantic rumbo a Río de Janeiro: “Pescarán, dormirán o entrarán en los grandes silencios”, pronosticaba una nota publicada en La Nación. 4 Una semana después encallaban cerca del puerto de La Paloma. “Inmediatamente descubrió un mundo lleno de vagabundos y marinos de quienes se hizo muy amigo. Uno de los principales era el capitán Alfonso Domínguez, que aparece en varios libros y fue quien le talló a mi viejo un mascarón de proa. Y después, muchos de los personajes de ‘Mascaró’, el Príncipe, en fin… le gustó tanto esa aventura que a partir de allí todos los veranos íbamos de vacaciones a La Paloma. Se la pasaba hablando con toda esa buena gente”.5 Toda esa buena gente comparece también en el cuento Tristezas de la otra Banda, dedicado a sus amigos Mario Benedetti y Eduardo Galeano y publicado junto con otros relatos en La balada del álamo carolina (1975): Lucho (Maurente) y Juanca (Juan Carlos Legido),  Barboni Soba, Alfonso Domínguez y la que entonces era su compañera Renata Mascaró, doña Miquina, Adolfo Pose, entre otros. En esta historia el autor realiza mentalmente un viaje en ómnibus hasta arribar al balneario en cuestión, donde se cruza con vivos y muertos. (Ver recuadro 2) El cuento es una proeza en el manejo de las estratagemas espacio-temporales de la escritura. Por un lado, el narrador viaja sentado en el vehículo contando lo que observa: “Hace media hora pasamos San Carlos, donde vive y pinta el Lucho para el invierno, que es este tiempo”. Por otro, salta en voltereta mortal hacia el pasado: “la muy digna ciudad de Rocha, blanca y conserva hasta los huesos, la mitad de mis amigos pasaron a probarse su capucha por el cuartel de las Fuerzas Conjuntas  […]  Pero no, todavía no llegué a esa noche, estoy varios inviernos aquí, cuando el viejo Gestido gobernaba esta noche de mi memoria”.  De pronto, se eleva con un magnífico firulete de trampolín hacia el futuro: “el boliche de Lucho con las dos sirenas tetonas que sostienen el techo de la galería… La Pedrera con la torre de Renata y la misma Renata  […]  que al fin se encaminó también por la foránea”. Y cae parado en la capital porteña: “Podría fijarme aquí, esta noche, no pasar a otros tiempos ni proseguir mi propia historia donde en otra noche, prisionero nuevamente de Buenos Aires, recordaré a esta otra.” Finalmente, para rizar el rizo de la caída salvaje, se eterniza en el acto de escribir: “Dulce farolito del Cabo de Santa María, obelisco suplente, ¡cuántas historias alumbrarás todavía cuando yo sólo persista en estas líneas!

Qualis vita, talis et oratio. “La que siempre viene es Silvina Bullrich, y ese otro tipo macanudo, este escritor... ¿cómo se llama? Un hombre importante, ¿sabe? Que ha ganado premios y todo por sus libros... este... cómo se llama... ¡Me acordé! Conti. Haroldo Conti. El me compró un cuadro grandote, uno de una mujer en la playa.”6   No hemos podido saber que pasó con ese cuadro que Conti le compró a Lucho Maurente. Quizá marchó también esa espantosa noche en que lo raptaron y saquearon su casa “hasta no dejar ningún objeto de valor”, según cuenta Gabriel García Márquez en un artículo que, lejos de cualquier realismo mágico se torna escalofriante por el oprobio que denuncia y la impunidad que perdura.7 Quizás los asesinos no repararon en el valor (¿cómo podrían?) de esa pintura ingenua. En El retrato postergado (Argentina, 2009), documental que terminó Andrés Cuervo y que había iniciado su padre Roberto en vida de Conti, asoma un cuadrito de una pareja de tangueros bailando que tiene toda la pinta de una obra naïf de Lucho. Pero quién sabe, la aparición es fugaz. Luego se ve cómo Conti toca dulcemente la frente del ángel-mascarón de proa tallado por el otro marino de La Paloma, el capitán Alfonso Domínguez, “alias Cojones”. Colgado en su casita del delta El Tigre, el ángel-mascarón parece un pájaro imposible, casi monstruoso, con ojos hipnotizadores compuestos por arremolinados caracoles.8 En el filme, Haroldo se arrima para acariciar con dos dedos –que sostienen un pucho– la cabeza del ángel, luego toca su propia frente y besa su mano, en un gesto litúrgico de comunión con la “cosa”, uniendo destinos trascendentes.  Interesa constatar que en la novela el presunto autor de la talla se refunde con el de la Virgen de la Paloma: “Embarcó la venerada imagen de Nuestra Señora de La Paloma, tallada lo mismo que el ángel en un taco de fresno por el maestro Silvestre Nardi…”. ¿A cuál escultura podría remitir esta venerada imagen sino la que aún custodia la casa de la pintora Martha Nieves en La Paloma? Martha (San Carlos, 1926 - Maldonado 2014) , fue la principal responsable de salvaguardar las esculturas de cemento de Lucho al momento de la destrucción de su casa restaurán. El valor que el escritor asigna a los objetos que colecciona, tangibles o de memoria, se integran con naturalidad a una narrativa que encuentra en este locus un eje paradigmático donde el arquetipo y la sustancia se vertebran. “A las pequeñas cosas –sostuvo Conti– les doy mucha importancia. Si usted viene a mi casa verá muchos cachivaches. Bueno, es todo lo que va a quedar de mí, la lámpara que encendí con tanto cariño, la lapicera que he usado toda mi vida  […]  Yo le confieso que no le doy más importancia a mi obra que a las cosas físicas que dejo, porque ellas han compartido más vida, tienen mucho más sentido que mis libros. Los libros yo los escribo como vida que vivo, no como un monumento literario que dejo.” 9

