100 años de Magalí Herrera



En el centenario del nacimiento de Magalí Herrera recordamos a la genial pintora uruguaya con una serie de escritos y materiales relevados por el proyecto Arte Otro en Uruguay, y también con documentos raros o inéditos, algunos de los cuales proceden de la correspondencia mantenida con el Museo de Art Brut de Lausana (colección de Jean Dubuffet). 

Imagen: "A mi buen amigo J. D. (Jean Dubuffet) Magalí". Cortesía Museo Art brut de Lausana


Estuvo en el lugar indicado y en el momento justo: con Jean Dubuffet en Francia en 1968. Magalí Herrera (Tranqueras, 1914 - Paso Carrasco, 1992) podría verse hoy como la diva uruguaya del Art Brut. Produjo una obra sin referencias para forjar su propio estilo. Pero eso no le garantizó un reconocimiento en Uruguay acorde a su ímpetu creativo, ni mucho menos. Entre otras “rarezas”, que no fueron tales dada su inquieta personalidad, Magalí fue una escritora precoz que entabló amistad con Juana de Ibarbourou y fue una de las primeras personas en introducir al Uruguay la disciplina dietética de Oriente conocida como Macrobiótica. Comenzó a pintar a los 50 años sin conocimientos formales previos. Viajó a Europa y Asia con su esposo, entonces director del Centro de Estudios de las Culturas del Lejano Oriente en Buenos Aires, y a su pasaje por India y China tomó conocimiento de las filosofías orientales, cuya influencia en su modo de vida fue notoria. Con pasión y concentración esmerada, extendía líneas finísimas o depositaba diminutos puntos de color en constelaciones abigarradas y dinámicas sobre el papel claro o totalmente bruno, que en último caso le otorgaba una dimensión cósmica a sus trabajos. Dominaba la técnica de la veladura con la que sugería le expansión de redes intrincadas o remotas galaxias. Un arte paciente y luminoso, que hace pensar en un salto de escalas exponencial: desde el concentrado punto a la vastedad sideral. En Uruguay es casi imposible apreciar su obra. Gran parte permanece en la Colección de L’Art Brut de Lausana (Suiza), en Buenos Aires, en Asunción del Paraguay y en Taiwán, entre otros destinos dignos de su extraordinario periplo vital.


“Comencé a pintar cuando me puse un día a mirar un rayo de sol y sus reflejos. Siempre me he considerado y he querido ser más joven que la juventud. Siempre he querido enloquecer pero no he podido.”  Magalí Herrera



