La Intendencia de Rocha adquirió recientemente doce tallas en madera de Alfredo "Lucho" Maurente (San Carlos 1910 - La Paloma 1975). El pasado día 10 de enero se presentaron en el Centro Cultural de La Paloma.
El acto, organizado en el Centro Cultural de La Paloma por su directora Irene Soba, contó con la presencia del Intendente de Rocha Alejo Umpiérrez y el Director de Cultura Fabricio Núñez. Por otra parte, la artista plástica y docente de la UdelaR (CURE) Magali Pezzolano brindó una charla sobre la historia de La Paloma dando un contexto a la llegada de Maurente a la zona, a la vez que adelantó la noticia de la próxima restauración de las esculturas emblemáticas de Maurente situadas al aire libre (El Cristo de los Pescadores, las sirenas, la Virgen de La Paloma, el Timonel, etc).
En ese marco, Pablo Thiago Rocca fue invitado a dar la charla "El arte naíf de Alfredo 'Lucho' Maurente: cultura, identidad y territorio." Es la primera actividad en la que se celebran los 15 primeros años del proyecto Arte Otro en Uruguay.
"Resulta hoy difícil imaginar el balneario La Paloma sin la figura de Alfredo “Lucho” Maurente (San Carlos, 1910 – La Paloma, 1975). Fue obrero de la construcción y vendedor ambulante hasta que conoció la costa rochense y se hizo pescador. Autodidacta, comenzó tallando figuras en piedra para pasar a los duros tocones de madera que traía la sudestada. Incursionó en la pintura con bailongos, paisajes, retratos y fantasías religiosas. Decoró su rancho con incrustaciones de caracoles marinos y esculturas de sirenas y fauna marina en arena y Pórtland, materiales con los que concibió el Cristo de los pescadores. Su vida sirvió de inspiración a novelistas –Silvina Bullrich, Haroldo Conti, Juan Carlos Legido¬ todos ellos habitué de su rancho convertido en restorán: “El copetín con mariscos”. Su producción pictórica destaca por el alegre colorido y la fina observación del detalle. En las lustrosas tallas de madera dispone los volúmenes con un contundente vigor expresivo. En vida tuvo el dudoso galardón de considerársele el principal artista ingenuo del país. Su muerte, acaecida en el Año de la Orientalidad –al conocer la noticia de la destrucción del viejo muelle donde vivía–, sellaría toda una época del país: el fin de la edad de la inocencia." Pablo Thiago Rocca, Otro Arte en Uruguay, Linardi y Risso, Montevideo, 2009.
Compartimos algunas imágenes de la actividad y testimonios históricos del propio artista entrevistado o de personas que lo conocieron, respecto a las tallas de madera y su peculiar proceso creativo.
«Desde chiquito me gustaba pintar. Iba en el tranvía y miraba las orejas de la gente. ¡Me daban un trabajo pintar orejas! Y como era lo que más me daba un trabajo, era lo que más miraba, sobre todo esa parte de adentro, esas arrugas que tiene que es lo que le da el volumen, lo que hace que parezca algo vivo. Pues eso era lo que me daba más trabajo. Y después de las orejas trabajé en piedra, en granito. Hacía caras. Pero de antes ya me gustaba pintar. Una vez en la escuela la maestra nos mostró un libro con el dibujo de un zapato para que lo copiáramos. Todos lo copiaron igualito, pero yo no. ¿Sabe lo que le puse que el dibujo no tenía? Estas tiritas de acá arriba: los cordones.» Entrevista de Ramón Mérica, “Lucho, El ingenuo y la mar”, El País, 7/05/1972.
«Llega un viejito y me dice: "Señor, qué linda piedra". Le pregunto: "¿Conoce de piedras?". "Sí, soy ingeniero, recibido en Francia, y vivo en Córdoba". Lo invité a pasar. Tenía piedras con las que había hecho monos, gorilas, cabezas... "No hago esto para venderlo, sino para entretenerme" le advertí, "y si algún día me hago una casa, quiero entre los cortes de piedra, entre trecho y trecho, poner estas cabezas. Quedarán lindas, ¿no? Hacer una hilada y poner las cabezas de los bichos, gorilas extravagantes ¿sabe?" Me contestó: "Se las compro todas". "Bueno, déjeme hacer números, y venga mañana." Le pedí dos mil y se lo llevó todo. De eso hace treinta y dos años.