Lupus in fabula. La obra de Conti se ha divido topográficamente según los ambientes en que desenvuelve sus historias. Sudeste (1962) para muchos su opera magna,transcurre en los canales y vericuetos del delta y es proa de una serie de relatos posteriores en donde El Tigre y sus tipos humanos marcan el rumbo. Alrededor de la Jaula(1966) la preferida del propio Conti,  transcurre en un Buenos Aires portuario y marginal, lo mismo que la novela En vida (1971) y los cuentos de Con otra gente (1967). El pueblo natal de Chacabuco y alrededores es el contexto de casi todas las historias de La balada… incluida la que da título al volumen. Mascaró, en cambio, construida como un relato de aventuras atraviesa varias comarcas.  No hay duda que las descripciones de Arenales y Palmares corresponden a parajes (y personajes) de La Paloma, La Pedrera, Punta del Diablo y Cabo Polonio. En la segunda parte de la novela (La guerrita) los asuntos acontecen en un clima de provincias. Pero la crítica ha preferido centrase en el talante combativo, “político”, de su trama y no tanto en el mapeo de atmósferas y afinidades electivas. ¿Constituye esta novela, para utilizar un símil bíblico, el camino de Damasco de Conti? Se ha visto la señal inequívoca de su tránsito al activismo libertario y aunque es posible que Conti lo viviera de esta manera, nos inclinamos a pensar que esta su última novela es más una especie de summa que un viraje. En sus páginas están como encapsuladas casi todas las historias que escribió. ¿Presentía Conti su final al punto de concebir una síntesis de su experiencia como escritor? Asusta pensarlo. Puede que se trate solo de las frecuentes obsesiones que persiguen a los escritores. Quizás en el inconciente ya todo está escrito. Pero a las pruebas me remito. Oreste, el protagonista de Mascaró y alter ego del escritor, que es empujado con cierta fuerza inercial por las circunstancias, lleva el mismo nombre que el melancólico protagonista de En vida y es su segura continuación. La tormenta que sacude al barquito Mañana es una paráfrasis de los avatares que sufre el Boga y su soñado Aleluya en Sudeste, salvo que el primero llega a mejor puerto. La historia de Basilio Argimón es un apretado resumen del cuento Ad Astra, y mantiene hasta el nombre de este extremo Homo Viator. El loco Garbarino que acompaña la revuelta del maestro Cernuda es el mismísimo loco de Las doce a bragado, el genial cuento del corredor de fondo de La balada… La historia del viejo león de circo Budinetto remite a dos puntas: al ambiente zoológico de Alrededor de la jaula y a la querida mascota de J. C. Legido: “el casi mastín Budinetto que yo mismo ayudé a enterrar en el jardín del fondo en el verano del 72”. (Tristezas…) Y así las intertextualidades se suceden y se elevan sobre el plano ficcional para alcanzar al real, ya sea por tangente en las anécdotas vividas entre amigos, o por adivinación: el asombroso anticipo que Conti auto-prefigura hacia final de la novela, con Oreste secuestrado y torturado por los “rurales”.