Imaginación órfica y sentimiento cósmico*

A fines de los años 50 la corriente informalista era conocida en el ambiente de las artes visuales del país. Recalaron importantes exposiciones del exterior (Antoni Tàpies, Alberto Burri, “Espacio y color en la pintura española de hoy”) y la influencia de algunos artistas extranjeros de renombre instalados o de paso por nuestro suelo (Leopoldo Nóvoa, Agustín Alamán, Jorge de Oteiza) contribuyeron aún más a su afianzamiento. Un más profundo conocimiento de las expresiones abstractas no geométricas –informalista, arte matérico, expresionismo abstracto– debido también al desarrollo de los medios masivos de comunicación (advenimiento de la televisión en Uruguay) generó un caldo de cultivo para nuevas expresiones que no se podían catalogar dentro de estas vertientes pero que las rozaban o al menos distaban aún más de sus “contendientes” pasados, en la vieja dicotomía de lo figurativo y lo abstracto (aunque varios artistas trasvasaran indistintamente sus fronteras, caso de Cúneo-Perinetti, Espínola Gómez, Lino Dinetto, entre otros), del concretismo versus abstracción lírica y el realismo social frente a la pintura-pintura. En todo caso, muchos creadores podían mirar con buenos ojos un cambio de escenario tras la dilatada prevalencia de la escuela planista y del constructivismo torresgarciano.
El ambiente sociocultural se prestaba para la experimentación y la aceptación de lo diferente. Magalí Herrera había nacido en Tranqueras (Departamento de Rivera), tenía veleidades de escritora y antes de llegar a Montevideo mantuvo correspondencia con la poetisa Juana de Ibarbourou. La leyenda le atribuye un romance con Carlos Gardel, versión que ella siempre negó. Comienza a pintar en forma autodidacta recién a los 50 años y expone por primera vez en la Asociación Cristiana de Jóvenes, dos años más tarde (1966). Su evolución plástica es precipitada, máxime si se tiene en cuenta lo lento y meticuloso de su accionar: con finos plumines traídos de la China y toques ínfimos de variados tintes, va llenando obras de respetables dimensiones, armando redes sutiles que parecen fundirse en un espacio abisal. Dibuja también, con simples lápices sobre papel, interminables volutas que conforman paisajes inhóspitos, como planetas deshabitados o inframundos. Es una pintura de resonancias abstractas, pero que impone mediante actos gráficos precisos una sugerente espacialidad.
En 1967 surge la posibilidad de realizar un largo viaje por el mundo con su marido. “En cuanto llegué a París, a la vez que visitaba exposiciones y museos, me puse a trabajar frenéticamente, como por lo demás hago siempre. En cuatro meses terminé dos de los cuatro dibujos que había comenzado; en un rapto de audacia se los llevé a una secretaria del famoso pintor Jean Dubuffet, fundador del Museo del Art Brut, y los compró de inmediato”. 1
El éxito se dispara rápidamente. Claude Fregnac, director de “Plaisir de France”, adquiere otras dos obras. También le compra algunas piezas el ideador del art autre, Michel Tapié, y escribe “dejémonos hechizar por los encantos de los espacios en tanto conjuntos de Magalí Herrera”.2
El hechizo funciona. Luego de su largo viaje por el Lejano Oriente donde recoge enseñanzas y filosofías que luego pone en práctica en Uruguay, la crítica local la recibe como “eufórica sacerdotisa de la pintura” (Di Maggio), “una maga del cosmos” (Roberto de Espada), una artista que “deliberada o intuitivamente –no lo sé– nos lleva a los orígenes de las cosas” (Daniel Vidart).3  También es invitada a Paraguay, donde expone, vende y cosecha varios galardones. 4
De nuevo en nuestro país realiza una exposición de 90 obras en la Alianza Francesa, muestra que titula “Art Brut”, abogándose para su sola figura todos los atributos de dicha corriente. “Parece más que una pintora una orientalista que se ha nutrido en largos viajes por China, India, Japón; apasionada de los regímenes naturales y de la cocina macrobiótica, una escritora capaz de crear bellos poemas en prosa, una ajedrecista que hizo tablas con Keres, famoso jugador soviético, y –por supuestouna pintora que ha recibido los elogios más entusiastas de importantes críticos y artistas”. 5 Desde una perspectiva histórica su mayor logro ha sido el de conjugar una obra de calidad artística con una nueva “espiritualidad” regida por otros parámetros que los practican las religiones tradicionales en Uruguay. Su arte insinúa un cambio de conciencia que pauta nuevas conductas en la vida cotidiana y que propicia una relación más desestructurada con el mundo de la cultura. “Los intelectuales pretendidamente revolucionarios –escribía Magalí desde París, apenas transcurrido el Mayo francés– que quieren ser revolucionarios, sólo pueden seguir un camino: renun- ciar a ser intelectuales, teniendo claro lo que significa hoy esa palabra, o sea, un dominio especialmente marcado de la cultura sobre el pensamiento. Habría que levantar para ellos escuelas de desculturización”.6
Las expresiones artísticas intermediadas por un despertar espiritual, si bien serán más frecuentes a partir de la década del 60, no quedan circunscriptas a un período, como lo prueba las búsquedas previas de Guido Silva, y en todo caso, expresan tensiones internas cuyas manifestaciones en el campo de la pintura propenden frecuentemente hacia cierta semejanza formal, aunque aparezcan en autodidactas en circunstancias y sitios diferentes: son a la abstracción lo que los arquetipos a las obras figurativas o las personalidades famosas a la pintura popular. Estas tendencias que aspiran a un sentimiento “órfico” del mundo (Michel Thévoz), donde la naturaleza gana de manera exuberante y colorida todas las “regiones” del cuadro, pueden verse también en las obras autodidactas de Cyp Cristiali y Alexandro García y en otros artistas que no podrían catalogarse como marginales, como es el caso de Miguel Fernández y Serrana García.

