Es una exposición como pocas se han visto en Uruguay en materia de arte popular y artesanías, tanto por su cantidad –600 piezas– como por su calidad. Grandes Maestros del Arte Popular Mexicano1 es un paseo obligado no solo para los amantes de las creaciones populares sino para todo aquel que aprecie las artes plásticas en su más vasta acepción.
“Bien plantada. No caída de arriba: surgida de abajo. Ocre,
color de miel quemada. Color de sol enterrado hace mil años y ayer
desenterrado. Frescas rayas verdes y anaranjadas cruzan su cuerpo todavía
caliente. Círculos, grecas: ¿restos de un alfabeto dispersado? Barriga de mujer
encinta, cuello de pájaro. Si tapas y destapas su boca con la palma de la mano,
te contesta con un murmullo profundo, borbotón de agua que brota; si golpeas su
panza con los nudillos de los dedos, suelta una risa de moneditas de plata
cayendo sobre las piedras. Tiene muchas lenguas, habla el idioma del barro y el
del mineral, el del aire corriendo entre los muros de la cañada, el de las
lavanderas mientras lavan, el del cielo cuando se enoja, el de la lluvia.
Vasija de barro cocido: no la pongas en la vitrina de los objetos raros. Haría
un mal papel. Su belleza está aliada al líquido que contiene y a la sed que
apaga. Su belleza es corporal: la veo, la toco, la huelo, la oigo. Si está
vacía, hay que llenarla; si está llena hay que vaciarla. La tomo por el asa
torneada como a una mujer por el brazo, la alzo, la inclino sobre un jarro en
el que vierto leche o pulque –líquidos lunares que abren y cierran las puertas
del amanecer y el anochecer, el despertar y el dormir…”. Sabrá disculpar el
lector esta larga cita inicial, pero no es posible hablar de la artesanía
mexicana sin remitirse al ensayo que Octavio Paz dedicó al tema bajo el título
“El uso y la contemplación”.2
Comenzar con Octavio Paz obliga también, por contraste, a
evocar la figura de Juan Rulfo: tradiciones literarias extremas que nos
recuerdan la complejidad radical de un México dadivoso de arte y maravilla.
Pues, tras la aparente simplicidad temática del arte popular dimana siempre,
como en la buena literatura de aquellos dos mexicanos, una complejidad
secundaria o terciaria. En el caso de la artesanía, desvelado el motivo simple
y a veces risueño, despunta luego un barroquismo mareador, una técnica
preciosista o una profundidad arquetípica en las imágenes que se adentra en la
noche de los tiempos. Esta ambivalencia que se descubre de forma progresiva o
escalonada es quizás la característica más notable y común del arte popular. (A
diferencia del arte contemporáneo que muy a menudo se basa en un solitario
golpe de efecto).
Los objetos artesanales parecen seguir una tradición
estacionaria, rígida y duradera, pero cada artesano le imprime su toque y
modifica con las manos una línea de trabajo centenaria. En esa tensión entre lo
que viene del pasado y lo que fructifica en el presente, entre el conocimiento
que abreva de la familia y de la comunidad toda, surge una obra que es síntesis
colectiva y arte con mayúsculas.
Porque las artesanas y artesanos mexicanos, como pronto
caerá en cuenta el visitante de esta muestra, no se andan con pequeñeces.3 Los
alfareros, por ejemplo. Nombres como Jorge García Antonio y Dorotea Mateo
Sánchez han concebido piezas de gran porte donde hasta los detalles son
monumentales. Gigantes cuencos con cabeza de gallina (en un estilo próxima a
cerámicas paraguayas de Itá), una figura femenina con un sapo como tocado sobre
en la cabeza, vestidos florales, una mujer que abraza dos cisnes que tocan el
violín y felinos que tocan la flauta. La imaginería fantástica de Irma García
Blanco surge de un contacto con la naturaleza –animales de corral, domésticos y
salvajes– muy distinta y distante de la producción industrial, ya que implica
otras formas de ver y fabular el entorno. En un gran número de piezas la
función de las mismas es simplemente decorativa o tímidamente votiva. Es decir,
pesa más la función de símbolo que la utilitaria (si la tuviere), precisamente
porque como sostiene Octavio Paz, “pertenecen a un mundo anterior a la
separación entre lo útil y lo hermoso”.
Seis pilares. La
riqueza del arte popular mexicano descansa, según José Tudela de la Orden, en
seis pilares.4 El primero de
ellos es la diversidad de culturas precortesianas –olmeca, tolteca,
teotihuanaca, huasteca, maya, totonaca, mixteco-zapoteca y azteca– que según
este autor fueron “más variadas en estilos y con más sentido decorativo que las
artes del otro gran foco cultural, el Central-Andino, del antiguo Perú”, en
donde primó un concepto ingenieril sobre el decorativo y el arquitectónico. (No
entraremos en discusión sobre este
punto, respetamos el juicio de Tudela en tanto propone una noción de “arraigo”
de las artes manuales más que de contenido propiamente dicho). El segundo pilar
se erige gracias al temprano ingreso por mar de los contingentes españoles, y
su relativa facilidad de acceso en comparación con otros destinos americanos,
como los puertos peruanos o rioplatenses, situación que fomentó una mixtura
cultural más intensa y precipitada. El tercer pilar consistiría en el influjo
francés a través del Imperio de Maximiliano que, aunque efímero, condujo
misiones científicas y artísticas que dejaron su huella. En cuarto lugar, “por
ser la puerta de entrada del puerto de Acapulco de las influencias artísticas
orientales aportadas por el Galeón de Manila, pues aunque esta influencia se
dejó sentir en todo el arte virreinal, fue mucho más intensa en las artes decorativas
de Nueva España.” El quinto pilar, según entiende el cronista español, el
carácter nacionalista mexicano volcado a un indigenismo entusiasta en todos sus
matices regionales, desde la indumentaria a las fiestas pasando por los
instrumentos musicales, que hace “de los propios mexicanos grandes compradores
de objetos de su arte popular”. Por sexto y último pilar, se entiende el
crecimiento del turismo y la proximidad de los Estados Unidos de Norteamérica
como de extraordinaria importancia para el impulso económico de estas
expresiones.