In memorian. En todo caso, los amigos escritores que son mencionados o entrevistos en Mascaró, también se avinieron a las citas del amigo y en vida de Haroldo o bien como homenaje postrero, le siguieron el juego. Felipe Novoa (Buenos Aires 1909 –  Montevideo 1989) poeta, crítico de arte, militante y navegante cum laude, es mencionado en dos oportunidades en Mascaró capitaneando al fantasmal buque Barón Grampo. Novoa le devuelve el gesto con la dedicatoria a La novia herida, poemario ilustrado por el artista Adolfo Nigro y se imagina a un Conti fantasmal y vengador en el cuento Pueblo perdido en el mar .10  Juan Carlos Legido lo menciona en el poema “Buenos Aires” de Poeta al sol de junio11 y le sirve de modelo para el relato “Haroldo o cómo interpretar a los lobos marinos”.12 Matilde Bianchi (Montevideo, 1927 - 1991) termina convirtiendo a Conti en un pez en Bajo el signo de Piscis. Las encuentros se continúan en este y en el otro lado del río.
Se entenderá por dónde viene, pues, el nudo marinero de esta nota. No por el análisis literario, aunque sea la literatura la que cuenta (en el sentido de decir el cuento). Mario Benedetti afirmó que los atributos más generosos de Haroldo fueron a los ojos siniestros de los militares elementos subversivos. “Toda esa vitalidad e inocencia de Haroldo, que eran esenciales en su obra y en su vida cotidiana, deben haber sido especialmente urticantes para las fueras represivas, para los ejercitantes del odio.”13  Humberto Constanstini da un paso más y lo imagina convirtiendo a sus opresores: “Estoy seguro que aún detenido y torturado Conti debe haber charlado con sus carceleros por la curiosidad que tenía frente al hombre  […]  Era muy difícil no ser amigo de Haroldo a los diez minutos de haberlo conocido”.14
La amistad, los objetos tocados para la gracia del tiempo y los lugares vividos constituían su verdadera épica. No en el sentido de un enfoque realista, neo-verista o realista mágico. Buscaba una transfiguración temporal de las miserias del mundo en humanas instancias compartidas:  “Por fin entiendo cuál es la Gran Cosa [de escribir], porque yo los junto a todos ellos, salto sobre las distancias y el tiempo y los junto a todos ellos en esta mesa del recuerdo que tiendo y sirvo para mis amigos.” 15 



RECUADRO 1: Alfredo "Lucho" Maurente

Resulta hoy difícil imaginar el balneario La Paloma sin la figura entrañable de Alfredo “Lucho” Maurente (San Carlos 1910 - La Paloma 1975). Fue obrero de la construcción y vendedor ambulante hasta que conoció la costa rochense y se hizo pescador. Autodidacta inquieto, comenzó tallando figuras en piedra para pasar a los viejos y duros tocones de madera que traía la sudestada. Incursionó también en la pintura con predilección por los bailongos, paisajes, retratos y fantasías religiosas. Decoró su propio rancho con incrustaciones de caracoles marinos y esculturas de sirenas, ballenas y un pescador de tamaño natural en arena y Pórtland, materiales con los que realizó la Virgen de la Paloma y el Cristo de los pescadores, hoy en al playa Los botes. Su vida y su obra sirvieron de inspiración a novelistas (Silvina Bullrich, Haroldo Conti, Juan Carlos Legido), habitués de su rancho convertido en restorán: “El copetín con mariscos”. Su producción pictórica destaca por el alegre colorido y la fina observación del detalle. En las lustrosas tallas de madera dispone los volúmenes y proporciones de sus figuras con un contundente vigor expresivo. En vida tuvo el dudoso galardón de considerársele el principal artista ingenuo del país. Su muerte, acaecida en el Año de la Orientalidad -según cuenta la leyenda al conocer la noticia de la destrucción  de su casa en el viejo muelle donde vivía-, sellaría toda una época del país: el fin de la edad de la inocencia.
Las obras en cemento que ilustran esta nota, se encuentran dispersas en distintos lugares de La Paloma, la mayoría de ellas en un creciente estado de deterioro. Tal vez sea hora de que las autoridades reconozcan el valor estético e identitario de estas piezas y devuelvan el esplendor de una obra que representa el auténtico sentir de toda una época. (Sigue a esta nota un informe sobre el tema).

