a la memoria de Roberto Genta Dorado
Hijo de un zapatero italiano, Hilario Alberto Mastracusa,
más conocido como Alberto Mastra (Montevideo1909 - 1976) creció en el barrio La
Aguada de Montevideo y con el correr del siglo llegó a transformarse en uno de
los más respetados guitarristas, cantantes y compositores de tango del Río de
la Plata. Por su gran dominio técnico de la guitarra con su mano izquierda, se
le apodó “El zurdo” y sus composiciones fueron interpretadas por las orquestas
como la Aníbal Pichuco Troilo y Carlos Di Sarli. Sus tangos, polcas y milongas
fueron, además, cantados por referentes de ambas orillas del Plata, como
Roberto Goyeneche, Alberto Podestá, Edmundo Rivero y Lágrima Ríos, entre otros.
Pero el autor de “Mi viejo el Remendón” y “Miriñaque”
descubrió de mayor, a los 50 años de edad, una nueva afición en la que desplegó
todo su ingenio autodidacta. Obligado a reposo por una enfermedad, “un
acentuado mal hepático”, con la solicitud pendiente de su pequeña hija y el
asombro ante el viejo arte de construir barquitos en botellas, se volcó de
lleno a un emprendimiento sui generis
que consumó en solitario y del cual se puede decir que fue único cultor: la
escenificación de tangos propios y ajenos dentro de botellas de vidrio.
Casi todo lo que sabemos de la génesis de estas
escenografías mínimas y envasadas está escrito en una nota de Agustín Pucciano
que reproducimos más adelante y, por supuesto, de lo que surge de la
contemplación directa de estas obras actualmente en exhibición en el Museo y
Centro de Documentación de AGADU.1
El talante genuinamente naïf de estas creaciones no sólo
esta signado por el origen infantil de su labor -el arreglo de un juguete para
su niña de cinco años-, sino que cumple, además, con cada una de las fases de
iniciación tardía que acusan los aficionados a las fantasías del color. Es una
operativa que señalábamos en otros artistas naïf como Guillermo Vitale y Lucho
Maurente: “El autodidactismo del adulto mayor es uno
de sus rasgos, también el descubrimiento de su ‘don’ en circunstancias
fortuitas, cuya anécdota se transmite oralmente del seno de la familia al
barrio, cimentando una mitología personal que posee semejanzas con el despertar
espiritual de los profetas en las grandes religiones. Las semejanzas no
radican, por supuesto, en el tenor del hecho ni en su significado esencial,
pero sí en el tono y en la estructura del relato: accidente, perplejidad
inicial, visión trascendente, acción justa o reparadora, asunción de la
cualidad divina o don.” 2
El relato de Pucciano que reproducimos líneas abajo, da
cuenta claramente de este “despertar” típico del arte ingenuo. Las botellas de
Mastra concilian el encanto de un trabajo artesanal muy colorido, con la
minucia del detalle habilidoso y un interés eminentemente narrativo, que
condice con una síntesis descriptiva del tango o del personaje homenajeado: “Barrio
de Tango” de A. Troilo y H. Manzi, Miriñaque
cuadro emotivo, Homenaje a
Romanelli por su tango “Pobre Mascarita”, Allá
por el 900: los primeros tangueros, “Un
boliche” de Tito Cabano, son algunos de los
títulos de las botellas ideadas por Mastra.
La descripción de ambientes
tangueros es precisa y abunda en señales de época y mitología de barrio. Hay que detenerse
a observar los encantadores cajones de frutas, las botellas en los estantes de
los boliches, las miniaturas de las cajas de registro, los rostros toscos de
los personajes que tienen algo de títere antiguo (han sido tallados en
maderitas ) y juguete casero, para entender hasta qué punto Mastra elabora un
sentimiento plástico de gran autenticidad y potencia expresiva.
Como otros artistas ingenuos su necesidad imperiosa de
comunicación lo empuja a terrenos metafóricos que bordean el surrealismo, como
en el caso de la jaula embotellada. La importancia de las aves canoras en el
universo simbólico del tango se resume en el apelativo Zorzal Criollo (Carlos Gardel) o con aquel "Pájaro muerto" de Pintín Castellanos. Pero hay muchos otros ejemplos, como el remate a “Los
ladrones” de Raúl González Muñón en la voz del Tata Cedrón: “y de los objetos
dejados por la muerta [la madre anciana] a repartirse entre los hermanos,
eligen... una virgen de plata y el canario.”