– ¿Empezó con madera o con piedra?
– Piedra, y quedaba ciego, porque no sabía templar las limas. Trabajaba en granito negro, y volaban los pedazos. Siempre tenía problemas con la nariz de las cabezas. Por eso, ahora dejo la nariz para el final. Si golpea fuerte al hacer la oreja, se le puede caer la nariz. Tuve que aprender así, porque no tuve escuela. Mis esculturas en madera las hago sobre pedazos de barcos hundidos, que salen de la mar. Por fuera parecen malos, pero por dentro están sanos. Curados por la sal, parecen hueso. Una vez hice un indio. Lo corté y por dentro era verde. "Qué lindo", pensé. Pero se puso negro, como quemado. Ahora compro quebracho también. Dijeron que traerían algarrobo, pero no le tengo fe a la madera de acá. Es medio blandonga, la cortan a destiempo.
– ¿Y el tema? ¿Cómo surgieron las sirenas, por ejemplo?
– Una vez tuve que hacer un alero saliente, y para sostenerlo pensé: "Es mejor un tema de la mar". Se me ocurrieron unas sirenas extravagantes. Tuve problemas. No había nadie qeu no viniera a criticarme los pechos. Las monjas fueron las peores. Tuve que imporvisar unos trapitos para tapar...»
Alfredo Maurente: "La verdad de Lucho", Reportaje de Hugo Gilmet y Gabriel Peluffo, Marcha, viernes 19 de mayo de 1972. Montevideo, Año XXXIII, n° 1593.
«No crea que yo no soy organizado. Yo me levanto en invierno a las siete de la mañana, me preparo el mate y a las ocho me pongo a pintar, en mi casa de San Carlos, porque en La Paloma paso desde noviembre a marzo, más o menos, después me voy de nuevo pa’ San Carlos, pa’ mi casa, y allí pinto. Cuando me aburro de pintar, me pongo a tallar. Yo empiezo a ir a La Paloma más o menos en noviembre, cuando aparece el bonito, lo pesco, lo ahumo en un horno con laurel, lo corto en pedacitos y lo guardo. Cuando viene la temporada aquello es una locura.»
Alfredo Maurente. Entrevista de Ramón Mérica, “Lucho, El ingenuo y la mar”, El País de los Domingos, 7/5/1972.
«Entre las mesas, como museo de un gusto ecléctico y ligeramente pesadillesco, tropezamos con una serie de tallas en madera. Un enano en ademán de lanzar la bocha. Un boxeador petiso con los guantes calzados. Una cabeza de Artigas anciano. Otra de Cristo con la corona de espinas. Un busto algo parecido a la Dama de Elche, con dos soberbios rodetes. Y otras cosas por el estilo.»
Juan Carlos Legido de la novela Crónica de cuatro estaciones, Colección Carabela, Editorial Alfa, Montevideo, 1967.
«En largas horas de invierno –que eran las que dedicaba para su creación artística– con el Gordo Durán fuimos testigos silenciosos de su técnica para pulir los duros maderos obtenidos en la "crecemares" de los pamperos, como solía decir, o del corazón de desechados y viejos durmientes del ferrocarril. Eran maderas de ricas vetas rojas y oscuras, que él hacía "nacer" con una mezcla de ceniza y aceite que frotaba con un pequeño trapo y una gran dosis de paciencia.
Así cobraba vida el veteado y luego el viejo madero iba tomando formas con el trabajo de sus manos, formas como la de aquella India amamantando su niño, o el busto del Cacique, concentrado y ceñudo. O el Linyera, quizás una de sus tallas más perfecta, más trabajada, y que Lucho regaló a doña Pepa, señora del entonces Jefe de la Estación del Ferrocarril. Lograba en la madera un brillo opaco, si así puede decirse, a la par de una textura que trasuntaba la calidez vital que el tallador imprimía en sus obras. Su conversación y su trabajo acortaban las noches y atenuaban el frío. Tal vez en aquellos momentos dimos más importancia "al momento" que "a la obra" que venía surgiendo y que se prolongaría en el tiempo. Y en las noches cálidas del verano, tampoco supimos dar el valor real a su trabajo, pues pensábamos que eran cosas para la temporada y los turistas. Con los años, desaparecido Lucho y su obra, comprendimos el valor de todo aquello.»
José Francisco França Caravia, La Paloma. Una historia desde 1803. Edición de autor, Montevideo, 1986.
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