RECUADRO 2.  El eterno retorno

El ómnibus del cuento era de la empresa Onda. Por eso al poeta Gabriel Di Leone se le ocurrió el año pasado, cuando estaba en la Dirección de Cultura de la Intendencia de Maldonado, conseguir un legendario GMC para repetir el viaje de Tristezas… en clave de homenaje. Di Leone no tuvo suerte con el ómnibus pero consiguió una Combi y el apoyo del Consulado de la República Argentina.  Un frío 12 de junio de 2015 un grupo de personas entre las que estaba el cónsul de Argentina, el especialista en la obra de Conti, Eduardo Romano, Tamara del Castillo, el poeta rochense Gonzalo Fonseca, entre otros, se largaron a la aventura del eterno retorno. Se realizó en Maldonado la proyección de un audiovisual facilitado por el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, se leyeron emotivos pasajes del cuento y de la novela Mascaró a la llegada en La Paloma y se encontraron con algunos de los “personajes’ de aquellas historias como la hija del Capitán Domínguez. ¿Quién se atrevería a decir que Haroldo no estuvo allí, de cuerpo presente, milagrera aparición a bordo del Mañana?

NOTAS

1. Agradezco los valiosos datos y testimonios aportados por Silvia Novoa, Beatriz de Legido, Gabriel Di Leone, Tamara del Castilo, y Juan Luis Martínez.

2. Haroldo Conti, Alias Mascaró, alias la vida. Eduardo Romano compilador, Ediciones del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti – ed. Colihe, Bs. As. 2008, p. 70-71.

3. Haroldo Conti, Biografía de un cazador. Nestor Restivo y Camilo Sánchez, Homo sapiens – TEA, Buenos Aires, 1999, p. 73.

4.“Emprendió viaje a Río el Atlantic”, 6 de agosto de 1965, citado en H. C. Bio…, op. cit, p. 72.

5. Marcelo Conti en H. C. Bio…, op. cit, p. 86.

6. Alfredo Maurente,  entrevista de Ramón Mérica, “Lucho, El ingenuo y la mar”, El País de los Domingos, Montevideo, 7 /5 /1972.

7. H. C. Bio…, op. cit, p. 206.

8. Una fotografía frontal del mascarón sirvió de ilustración de tapa de la primera edición argentina de Mascaró.

9. De la charla en el Instituto Superior de Periodismo, 1968, citado en H. C. Bio…, op. cit 194.

10. Conti–Novoa. Dos narradores del Plata, Signos, Montevideo, 1991.

11. Ediciones Destabanda, Montevideo, 1985.

12. Antología del Mare Nostrum, Trilce, Montevideo, 1988.

13. H.C. Alias Mascaró…, op. cit. 82.

14. Op. cit, 89.

15. Los caminos en La balada del álamo carolina, Emecé, Bs As,  2002, pág.  208.



* Este artículo se publicó por vez primera el 20 de mayo de 2016 en el semanario Brecha (Montevideo, Uruguay), pág. 12 y 13, en un número especial dedicado al año 1976 y los desaparecidos por la dictadura cívico militar.

INFORME ESPECIAL: Las esculturas a cielo abierto de Lucho (Informe Maurente 2016)


De los procedimientos artísticos en los que Alfredo "Lucho" Maurente (San Carlos, 1910 - La Paloma, 1975) incursionó, el dibujo, la pintura al óleo, la talla directa en piedra, la talla en madera y el modelado en arena y portland, quizás el último de ellos, no sea el más logrado desde el punto de vista de los resultados estéticos  (la talla en madera es ciertamente superior... siempre considerándola dentro de su personal estilo ingenuo), pero es el abordaje más importante desde la perspectiva de una valoración social de su propuesta creativa. Fueron esculturas definidas para ciertos espacios físicos y no otros, todos producidos en la década del sesenta en la costa del balneario La Paloma. La mayoría formaban parte de su rancho-restaurante en las dunas del puerto viejo, como las tiesas y altivas sirenas que servían de cariátides a un techo rústico, o el marinero que custodiaba la entrada y el horno de leña. Otras esculturas, como el Cristo de los Pescadores o la Virgen de La Paloma, fueron destinadas para espacios de culto popular, votivo, a cielo abierto.  