Armar la jaulita vacía con ligero
aire de pagoda representa una exigida labor de paciencia y una imaginación no
menos admirable. Esta sumatoria de continentes y vaciamientos (la botella vacía de líquido que contiene la
jaula que contiene al pájaro ausente) solo es legible en el conflictivo
imaginario del inmigrante, encadenado a la vez que separado –físicamente
liberado– de su pasado.3
De botellas y recuerdos
No sé que hubiera pensado mi amigo, el poeta Roberto Genta Dorado (Montevideo, 1957- 2014) de estas sucesivas cárceles alegóricas de Mastra.
Tampoco sé que opinaba del Zurdo, musicalmente hablando. Sé que le placía
escuchar al Polaco y también a Rivero, que tenía debilidad por Zitarrosa y por
Gardel, al punto que alguna vez amenazó con regalarme un cuadro pintado por él
de El Mudo (un retrato de Gardel sin boca), óleo que luego encontró mejor destino en casa de un amigo.
Pues bien, hacia principios de este siglo me obsequió una
botella que contiene un dibujo en blanco y negro y un tapón forrado en papel de
aluminio. El dibujo o la monocopia es, no lo dudo, su autorretrato, de cuando
atusaba un bigote estilo imperio. Muestra un semblante quijotesco con una
mirada entre astuta y risueña. Eran épocas de intercambios de botellas, que
bebíamos y que también empleábamos para funciones ulteriores: en mi caso, había
editado un disco de poesía con el músico Fernando Pareja y realizaba distintos
objetos “asociados” a los que estampaba textos que antes habían sido incluidos
en el disco compacto y que luego, “objetualizados”, regalaba a los amigos. 4
Muchos creadores han empleado botellas de vidrio con fines
artísticos. Recordemos la
impactante serie de Ernesto Vila que juega con la anamorfosis, producida por la
refracción del agua, de imágenes de desaparecidos colocadas detrás de las
botellas.
Roberto Genta no era uno de los artistas marginales en el sentido
que se acostumbra dar en este blog. Pero su actividad plástica estaba sí al
margen de la creación literaria, a la que se abocó sin prisas ni pausas.
Organizamos juntos una exposición de sus pinturas abstractas de aire
informalista en el boliche El Lobizón, lo ayudé con la conducción del ciclo de
poesías De puño y letra, en un collar de
boliches que iban desde Amarcord a Jackson Club, pasando por Perdidos en la
noche, y que básicamente regalaban poesía y expendían alcohol (y alimentos). La botella de
Genta es también, como las de Mastra, única en su género. Me acompaña con el
rostro afilado detrás del vidrio, al margen y en medio del recuerdo. Porque
como en el poema que me dedicara en su libro Sangre Sucia, él se mantuvo siempre,
paradójicamente en el margen y en el centro de la poesía:
Siempre al margen/ canonizados/ lejos
Ahogados en tinta/ preludio de espanto.
A un costado de la vida y en medio de la vida.
Con el ojo de la muerte en un bolsillo.
Con sangre que no se derrama
porque nadie derrama la sangre de los muertos.
Siempre fuera/ al margen/
lamiendo pequeños huesos
de algo extraño que fue sol encadenado/
sumergida luna.
Siempre al margen/ con la muerte en el ojo.
Con el bolsillo lleno de palabras
que llaman al hombre/ a sus cosas/
al delgadísimo hilo que los ata a mariposas
mínimas/
prescindibles.
Canonizados/ ahogados en tinta.
Llenos de olvido/ los poetas.5
1. En Montevideo, calle Canelones 1130, Subsuelo Casa del
Autor. Queremos agradecer la gentileza de su directora, Estela Magnone, que nos
dejó tomar fotografías de las obras y facilitó la consulta de documentos de
prensa de dicho Centro.
2. Pablo Thiago Rocca, Otro arte en Uruguay, Ed. Linardi y
Risso, Montevideo, 2009, p. 55.
3. Guarda una estrecha conexión con aquella gran jaula –una
pajarera- con forma de transatlántico que fuera exhibida en el exposición Como
Uruguay no hay, curada por Gabriel Peluffo en el Museo Blanes, Montevideo,
2000.