* Fragmento del capítulo homónimo de Otro Arte en Uruguay de Pablo Thiago Rocca, Linardi y Risso, Montevideo, 2009.   

1. “Magalí Herrera: Un éxito sin vanidad”, El País, s/firma, 12/09/1968.
2. Citado en “El ‘Art Brut’ en la Alianza”, sin firma, El País, 14/08/1980.
3. Ibídem.
4. En Uruguay, en cambio es reconocida con pre- mios de relativa importancia, el Premio Vincent Van Gogh del Banco Sudamericano en 1988 y Premio Pinturas INCA de 1989.
5. Roberto de Espada “Magalí Herrera. Una maga del cosmos a nuestro alcance”, El Día, 01/04/1988.
6. Citada en “Magalí Herrera: Un éxito sin vanidad”, El País, s/firma, 12/09/1968.




Magali Herrera Pinta en París.

Magalí Herrera radicada en París, trabaja en la Ciudad Luz, donde ha logrado hacer pie con sus pinturas abstractistas.
Entre las obras adquiridas, se hallan las compradas por Jean Dubuffet: dos dibujos y una gouche para su Museo. El crítico e historiador de los Castillos de Francia, Claude Fregnas, actualmente director de ‘Plaisir de France’ compró dos de sus cuadros de la serie ‘Galaxias’.
En la actualidad prepara para la artista una muestra para la que ya tiene destinados 23 cuadros. La exposición debe contar con cuarenta piezas, y es este el momento en que Magalí Herrera trabaja febrilmente para cubrir dicha cantidad de obras, imprescindibles para atender su nueva presentación.
Ha estudiado durante este tiempo en Museos y colecciones, y su obra trasciende dentro de un afiligranado tejido a punta de pincel, en el cual está la sensible expresión de la pintora, en una técnica moderna, y en un material puro y limpiamente ejecutado.” Eduardo Vernazza, diario El Día, 24 de mayo de 1968.


Artista plástica compatriota impone sus telas en Paraguay.

Es sabido que los uruguayos, fuera de fronteras y en todas las activiades, han logrado ganarse la consideración pública a través de gestiones de subidos méritos. A diario llegan informaciones referentes a lauros alcanzados por compatriotas, tanto en la faz deportiva, cultural o política, y de su proyección en el concierto internacional.
Es ahora que tomamos contacto con el resonante éxitos de la artista Magalí Herrera actualmente exponiendo en la galería más importante de Asunción del Paraguay. Una breve estadía en nuestra ciudad nos permitió conocer de cerca el desarrollo de su actividad, de sus fulgurantes logros y de la consideración que, por sus propio y reconocidos méritos, le tributan crítico especializados. Y en este sentido cabe transcribir lo que uno de los más exigentes y agudos críticos paraguayos, Osvaldo González Real, escribió en oportunidad de la inauguración de la exposición en la galería Arte-Sanos: ‘ Contemplar la obra de Magalí Herrera es acordarse del maravilloso poeta francés, y sentirse transportado hacia las fronteras inconmensurables del espacio. Somos testigos, antes de tiempo, de un arte primitivo del futuro…’”
Montevideo, diario La Mañana, 4 de octubre de 1976.


