Arte, vida y muerte de Walter Mozzo



Tuvo una vida pobre y accidentada, pero eso no impidió que Walter Rolando Mozzo (Montevideo, 1-XI-1940- Rocha, 24-IV-1995) se expresara con su arte y llegara a realizar al menos una exposición de la que se conservan buenos registros.

La información a la que accedimos de Walter Mozzo, se la debemos al artista y docente Juan Luis Martínez, quien lo alentó a crear y a exponer su arte. "Pintaba y dibujaba sobre todo cachilas y calaveras", cuenta Juan Luis. Utilizaba para ello lápiz, birome y pintura acrílica sobre papel y cartón. Walter era un jornalero que vivía de hacer changas en Rocha y que se daba maña para todo tipo de trabajo. Tenía una anomalía craneofacial de nacimiento pero no una dificultad motriz o mental, ni ninguna discapacidad de algún tipo, “Sólo que vivía en condiciones de penuria”, cuenta Juan Luis. Fue este docente que lo alentó para que realizara una exposición en el Club Social Rocha en setiembre de 1991 y consiguió que Miguel Ángel Battegazore (que ya conocía la obra de Mozzo) y Juan Mateo Armando Clarke escribieran sobre su obra. (Reproducimos más adelante estos textos). 



La madre de Walter falleció en un accidente de tránsito. En una ocasión Walter le cometó a Juan Luis que había recorrido todo Montevideo en busca de su padre, sin éxito. Tenía ínfulas de ciclista y mucha manualidad, "incluso arregló con alambre unas llantas para adaptarlas a una bicicleta de menor rodado", comenta Juan Luis. En otra ocasión, se lo vio trepado en un camión con partidarios de Jorge Pacheco Areco (principios de los años setenta) pero luego Mozzo le confesó a Juan Luis, que no votaba a Pacheco, "sólo quería hacer ‘vínculos’". Era muy pícaro y avispado, algo que se aprecia en sus dibujos que tiene en las calaveras un registro irónico y mordaz al estilo de José Guadalupe Posada, salvo que Mozzo desconocía la obra del genial xilógrafo mexicano.





Su trágico fin -lo encontraron en el paraje "Las conchas" en la ruta 15, muerto de un disparo en la cabeza- ha rodeado su historia de un halo de misterio. Su obra posee el interés de las expresiones auténticas y autodidactas, con una inclinación hacia la sátira y el dibujo conceptual.


En la pintura el bodegón (“Naturaleza muerta en abismo”, acrílico sobre cartón, 24 x 35 cm, c 1991) se aprecia el interés del artista por enfrentarse a problemas técnicos complejos, como la introducción de la imagen de un espejo en un sector de la obra y junto a éste, una puesta en abismo, “la pintura dentro de la pintura” (margen superior derecho). Interesa el uso de una paleta muy libre, la sugerencia del volumen en especial advertible en los objetos –una jarra, una tetera, un frasco de perfume, una bandeja con algo como un pan de campo–, y no tanto en el entorno, trabajado en base a planos y manchas de colores apastelados. La tosca simulación de la pared de ladrillos también da cuenta de ciertas ingenuidades técnicas. La línea oblicua que sirve de contorno al montículo donde se depositan los objetos otorga cierto dinamismo poco frecuente en el género de la naturaleza muerta. Lo que cambia en la mise en abyme, significativamente, son los colores –viran a tonos rojizos– y las relaciones escalares entre los mismos objetos. Estos cambios pueden sugerir que no se trata de una misma realidad vuelta a representar, sino que en el pasaje de una pintura a la otra algo se trastoca, los objetos son los mismos y no lo son, han sufrido no solo una reducción de tamaño sino una transformación de carácter. Así como el pintor naturalista modifica la realidad al plasmarla en la superficie pictórica, dentro de esta los objetos vueltos a representar van perdiendo cualidades, simplificándose y alterándose. Las sucesivas capas pierden “sustancia”, se degeneran. ¿Es esta obra un reflejo platónico en la caverna de la pintura? “El concepto se separa del precepto y el pensamiento se mueve entre abstracciones”, afirma un tanto enigmáticamente Armando Clarke sobre la obra de Mozzo, tal vez, refiriéndose a estos juegos mentales. Lo cierto es que esta obra de Mozzo parece oscilar entre las dificultades técnicas naturales en un autodidacta, la picardía que es inherente a su chispeante personalidad y los hallazgos pictóricos, tanto de color y de forma como de ideas.

Pablo Thiago Rocca

Ante los dibujos de Walter Mozzo cabe reiterar el acto de fe que Malraux postulara respecto al lenguaje plástico de los niños: “A la maestría la sustituye el milagro”. Milagro sí, porque ante la presencia de ellos nos hace sentir que allí hay algo que pasa de lado esa penosa e ineludible etapa de aprendizaje y conocimiento artístico o que por lo menos no parece ser su resultado directo.

Es ese ‘registro intelectual’, el mismo con el que caracterizara Luquet tanto al arte primitivo como al infantil, que gobierna sus grafismos. Si reproduce al mundo lo hace siempre remitiéndose a un esquema interno, que por su semejanza con el ‘modelo interior’ de Breton puede explicar la tonalidad surrealista que aflora en los automatismos gráficos con que Mozzo lleva a cabo su expresión.

La línea de sus dibujos surge milagrosamente de sus mano, continua, sin titubeos, describiendo impertérritamente con gran acuidad, tanto los objetos inanimados del mundo exterior (sus asombrosas ‘cachilas’ que se diría salidas de Steimberg) así como aquellos más expresionistas que son proyección de su mundo interior y que remiten sin duda a experiencias dolorosas de una vida que parece no haber tenido muchas oportunidades de felicidad.

Por ello la exposición de estos trabajos que reúnen características que trascienden sus resultados estéticos puede constituirse en instrumento privilegiado de comprensión por parte de su comunidad.

Miguel Battegazzore, mayo de 1991.

Pocas veces en los últimos años, he sentido ante cuadros, la presencia de una vida tal vez de poeta. Se sabe, claro, que poeta no es tan sólo quien enhebra líneas de varias medidas en una página, sino todo creador que engendra algo no existente antes, en el simple (?) mundo de la imaginación.

Un juego fascinante de espacios abiertos y cerrados, que sugieren pérfidamente, la presencia insidiosa del volumen. 

Gracias, Sr. Walter Mozzo, por no pretender producir nada ‘real’.

Gracias por desengañarnos, una vez más, del mundo de las apariencias.

No desentendamos el don de entender las cosas pro lo que los sentidos nos dicen de ellas. 

El concepto se separa del precepto y el pensamiento se mueve entre abstracciones. Gracias, Rocha, por tener un hijo como Walter Rolando Mozzo.

Juan Mateo Armando Clarke, julio 1991










Fotos de la exposición gentileza de Juan Luis Martínez






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