Nueva sala para Lucho Maurente en el museo de La Paloma



El Museo de La Paloma es dependiente de Asociación Civil e Intendencia de Rocha. Funciona en la vieja estación de tren del principal balneario rochense, muy cerca de donde Alfredo "Lucho" Maurente /San Carlos, 1910 - La Paloma, 1975), montó su rancho a mediados del siglo pasado.

La responsable de la sección de museos de la Intendencia Departamental de Rocha, Alda Pérez,  alentó la idea de un espacio para el artista autodidacta, y nos contó de la participación de un grupo de liceales de La Paloma que se involucraron con el proyecto. "Este es un pequeño paso tras la valoración de Lucho"
Compartimos algunas imágenes del espacio que se va a inaugurar el día de hoy, domingo 6 de octubre de 2019, con motivo de las Jornadas del Patrimonio. 

Y agregamos un testimonio de Dr. José Francisco França Caravia, publicado  en el libro La Paloma. Una historia desde 1803 (Montevideo, 1986)

«Muy pocos conocieron a Alfredo Maurente, por lo menos por su nombre, pero todos los que llegaban a estas playas conocieron a Lucho, el pescador, el del puerto, el artista, el cocinero (...).Fue pescador y vivió siempre en el puerto. Fue turismo con su "boliche", sus cuadros, sus tallas y sus esculturas, y tuvo siempre una manera de ser, un don, que atraía y captaba a quienes lo oían.
No tenía una gran cultura, pero sabía de pesca, de cocina, algo de su arte y de la vida. En todo ello se destacó a su manera y así lo sabían sus amigos pescadores, sus clientes en arte y en comida.
Lucho llegó a estas costas, donde vivió hasta su muerte, a principios de la década del cuarenta, como uno más que comenzaría a dedicarse a la pesca, que en esos años de guerra empezaba a cobrar cierta importancia, sobre todo en las exportaciones de aceite de hígado de tiburón.
Y su primera vivienda fue el viejo muelle de hormigón, construido por la empresa del ferrocarril que ya en esos años estaba en tierra y que poco después comenzaría a desaparecer, tapado por las arenas.Allí, debajo del muelle, realizó sus primeros trabajos artísticos, pero tenía que vivir, y el hombre que llega de San Carlos va conociendo las artes de pesca, y comienza a trabajar para las primeras empresas de la zona.
Una de ellas era de "Barrere, Lauz y Bottini", y se hizo amigo de ellos, transformándose en cierto momento en hombre de confianza de Barrere.
También trabaja para "La Pampa", hasta que la aparición de los sintéticos sustitutivos del aceite de hígado de tiburón hace decaerla industria.
No eran épocas fáciles para la vida de un pescador, dado que las embarcaciones no tenían ni la eslora, ni los elementos técnicos de los pesqueros de hoy.
La vida era dura -y lo sigue siendo-, pero con mucho menor seguridad que la que ofrecen las embarcaciones actuales.
Pasó un tiempo hasta que Lucho construyó su "rancho" al costado del camino carretero que va hacia el puerto, sobre la costa, y a pocos metros del muelle.
En esos ranchos, que se fueron extendiendo al costado de la carretera por más de cien metros, los pescadores vivían, comían, guardaban sus artes de pesca e incluso el "bacalao" ya seco. Muchas veces, de acuerdo al tiempo, se cocinaba dentro de la construcción, y por lo tanto es de imaginar la mezcla rica y rara de olores que allí había.
Y comienza a cocinar, para amigos, para don Enrique (Barrere), para tripulantes, generalmente de noce; surgen así deliciosos chupines de pescado y olas que nunca eran iguales en cuanto al contenido, pero sí cada vez mejores en cuanto al sabor.
Pasan los años y ese cocinero en ciernes abre su "boliche" al público, a los pobladores, a los turistas en verano; pero, desde antes, en el rancho siempre había un vino, una caña o una grapa para los amigos y conocidos.
Todo el local era un delirio, murales con barcos a vela, ballenas, pulpos y tiburones trabajados y pintados, en las paredes, y también delfines, sirenas, medusas y tortugas, No había espacio que no estuviese decorado. Trabajos todos realizados en arena y Pórtland y maderas tallados.
En el frente del comercio se destacaban, además del horno decorado con caracoles y conchillas y a su lado un pescador de tamaño natural, vestido con capote de lluvia y un gran timón tomado por su mano izquierda, -resaltaban dos enormes sirenas, una en cada extremo del rancho, hechas con arena y Pórtland con sus pómulos pintados de rosado, sus cabellos rubios y sus enormes pechos cual faroles alumbrando el local.