Los olvidados (6): Pintora Magalí Herrera

(…) Aunque incorporada desde temprano al Museo de Art Brut, creado por Jean Dubuffet, en Lausana, Suiza, Magalí Herrera quiso siempre separarse de otros colegas (naïves o ingenuos, pacientes psiquiátricos reunidos en el museo suizo) y afirmó su condición de primitiva, en el sentido de ajena a una formación cultural académica o formal, basada más bien en la intuición del transcurrir natural de las cosas. Casada con el fotógrafo y periodista Ruben Núñez, director del Centro de Estudios de las Culturas del Lejano Oriente en Buenos Aires, viajaron por India, China y la URSS, se detuvieron en París y al regresar se separaron, sin formalizar el divorcio.
Ese periplo fue importante para Magalí Herrera, donde su marido influyó notablemente en su pensamiento (con el tiempo se interiorizará en las filosofías orientales, en la práctica y difusión de la cocina macrobiótoca) así como la visión (superficial) de museos y galerías. Nacida en Tranqueras, Rivera, se inició como escritora y poeta (fue amiga de Juana de Ibarbouru), aunque no se conoce esa producción, y empezó a pintar en 1963, al filo del medio siglo de vida. Sus conocimientos eran dispersos, fragmentados, su experiencia con el arte, exterior, y en la soledad de su casa, pasando el arroyo Carrasco, hecha a semejanza de su obra con plantas de hojas pequeñas que desde el jardín trepaban a las paredes interiores como una pintura viviente, fue elaborando una obra única, con paciencia benedictina y a través de una lupa, con finísimos pinceles de pelo de marta traídos de China, pinturas y dibujos microscópicos, puntos y figuritas, en blanco y negro en colores de una hermosura y alegría inigualables.
Tenía golpes de audacia y de arrogancia, propia de los tímidos, podía tener relaciones agradables y recibir en su casa con encanto refinado, casi aristocrático (usaba un vestuario oriental y joyas exquisitas que acumulaba en un cofre) pero también podía ser caprichosa, interesada en establecer amistades estratégicas que le pudieran servir de trampolín hacia un nivel social superior al que siempre aspiró, manipulando hechos y situaciones con una endiablada facilidad. No era fácil mantener una amistad por mucho tiempo, aunque consiguió, con quien supo soportarla, realizar exposiciones en Buenos Aires, Asunción del Paraguay y Taiwan, que tuvieron gran éxito. Críticos y pintores visitaron esporádicamente su domicilio, amistó y se apartó luego de algunos de ellos, como de visitantes extraños y ocasionales, en una inestabilidad emocional permanente que la condujo, en un deterioro relativamente rápido de su salud, a la muerte. Estuvo aislada y solitaria, en contacto con círculos estrechos a veces, con el vecindario hacia el cual le brindó su generosidad, en permanente contradicción de una existencia que no tuvo plenitud sino en el acto de crear.
Pintó y dibujó de una manera especial: puntos y líneas, diminutas manchas, nunca pinceladas, sobreponiéndolas como veladuras, que invaden la superficie del papel (a veces blanco, otras negro) fue diseñando series que bautizó de cósmicas, ñanduty y ciudades imaginarias. Una forma expresiva que se complace en la filigrana, en la búsqueda de un finísimo entramado de encaje pero evitando, o deteniéndose, en el borde de lo decorativo. Y lo que en apariencia es un mero planteo ingenioso y amable, es el descubrimiento de un mundo abismal pautado de sensualidad y erotismo, encapsulado en extrañas y movedizas galaxias inventadas, ajenas a cualquier descripción naturalista.
Realizó varias muestras individuales en Montevideo (Biblioteca Nacional, Alianza Francesa, Museo de Arte Contemporáneo) en Rivera y, desde luego, en Tranqueras donde nació, en Buenos Aires con buena acogida de público y crítica. Pero su obra, cerca de un centenar, es atesorada en el Museo de Art Brut en Lausana, donde se exhibe periódicamente y acaso ya haya publicado algún ensayo sobre su obra Jacqueline Roche-Meredith. En Uruguay, la obra de Magalí Herrera se reparte por algunos museos de la capital e interior y algunas colecciones privadas pero sería difícil reunir un número suficiente como para una exposición reveladora de su talento excepcional."
Nelson Di Maggio, diario La República, Montevideo, 5 de julio de 2004