No sólo la destrucción por ignorancia o desprecio sufrieron estas piezas, también soportaron la intemperie por más de medio siglo -me refiero a las que sobrevivieron a la piqueta-, el vandalismo y las intervenciones de restauración  y mantenimiento desafortunadas.

Desde que tuvimos conciencia del valor patrimonial que representan  intentamos llevar un registro del estado de conservación. El Cristo,  el angelito, la Virgen, las dos sirenas, el marinero, y una cabeza de león son los escasos vestigios de un ambiente que de haberse mantenido hubiera podido constituir un museo de sitio de arte naïf. Dicho museo o espacio cultural,  por otra parte, hubiera ofrecido un interés turístico nada desdeñable en tanto constituye un rasgo diferenciador, con color propio y auténtico, para un balneario que año a año arriesga desdibujar su fisonomía ante la creciente estandarización de una oferta turísitica que tiende a la homogeneidad y a la mercantilización superflua de los contenidos o al simple desconocimiento de su historia.

No todo está perdido. Existen suficientes registros fotográficos y descripciones escritas del antiguo "Copetín con mariscos" como para reconstruirlo a cabalidad, si realmente se deseara. Dicha tarea se podría hacer en el marco de los estudios universitarios de la Facultad de las Artes instalados desde hace un tiempo en Rocha, con la ayuda de los testigos oculares de esa creación arquitectónica. Haría falta, además, un poco de sentido común y de voluntad política, elementos bastante menos frecuentes de los que cabe asignar a estas mismas palabras, tan recurridas. En todo caso, ante la peligrosa dispersión de las esculturas y su posible pérdida, conviene tomar nota de algunos aspectos delicados de su estado de conservación.

El Cristo de los Pescadores, emblemática obra que conoció tres emplazamientos -el viejo muelle en vida de Lucho, la avenida Nicolás Solari en los primeros años ochenta y el destino actual en la playa de Los Botes-,  presenta graves faltantes.  En uno de los traslados se rompió uno de los brazos, que fue reparado por un artista de la zona (Alfredo Cuello) y por terceras personas, pero no contamos con documentos de esas intervenciones.  Actualmente presenta un faltante en el sector frontal de la "corona de espinas", además de roturas y desprendimientos en diferentes partes del cuerpo.  Pero el principal faltante  histórico es el angelito arrodillado que originalmente Lucho colocó al frente del Cristo, a una distancia de dos metros, conformando un conjunto escultórico de fuerte pregnancia y cierta función votiva. 

Ese angelito arrodillado (pero que presenta dos pies delante y también dos detrás, en una solución creativa por demás ingenua) lo vi personalmente hacia el año 2009 en un corredor lateral de la casa de Martha Nieves en La Paloma. Desconocemos su actual paradero. Cabe agregar que si bien Martha fue, como hemos repetido siempre, la principal responsable de que hoy perduren las esculturas en arena y cemento de Lucho Maurente, las obras pertenecen o deberían pertenecer a toda la colectividad como, por otra parte,  ha sucedido con el resto de las esculturas (con la salvedad este ángel, la Virgen y la máscara de león).

Es cierto que la comparativamente escasa exposición a los elementos naturales de la Virgen de La Paloma, que desde su segunda locación permanece al frente de la casa de Martha, la ha protegido y ha contribuido a ser la pieza mejor conservada de todas las mencionadas, también es igualmente cierto que son comparativamente pocos quienes la conocen y pueden disfrutarla. En el recomendable caso de que se pudiera conformar un centro dedicado a Maurente sería justo darle un lugar de destaque acorde a su porte tan contundente como dócil y tiernos son sus "gestos" y terminaciones.


El Marinero con timón situado actualmente en la plazoleta cercana a  la estación de servicio ha sufrido diferentes roturas y desprendimientos y fue repintado (hacia el año 2014) con un pigmento sintético que desmerece el carácter cálido de la figura, otorgándole un componente de artificialidad que no fue buscado por el artista. Algo similar sucede con la sirena de rubia cabellera que se encuentra en la misma plazoleta. Para dar valores cromáticos a la escultura Lucho mezclaba el tinte (tierras de colores) con la arena y el mortero (portland) de tal modo que el color quedara integrado a la forma y no obturara los detalles de la textura porosa, típica de este material de construcción. Eso le otorga un grado de calidez y naturalidad mayor a cualquier tipo de esmalte sintético.