4. Una de estas botellas con textos impresos sobre el vidrio
se la obsequié a Roberto, otra a Jorge Meretta (a la sazón compinche de Genta)
y cuya imagen, el autor de El sobrante del humo utilizó, no sin antes solicitar caballerosamente mi consentimiento,
para logo del sello editorial Botella al Mar.
5. Roberto Genta Dorado. Sangre sucia, Ediciones La Gotera, Montevideo,
p. 62, primera edición octubre 2002. Con ilustraciones del autor.
Documento: Las Botellas de Mastra
Por Agustión Pucciano
“Soy del barrio de la Aguada. Nací en la calle Yi 125, un
domingo a la mañana, cuando tañían las campanas de la Iglesia vecina, llamando
a Misa de Once.
Mi casa natal, estaba a espaldas del Molino Montevideano.
(…Y quizás por eso, me costó tanto ganarme el pan)”
Alberto Mastra, se hermanó al ambiente porteño en 1926,
cuando la guitarra y un portafolio, llevando todas sus pertenencias, cruzaba el
charco para ver qué pasaba ¡Y lo que pasó, pasó!... El mundo lo sabe! Los
papeles cantan!... Todo salta a la vista. Cuando lo apadrinaron los ‘monstruos
sagrados’ del Tango: Aníbal Troilo y Edmundo Rivero. Alcanzó el nivel de los
clásicos de la música y la canción del pueblo.
Gran escalada de éxitos lo encumbraron a los primeros
planos, con ‘Miriñaque’, ‘La Fulana’, ‘Candombe Federal’, ‘Mi Viejo el
Remendón’, “No la quiero más’, ‘Bon Jour Madame’, ‘El Peluquero’, y ‘El Viaje
del Negro’, entre tantos.
Mastra, oriental sin titubeos. Jamás desmintió su
nacionalidad. Es un ‘zurdo’ magistral pulsando el diapasón de su viola
compañera. Calidad multifacético como músico, autor, cantante, filósofo,
charlista’… y ahora en otra dimensión desconocida, ‘LOS TANGOS
EMBOTELLADOS’!
Esos mismos tangos que ya superaron las áreas orbitales en
una vuelta la mundo sin precedentes desde Montevideo a la Calle Corrientes,
Tokio, Berlín, Roma, Milán, París, Nueva York, Madrid, Barcelona, y toda
América Latina, sorprendiéndose con el arte desconocido de un habitante nacido
en ese puntito del Mapa, que se llama República Oriental del Uruguay.
Conocíamos… y usted conoció, ¿no es así? Los barquitos en la
botella! ¿Usted también lo supo, que hubo un pintor brasileño que expuso en la Galería Santos Dumont de Punta
del Este, una colección de paisajes cariocas, pintados sobre cabezas de
alfileres?... ¿Sintió hablar, o tal vez los ha visto, los cráneos
reducidos al tamaño de una
naranja, de los indios Jíbaros?... ¿Sabía que famosos miniaturistas japoneses,
habían escrito versículos completos del Corán, sobre granos de arroz?... ¿Y
nadie le contó, que en la exposición
‘Pueblito Español’ de Barcelona, muestran la típica artesanía, vida y
costumbres de España, donde el turista puede adquirí entre los ‘souvenir’
originales Cajas de Cerillas, cuyo contenido es un Colmao Andaluz, con
escenografía corpórea, instalaciones, y el tabladillo donde aparecen en el
esplendor de sus danzas gitanas la Lola Flores, la Carmen Ayala, o la Niña de
los Peines?... Por eso, que ante lo exótico y contraproducente que aparece en
cualquier rincón de la tierra, siempre hay un proqué para afilar el lápiz, y no
echar en olvido las cosas raras que andan por ahí.
Alberto Mastra, el arquitecto de la maravillosa muestra que
enriquece las vitrinas del MUSEO DE AGADU, nos obliga a historiar que al
promediar el Verano de 1959, cayó postrado en cama. Tregua artística, obligado
por un acentuado mal hepático. Así pasaron días y noches, con la radio en la mesita
de luz escuchando tangos, junto a su encantadora hijita que apenas cumplía
cinco años de edad y que un día antes de su primera salida a la calle –con
permiso del médico- le entregaba a papá, un trozo de madera que le había
saltado de un juguete. ‘-Con esto podría hacerle un nuevo juguete a mi hija.