"Magali Herrera ou l’autre monde

… Vus de loin, ses dessins ne sont pas vraiment figuratifs, mais l’on retrouve parfois ce qui ressemble à une nébuleuse, à una coquille d’escargot, à une fleur, voire meme à  une soucoupe volante. En s’approchant toutefois, de petits bonshommes et d’autres motifs apparaissent comme autant de dessins dans le dessin, et c’est le nez collé au papier que des milliers de petits traits nous livrent leur secret: Chacón d’eux ressemblant à un autre change néanmoins imperceptiblement.  Il suffi de partir d’un coin ou du centre de la feuille pour suivre le parcours de sa pensée et ainsi entrer dans un monde par lequel ello oubliait la réalité. Caractérisique de l’Art brut, sa démarche à caractère obsesssionnel et aux vertus presque hallucinogènes, engendrait un résultat toujours involuntaire.
Bref, regarder les oevres de Magali Herrera, c’est enter dans une autre dimension, et c’est aussi bien découvrir avec fascination les obscurs recoins que les lumineuses plaines de l’ame humanaine.” Francoise Augsburger, L’Auditoire, Nº 104, Paris, abril 1996.


Inauguración de Galería Latina. Octubre de 1980. Magalí Herrera, Homero Capozzoli, Jorge Satut, Daniel Lucas en Canal 5. Foto cortesía de Pablo Marks.









Afiche (130 x 90 cm) y folleto de la exposición retrospectiva póstuma en Lausana 1996. Gentileza del Museo de Art brut de Lausana.


Tinta de Magalí Herrera. Colección particular. Obra exhibida en la exposición Arte Otro en Uruguay, Plataforma-Centro MEC, Montevideo, noviembre - diciembre 2008.



José Castro y la imaginería del inmigrante


Hace poco más de un lustro, en el marco del proyecto Arte Otro en Uruguay, conocimos a José “Pepe” Castro, cuando vivía en un paraje rural en San José. Su obra ha seguido creciendo y madurando como un gran árbol que nos regala sus frutos abundantes. Llegan nuevos trabajos y con ellos los reconocimientos, como la reciente invitación a participar del Internacional Woodcarving Art Festival en Beijing. Su obra actual se aventura en el color y su taller se ha mudado a Carmelo, en el departamento de Colonia. Pero más allá de estos cambios propios de un natural proceso vivencial y creativo, creemos que lo escrito para el catálogo de su muestra realizada en Galería Sur en enero de 2009, se mantiene con plena vigencia. *



Árbol aluvional:
José Castro y la imaginería del inmigrante.

Pertenece, al igual que Salustiano Pintos (Yerbal Patos, Brasil 1905- Montevideo, 1975) y Wilfredo Díaz Valdéz (Treinta y tres, 1932), al reducido grupo de artistas uruguayos de excelencia que se acercaron a la escultura en madera de forma autodidacta (pero con un manejo previo de oficios relacionados). El universo simbólico de “Pepe” Castro, sin embargo, dista de estos precedentes porque parte de un contexto social y de una visión del mundo diferentes.
José Castro nació en Bueu, una pequeña localidad en la provincia de Pontevedra (Galicia, España) conocida por sus actividades de pesca y marisqueo. El año de su nacimiento, 1939, coincide con el fin de la guerra civil española y el inicio la Segunda Guerra Mundial. José proviene de una familia de carpinteros: continúa la vocación de su padre y acompaña la de su hermano. Conserva incluso un hacha que hizo su abuelo paterno de la época en que todo el mundo se confeccionaba sus propias herramientas. Hacia 1946, con 17 años, debió emigrar para radicarse en Montevideo (en barco, como tantos europeos acosados por la pobreza) y desde entonces trabajó en ebanistería, confeccionando muebles de calidad. Se dedicó especialmente la fabricación de sillas: le mostraban los modelos importados de Europa y él los reproducía con lujo de detalles. Fue difícil ganarse la vida como inmigrante pero el país lo recibió en un momento de prosperidad. En aquella época solía darse el gusto de comprar hasta tres diarios por día para seguir con fruición las tiras cómicas, y recuerda aún vivamente los lujosos carnavales: dos hechos que resultarán significativos a la hora de analizar su ulterior desarrollo artístico. Trabajó en el oficio hasta la crisis del año 2002, cuando las carpinterías más importantes quebraron.