La escultura de la sirena de cabello oscuro nos da claros indicios de aquel procedimiento cromático de Lucho y de otro que es también muy personal y condice con su formación autodidacta. Para esta escultura Lucho (hay pícaras anécdotas al respecto) decidió cubrir los "senos" de la sirena con una especie de bikini o de sostén.  Dicho sostén está confeccionado con una capa de material coloreado de la manera antedicha y colocado respetando la anatomía original, los pechos de abultados pezones. En realidad el escultor ingenuo siempre procedía de esa forma en los detalles: adhiriendo y sumando el material con la forma ya "planteada". Como si las vistiera. Así sucede con la corona de espinas del Cristo, por ejemplo. Es por ello que el desprendimiento de parte de la corona no altera la frente del Cristo, que permanece lisa y "despejada". Un escultor profesional moldea el conjunto y trata de estructurar la pieza en un solo bloque, en la medida de lo posible, evitando las superposiciones y los aditamentos secundarios.

Pero para la reconstrucción histórica de la piezas en el caso de faltantes, como sucede en la escultura de la sirena de cabello morocha (resta un brazo, parte de la nariz y de la cabeza) esta operativa puede facilitar el proceso de restauración y constituir un guía segura para su implementación.

En cualquier caso hay que respetar los procedimientos y dejar marcas de los diferentes pasos a tomar, de modo que en el futuro, de conocerse técnicas reconstitutivas más adecuadas se pueda proceder a su remoción.  Toda intervención debe ser por principio reversible y estar fundada en un conocimiento técnico e histórico del lugar que ocupa la pieza en el imaginario de su autor y el sus contemporáneos.
Queremos, por tanto, concluir con algunos testimonios de diversas fuentes, algunas ligeramente noveladas, que dan cuenta del contexto cultural en que se inscribieron estas esculturas de Alfredo Maurente.


Testimonio de Martha Nieves:

"Aquel día en que me dijeron de su muerte, algo se rompió dentro de mí. Fui a La Paloma -todo cerrado con tablas- silencio, ausencia del que fue el alma del puerto viejo.

Una de las tantas veces que visité el lugar, un señor cargaba el marinero al timón que durante años estuvo frente al local. Una de sus cariátides (mujer sirena con sostén) también fue colocada en el camión. Creí enfermar al ver aquello. Pero ya la piqueta del progreso estaba dando buena cuenta de toda la construcción. Sólo quedaba en pie la pared de Neptuno y las naves, dignas de cualquier museo del mundo. Hablé con todos lo que pude para retirarla entera. Me miraron como si fuera un delirante. No conseguí nada, era un 'rancho' más que 'molestaba'.

Pedí las tres estatuas, que llevé a mi casa, sólo para salvarlas sin tener aún idea de qué hacer con ellas. Cristo, Virgen de La Paloma y Ángel. Alguien intervino a mi pedido para que ubicaran el Cristo en el mismo lugar. No fue posible conseguir nada.

Lucho me dijo: éste  Cristo lo hice para los pescadores. Mira hacia el mar, justo al lugar donde ellos deben pasar para ir a la pesca y allí los espera a su retorno. No quiero que lo saquen de aquí, solo para mi tumba. Ese Cristo, indudablemente su obra maestra, fue hecho cuando Lucho aún vivía bajo el muelle viejo, hoy aterrado. Lo modeló (mezcla y hierro) tirando su propio cuerpo en la arena mojada para que sirviera de molde. Magnífico autorretrato. Él no sabía lo que estaba haciendo, creaba como un niño. Primitivo, ingenuo, 'naïf' son los nombres que la gente culta da a estos seres. Puros, es a mi juicio el que merecen. Hoy el Cristo se va de mi taller, a ocupar otro lugar que el Gobierno le ha destinado. Sé que me va a doler su asuencia, lo sentía absurdamente mío. Sé que Lucho no comparte su emplazamiento (Martha Nieves se refiere aquí a la avenida Solari) pero los muertos no pueden opinar. Por eso lo hago yo, por él, con el justo derecho que me da la gran amistad que nos unió y el conocimiento profundo de su personalidad indoblegable. Todo está dicho ya."