Así le doy el gusto. Le hago un regalo y de paso me distraigo en los días de
‘cuarentena’ que aún me restan…’- Lo cierto
fue, que MASTRA cuando salió a la calle se fue a visitar las Galerías de 18 de
Julio, entrando a una de las ‘boutiques’ que tenía tras los cristales de la
vidriera una botella acostada. Dentro de ella, en su vientre de cristal el Mar
y un Barquito de blancas velas. Quedó fascinado. No era la primera vez que veía
una pieza de ese curioso arte de la paciencia. La delicadeza consiste en
elaborar un mundo marino en pequeño, introducido por el cuello de una botella.
Un arte que debe haber nacido tras los muros de una cárcel en las manos de un
penado, torturado por la soledad y la monotonía de lso días y años sin
esperanzas.
Mastra piensa. Mastra reflexiona. Mastra recuerda el juguete
prometido a su pequeña Vincky… ¿Por qué no hacerlo yo también?... Por qué no
embotellar el tanto igual que lso barquitos?... Y fue así que Mastra
Compositor, Guitarrista, Cantante, Filósofo, Charlista, le daría una nueva
variante al tanto, en una proyección imaginada en ese primer paseo de
convaleciente, al pararse ante la vidriera de una ‘boutique’ de una moderna
Galería de la Avenida 18.
MANOS A LA OBRA Y SE HACE EL MILAGRO!...
Otra vez en su casa… y la radio sobre la mesa de luz, seguía
dando sus conciertos de tangos. Había que pagar derecho de piso a la
experiencia. Pero Mastra no cejaba, comenzando su trabajo con una cortaplumas y
una hojita de afeitar usada. En aquella madera del juguete roto esculpió una
figura. Apneas la había esbozado tuvo un recuerdo para Pascual Contursi. El
letrista de ‘Cumparsita’. Compuso la figura sentada, para la cual labró una
silla. Después le dio color. La pintó. Pero vio que le faltaba algo. No voy a
dejarlo solo. Pensó en el fondo. El decorado. La imagen. Y el tema de Contursi
‘Mi noche triste’. Trabajó intensivamente. Se sintió poseído de entusiasmo al
comprobar que estaba descubriendo una habilidad artística que nunca había
soñado poseer. Él, era músico, autor, notable guitarrista. Cultor del tango. Y
tanto, que el tango no podía dejar de introducirlo en el nuevo género artístico
que abordaba por primera vez. Aquella figura de Contursi, se había rodeado de
las cosas mencionadas en el tema ‘Mi noche triste’. De la tragedia narrada en
el tango…
Percanta que me amuraste
en lo mejor de mi vida
dejándome el alma herida
y espina en el corazón…
La guitarra en el ropero
todavía está colgada…
siempre traigo bizcochitos
pa tomar con matecitos…
‘Hice todo cuanto dice el tango y lo metí en la botella’
–cuenta refiriéndose a su primer trabajo. Pero tuvo que abordar su propia
técnica. El procedimiento de los barquitos en la botella, consiste en trabajar
fuera de ella, para el velamen de la embarcación, una vez introducido en el
casco de la misma, es necesario plegarlo, para hacerlo pasar por el cuello de
la botella. Con un hilo colgado se tira de éste y el velamen queda desplegado.
Es lo que se llama, la técnica del plegado y el hilo.
La técnica de ALBERTO MASTRA, consiste en esculpir y lograr
las figuras y los objetos por partes, cuando el tamaño hace imposible el paso
por la botella, valiéndose de un alambre con la punta achatada a modo de
espátula diminuta. MASTRA emplea madera de álamo, sauce o ceibo. Además de
otras materias primas, como cartón, témpera, goma de pegar y papel. Un
pincelito completa su instrumental. La habilidad de sus manos… y toda la pasión
tanguera de su vida trasnochada.
Es una nota de AGUSTIN PUCCIANO apuntalada en recuerdo por
Alberto Mastra.”
Nota: Se ha respetado el uso de las mayúsculas, puntos
suspensivos y comas, tal como se reproducen en la publicación original. Boletín
de AGADU, Nº 17-18 de Setiembre Diciembre 1974. Gentileza del Museo y Centro de Documentación de AGADU.
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