El tronco. Castro no pudo disponer de su tiempo para una educación formal completa. Nunca concurrió a escuelas de pintura, talleres de escultura o academias de artes. Pero siempre dibujó a cuenta propia y se pagó clases particulares de dibujo técnico. Llegó incluso a recibir lecciones en la casa de los mismos docentes que lo alentaron, pero siempre como una actividad secundaria, luego de concluida la jornada laboral. Hacia el año 1960 comienza a trabajar en su arte. Se sirve de todo clase de maderas: fresno, cedro, anacahuita, quebracho, lapacho (la mayoría son especialmente duras). Ciertas obras le demandan años: “La escalera humana”, por ejemplo, es una pieza única tallada alrededor de un gran tronco de fresno en forma de horqueta, en donde innumerables figuras desnudas parecen trepar una sobre otra rodeando el tronco y como desprendidas de éste. En general respeta el color de la veta, y únicamente emplea tintas o barnices para pronunciar ciertas entonaciones naturales de la materia. En algunos casos ha remarcado el blanco que ya traían las tablas -de viejas pintadas- con un poco de cal, consiguiendo un efecto que no desdice la antigüedad de la pieza original. En viejos durmientes que ha incorporado a sus ensamblajes (“Don Quijote”) prefiere dejar a la vista los rudos manchones de aceite que dejaron a su paso los trenes: “esa parte –asegura- es más dura que el metal”. En otras piezas lleva a cabo innumerables incrustaciones, escondrijos y compartimentos tallados dentro de los cuales dispone macaquitos de madera, calaveritas de plástico, billetes y otros objetos diminutos: son como los exiguos depósitos –relicarios profanos– que el inmigrante procura para mejorar su condición o poder retornar a su patria. Pero a la postre el sentido del ahorro cambia, dejan de ser un respaldo económico para transformarse en una estrategia emotiva de supervivencia. Así se guardan los trofeos afectivos, los juguetes, los vestigios de un tiempo en que la felicidad dejó misteriosamente su huella en los objetos más triviales y diminutos.

Las raíces. Castro posee una personalidad de sorprendente vitalidad, con un sentido del humor muy singular. En su acento conserva las trazas de su lengua materna, pero en lo que respecta a las influencias artísticas, asegura no conocer referencias. Los temas salen de su imaginación y de la observación cotidiana del entorno. Por supuesto que para reproducir una cabeza de Albert Einstein o el rostro de Ruben Rada debió mirar una revista y tomar el motivo. Pero su arte nace de la necesidad imperiosa de expresarse. Trabaja doce horas por día y así se logra el número, el tamaño y el detalle sorprendente de su producción. “Soy de mucha exigencia. Hago lo que yo quiero. El trabajar en esto y de este modo me da a mi una ventaja contra otras personas que están muy limitadas”. Se le nota un gran orgullo y consideración hacia su trabajo. Virtuoso de la técnica, logra un desbastado rústico pero preciso cuando lo desea. Las formas quedan compactas, contundentes. La mayoría del proceso –la talla, obviamente– es enteramente manual. Posee varios baúles ahítos de herramientas viejas y personalmente ha confeccionado algunas de precisión.