Texto de Martha Nieves citado por el Dr. José Francisco Franca Caravia en La Paloma. Una historia desde 1803, Montevideo, 1986.  Franca Caravia, acompaña la cita con la siguiente frase:  "Tales palabras que Martha Nieves pensaba pronunciar ese 20 de diciembre de 1980 en la plazoleta de La Paloma, cuando el Cristo de Lucho fue emplazado en la Plazoleta donde termina la Av. Solari."



Testimonio de Juan Carlos Legido: 

“Nadie que pase por La Paloma deja de visitar la casilla del Lucho. A escasos metros del viejo muelle de madera y de las barracas, del apostadero naval, este boliche pescadería es uno de los lugares más pintorescos de la costa uruguaya. Sobre la carretera, oficiando de anuncio y dando el tono al ambiente, un pescador otea el horizonte y sostiene el timón, dejando al descubierto apenas un pedazo de cara. Es tan intenso el sesgo naturalista de esta escultura que un desprevenido puede fácilmente llegar a pegar un salto al sorprender figura semejante surgiendo de tierra firme. Así, de improviso. Casi parece estar oliéndose la tormenta por allí cerca. Bajando unos peldaños y en lo que podríamos llamar la fachada, Lucho trabajó un sistema de bajorrelieves coloreados con rabiosos verdes y rojos, entre los que se destacan un velero de tres palos debatiéndose contra las encrespadas olas y una purpúrea puesta de sol sobre un horizonte de mar, cielo y peces. Entrando, otros relieves coloreados trabajados en cemento. Aquí la imaginación de Lucho no se detuvo en pequeñeces. Un gigantesco pulpo nos amenaza con sus tentáculos y con unos ojos que brillan a la luz porque están revestidos por una lámina de vidrio. Sobre la misma pared, una sirena color terracota, los senos en punta, compensa en parte –sólo en parte– el horror que nos produce el monstruo que se agita a su lado. Entre las mesas, como museo de un gusto ecléctico y ligeramente pesadillesco, tropezamos con una serie de tallas en madera. Un enano en ademán de lanchar la bocha. Un boxeador petiso con los guantes calzados. Una cabeza de Artigas anciano. Otra de Cristo con la corona de espinas. Un busto algo parecido a la Dama de Elche, con dos soberbios rodetes. Y otras cosas por el estilo. Sobre la pared opuesta a la del pulpo y la sirena podemos darnos una tregua contemplando un paisaje al óleo del puerto de La Paloma, firmado simplemente ‘Lucho’, de una ingenuidad que trae a la memoria el estilo del aduanero Rousseau. Todo esto lo describo con cierta morosidad para afirmar que Lucho, a su modo, es un artista. Un artista intuitivo, sin cultivar, que aprendió solo, propenso al mal gusto y a algunas obsesiones zoológicas e ictiológicas, pero a quien nadie enseño que la materia debe estar de acuerdo con el tema y que es difícil comunicar a través del cemento o del hormigón coloreado. Pero Lucho es un artista a pesar de que debe ganarse la vida con su chalana, navegando mar afuera, o preparando chupines y cazuelas de mariscos para turistas o esperando detrás del mostrador que algún cliente le compre un sargo, una corvina o un lenguado. Pero Lucho es un artista aunque en su vida haya visto la reproducción de una obra de arte …”

Crónica de cuatro estaciones. Colección Carabela, Editorial Alfa, Montevideo, 1967



Fragmentos de narraciones de Haroldo Conti:

La historia de Arenales es sucinta. Cabe en una canción. Primero llegaron unos hombres y empezaron otro faro, un poco más adelante. En la mitad se saltearon alguna piedra y el faro les cayó encima. Al pie del nuevo faro, el verídico, hay una huerta, un cementerio con siete tumbas, un ángel de cemento, que llora, y un promontorio renegrido (...) Lucho había preparado comida de olla. Postas de corvina, almejas, camarones, algunas lonjas de tocino, rodajas de papas, cebolla, ají, laurel, unos puños de mostacholes, una cuchara de conserva y un golpe de vino. ’Cazuela de raspa’. Media horma de pan casero y una jarra de vino para acompañamiento.”

Mascaró. El cazador americano. Casas de las Américas, La Habana, 1975.


“Sucede más o menos así. La ONDA hiende la noche suavemente y yo avanzo sobre la ruta 9 en un hueco de sombras detrás de los chorros amarillos que van extrayendo la franja de cemento de la prieta oscuridad que más adelante nos cierra invariablemente el paso a la misma distancia. Hace media hora pasamos San Carlos donde, un poco antes
del puente, a la salida, vive y pinta el Lucho para el invierno, que es este tiempo.