Durante bastante tiempo esas sirenas, al igual que los mascarones de proa de los veleros de otras épocas, resaltaron en el lugar, como fueron ideadas y modeladas, desnudas, enormes, fascinantes, hasta que, un día, algunas señoras veraneantes comenzaron a quejarse de lo que consideraban in moral, pornográfico o atentario al pudor, y entonces Lucho, con su habitual tranquilidad y una muy especial filosofía de vida, modeló sobre aquellas sirenas, con el mismo material de arena y Pórtland en que estaban realizadas, unos soutiens, sostenes, corpiños o como se les quiera llamar, que obraron inmediatamente tranquilizando a las señoras y sus pudores, sin perjuicio de que todo aquello resaltaba más, y mostrando menos, mostraba mucho más.
Pero Lucho el pescador, el barman. El cocinero, el hombre con una forma de vivir y de pensar muy especial, muy natural, tal vez con algo de niño grande, fue también un artista. Un artista desde el primer momento en que llegó a La Paloma.
Debajo de aquel viejo muelle de hormigón, tallaba viejas maderas que el mar le traía, o que las dragas rescataban de algún viejo barco hundido, modelaba sus obras ayudado a veces por la arena, donde, con su cuerpo, lada la forma inicial de su creación.
Algunas de sus obras se encuentran en París, llevadas por una colectividad francesa, que venían todos los veranos y que, al descubrir aquellos trabajos, los adquirían para decorar sus casas y recordar estas otras.
Ellos fueron los primeros en descubrir el arte de Lucho, los primeros en aquilatar y valorar su obra, tal vez por aquello de que quienes viajan mucho, por sus actividades o por paseo, quieren guardar en artes y artesanías objetos de los lugares que visitan, como formas de fijar los recuerdos.
Pero también en Madrid existen en la actualidad obras de Lucho, y ello por el empeño de un uruguayo que tenía una pequeña galería de arte ubicada en un gran edificio frente a la Plaza España, mostraba al mundo cuatro talas de este artista de La Paloma.

La visión y el profesional que hay en Enrique Gómez lo llevó hace muchos años a comprar esos trabajos de Lucho, los cuales creemos continúan en su poder, pues siempre manifestaba "no están a la venta".
Sus obras fueron conocidas por franceses, uruguayos y argentinos, y aún por otros que nunca vinieron a esta playa, a través de esos ejemplares que se exhiben en Madrid, pero mucos no conocieron las pinturas, tallas y esculturas de Maurente, ni en su mayor parte podrán conocerlas, por su pérdida, que ocurre con la remodelación del puerto.
Lucho falleció el 18 de setiembre de 1975, es decir que su producción artística se extendió por más de treinta años; conocimos y conocemos gran parte de sus trabajos, y algunos los empezamos a ver cuando sólo eran un pedazo de madera
En largas horas de invierno -que eran las que dedicaba para su creación artística- con el Gordo Durán fuimos testigos silenciosos de su técnica para pulir los duros maderos obtenidos en la "crecemares" de los pamperos, como solía decir, o del corazón de desechados y viejos durmientes del ferrocarril.
Eran maderas de ricas vetas rojas y oscuras, que él hacía "nacer" con una mezcla de ceniza y aceite que frotaba con un pequeño trapo y una gran dosis de paciencia.
Así cobraba vida el veteado y luego el viejo madero iba tomando formas con el trabajo de sus manos, formas como la de aquella India amamantando su niño, o el busto del Cacique, concentrado y ceñudo. O el Linyera, quizás una de sus tallas más perfecta, más trabajada, y que Lucho regaló a doña Pepa, señora del entonces Jefe de la Estación del Ferrocarril. Lograba en la madera un brillo opaco, si así puede decirse, a la par de una textura que trasuntaba la calidez vital que el tallador imprimía en sus obras. Su conversación y su trabajo acortaban las noches y atenuaban el frío. Tal vez en aquellos momentos dimos más importancia "al momento" que "a la obra" que venía surgiendo y que se prolongaría en el tiempo. Y en las noches cálidas del verano, tampoco supimos dar el valor real a su trabajo, pues pensábamos que eran cosas para la temporada y los turistas. Con los años, desaparecido Lucho y su obra, comprendimos el valor de todo aquello.» 








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