La copa que canta. Las tallas de Castro son, en especial los bajorrelieves, muy descriptivas. Narran historias, no de un modo secuencial como se puede leer en el cómic moderno, sino de manera sincrónica, total, como lo haría un observador omnisciente (la figura de Dios, tan cara al arte popular tiene también aquí un registro posible). En un relieve sobre la dictadura uruguaya, además de las torturas, los vuelos de la muerte, los robos de niños y otros crímenes cometidos por los militares, talló la ejecución sumaria del peón Pascasio Báez por parte de los Tupamaros. En “La Historia del mundo” aparecen desde personajes como Buda y Darwin hasta diferentes medios de transporte de varias épocas y especies animales extintas. Reproduce con mínimos elementos plásticos los monumentos históricos, edificios que llaman su atención y personajes reconocibles, y llega a rizar el rizo con una asombrosa reproducción tallada en dimensiones mínimas de “El Guernica” de Picasso. En ese sentido, en el poder de síntesis descriptiva, es un dúctil dibujante con un criterio de organización espacial muy acusado: le place compartimentar, llenando completamente los intersticios de las obras. Recoge elementos de la imaginería religiosa popular –santos, diablitos, calaveras–, popular urbana (homenaje al Montevideo del 50), de la tradición celta y gallega, muy reconocible en las figuras de los guerreros, templarios y santos, en especial Santiago de Compostela: aparecen, entre columnas, como sostén en el margen inferior de las piezas (cuando se le interroga por esta rara inclusión responde que es sólo por motivos decorativos, “¡Tiene que gustar!”, añade riendo). También se aprecian en sus relieves los viejos “cruceiros” que parecen tumbas elevadas, pero que representan en verdad las construcciones que se emplean para almacenar granos –llevan cruces en la cúspide– y que son un símbolo de Galicia rural. No faltan entre sus motivos las grandes cuestiones del momento como el derribamiento de las Torres Gemelas: en lo alto de los edificios conversan Bin Laden y George Bush (personaje que reaparece en varias ocasiones con cuernitos y cola de diablo). La muerte está siempre presente en forma de lápidas, cruces, calaveras o el típico personaje con la guadaña... La picaresca se denota, ora en un sentido satírico como en el hermoso  “retablo” con escenas eróticas, ora en un sentido surrealista como en la pieza relativa a los que emigran a España y caen en paracaídas: algunos se estrellan contra el suelo, otros planean en bicicleta, otros quedan colgados de los árboles. A veces, lo surreal llega con la realidad noticiero: un domingo en Montevideo es representado con una pelea en el Estadio Centenario a la vez que con una marcha de protesta con carros y caballos frente al Palacio Legislativo. Un motivo recurrente es la torre de Babel, incluso una escultura como “El Arca de Noé”, poblada de preciosas figuras de animales que ascienden la colina, guarda también esa forma de cono trunco e inacabado. 

Los grandes retablos o tallas en bajorrelieve parecen puertas que se abren a un mundo de historieta ilimitada, que se regodea en las aglomeraciones, en las desdichas y fortunas del hombre. En la vasta producción de Castro se respira esa idea coral y escatológica, de caos y muchedumbres sujetas a destinos y azares diversos. Múltiples tradiciones convergen en sus tallas. Como un verdadero inmigrante que se realiza a sí mismo, su obra sincretiza una imaginería aluvional, recoge pasado y presente, observa y critica la realidad con un sentido vitalista y descriptivo avasallante.

Pablo Thiago Rocca,
Salinas, Diciembre 2008


* Galería Sur, Punta del Este, Ruta 10 Parada 46. Maldonado (Uruguay). Agradecemos a sus directores Jorge Castillo y Martín Castillo, la reproducción de las imágenes que acompañan el texto.