Él no sabe que le pasé tan cerca, apenas una pared y unas sombras de por medio, y tal vez en ese mismo momento me imaginaba a cuatrocientos kilómetros de oscuridad en línea recta hacia el oeste, que es de donde vengo, de donde partí en la mañana para otro ensayo de ese viaje que alguna vez emprenderé sin regreso…”


Tristezas de la otra banda en La balada del 
Álamo Carolina, Emecé Editores, Buenos Aires, 1975.



RELEVAMIENTO EN IMÁGENES DE OBRAS EN CEMENTO DE ALFREDO "LUCHO" MAURENTE




Década de 1960. Vista del frente del "Copetín con mariscos" con las dos sirenas a modo de cariátides.
Lucho con invitados  De izquierda a derecha:
España Andrade (actriz de la Comedia Nacional y profesora de Teatro), Ana Inés Cardoso (la niña sentada en un banquito, hija de María Élida), asomándose con gafas de sol, María Élida Marquizo (música y educadora, hoy el Centro Cultural de Rocha lleva su nombre), Alfredo “Lucho” Maurente, China Zorrilla (actriz), Edgardo Ribeiro (pintor) y delante de Ribeiro, Betty Fernández (también pintora, residente en la actualidad en España) y por último, de perfil, malla, sombrero y vaso en mano, Martha Nieves (pintora rochense que rescatara importantes esculturas de Lucho cuando la destrucción de su casa-restaurante). Foto gentileza de Juan Luis Martínez.




Tres imágenes de "El Copetín con mariscos" en los días de la demolición, 1975 (Fotos de Archivco Enrique Gómez).


El Cristo y el ángel en su emplazamiento original en los muelles del puerto de La Paloma, años 60'. (Foto de Susana Duhalde)



El Cristo en los años 60' (Fotos del Archivo de Enrique Gómez)



Fotos gentileza de Muriel Cardozo, 2008


 Se constata la faltante de la corona de espinas. Febrero 2015 (Foto de Thiago Rocca) 




Desgaste por erosión. Detalles de roturas y faltantes, febrero 2016 (Fotos de Thiago Rocca).


Virgen de La Paloma en su emplazamiento original, muelles de La Paloma (Foto de Archivo de Enrique Gómez, años 70')

Angelito (casa de La Paloma de Marthá Nieves) Foto de Eloísa Ibarra, 2008.





 Detalles de la Virgen de La Paloma en su emplazamiento actual, casa de Martha Nieves en 2008  (Fotos de Eloísa Ibarra).

Virgen de La Paloma (Foto de Thiago Rocca, 2015).



Virgen de La Paloma en su emplazamiento actual. Foto de Thiago Rocca, 2016.

Sirena de cabellos negros, emplazamiento original, año 1975.







Sirena en el emplazamiento actual, con roturas y faltantes. Museo de La Paloma, febrero 2016 (Fotos de Thiago Rocca).


Escultura de marinero en su emplazamiento original, muelle del viejo puerto de La Paloma, años 70' (Foto del Archivo de Enrique Gómez).


Escultura de marinero en su emplazamiento actual, plaza del balneario La Paloma, año 2011. (Foto de Thiago Rocca).



Escultura de Marinero con timón en su emplazamiento actual, plaza del balneario La Paloma, repintado con pintura azul, año 2014.  (Foto de Thiago Rocca).





Escultura de Marinero-timonel en su emplazamiento actual, plaza del balneario La Paloma, con roturas (dedo pulgar mano izquierda, desprendimientos de capa picatórica y daños varios), año 2016.  (Fotos de Thiago Rocca).


Sirenas en su colocación original, como cariátides al frente del boliche de Lucho Maurente. (Foto Susana Duhalde)



Sirena de cabello rubio en su actual emplazamiento, plazoleta de la Paloma en Av. Solari. 2007 (Foto Eloísa Ibarra)



Sirena de cabello rubio en su actual emplazamiento, repintada en 2014, plazoleta de la Paloma en Av. Solari, año 2016 (Foto Thiago Rocca)


Cabeza de león. Frente de la casa de Martha Nieves en balneario La Paloma, 2016 (Foto de Thiago Rocca)