Pese a que estos fundamentos fueron expuestos hace ya medio siglo, explican, al menos los
cuatro primeros, la variedad social y la relevancia histórica del arte popular
mexicano. Nada nos gustaría más que creer que los dos últimos pilares siguen
vigentes, pero sería ingenuo creer
que la globalización de los mercados no haya operado en su contra. De hecho,
esta muestra es expresión de la necesidad de apoyo ante la posible desaparición
del saber artesanal. El éxito de la exposición debe medirse pues, no solo
dentro los límites físicos de la muestra sino en la amplitud de sus cometidos y
alcances sociales. (Ver líneas abajo "Contra el peligro de extinción")
Árbol de la vida y la muerte. La populosa presencia de la muerte en forma de calaveras, como era dable
esperar, conoce infinitos matices en esta muestra. Oscar Soteno García
construye con simpáticas calacas los florecientes árboles de la
vida, y las mezcla con las danzas típicas mexicanas. Alfonso Castillo concibe
un magnífico árbol homenaje al mole. El árbol de la vida es, en manos de estos
maestros, un continuo e inevitable entrelazamiento. El barroco es vivido como
un fenómeno de paciencia expansiva. Comienza con formas sencillas que se
superponen hasta llegar a lo complejo, pero no hay solución de contigüidad. Así
el árbol vincula al individuo con lo anónimo, liga al mundo religioso con el
profano. Es un laberíntico eje del mundo por donde circula la energía atávica
de la vida y el fulgor de la muerte. Todo ha de transcurrir entre el cielo y la
tierra: los pesebres o natividades, la revolución de Pancho Villa y las bodas,
la parada de ómnibus y los músicos ambulantes. Al cabo, el mundo imaginado se
desliza en un mestizaje alegre de color y ternura. Las gigantes piñas
puntiagudas y las torres de ollas de Pedro Ruiz Martínez participan también de
esta algarabía barroca. Todas las piezas, en su visible factura humana, táctil,
invitan a ser palpadas: de allí la proliferación museística de los carteles
prohibitivos, “Por favor no tocar”.
Naturalmente no hay un único recorrido posible. Como la
vista de uno de sus árboles de la vida, la exposición puede ser una experiencia
caótica y sensual. En una sala nos reciben tres estilizados jaguares de buen
tamaño, creaciones de Alberto Bautista Gómez, y al salón contiguo, en un sector
destinado a las máscaras, descubrimos una asombrosa que lleva tres rostros y
cuatro ojos. Se ha moldeado de tal forma que una única máscara compone dos
caras asombradas y un tercera llena de ira, con un sentido de la economía
realmente macabro.
En su realidad inabarcable la muestra nos transmite algunas
certezas: la vitalidad de las expresiones populares mexicanas y su ligazón con
los arquetipos y las imágenes ancestrales. La gratuidad del gesto artesanal que
no escatima tiempo ni trabajo, la generosidad de materiales y color, la alegría
no por infantil menos cierta de descubrir la miniatura encapsulada en lo
pequeño… todo eso debe venir atado al mito –al sueño profundo que bebemos noche
a noche–. Para que sobrevivan y no sucumban ante la invasión global de los
souvenirs y las baratijas importadas, las prácticas artesanales deben palpitar
un verdadero arraigo en la costumbre y en lo fantástico cotidiano, por parte de
quien realiza y de quien compra. No se inventa la artesanía, se recrea. No se
puede mentir el sentido de lo popular o de la tradición, pero hay que saber
buscar y encontrarla.
Notas
1. Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI), Fomento
Cultural Banamex, A. C. Hasta 31 de marzo 2015.
2. In/Mediaciones, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1979.
3. Referimos en particular al volumen de trabajo: la
miniatura siempre tendrá un lugar de privilegio en el corazón del artesano y
México no es la excepción, como lo prueba aquí las asombrosas piezas en
filigrana de plata.
4. Arte Popular de América y Filipinas, Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1968.
Contra el peligro de extinción
“Factores de muy diversa índole amenazan la producción
artesanal tradicional y sus procesos de ejecución; destacan, entre otros, las
características del mercado, la escasez o alto costo de las materias primas y
el tiempo que requieren para realizarse las piezas de factura más laboriosa.
Es por ello que Fomento Cultural Banamex, A. C. estableció
en 1996 el Programa de Apoyo al Arte Popular, generando un modelo de apoyo
integral, cuyos objetivos centrales serían: evitar la extinción de las
manifestaciones artesanales ancestrales, a través de la formación de talleres y
capacitación de maestros y aprendices, reforzar la identidad cultural y el
orgullo de los artesanos; coadyuvar al arraigo de la población rural e indígena
y al desarrollo de sus comunidades a partir de la creación de nuevos empleos y
actividades productivas, así como apoyar la generación de alternativas para la
comencialización de la piezas artesanales. Para poder cumplir con objetivos tan
ambiciosos se diseñó el proyecto subdividido en tres fases:
1) Identificar las especialidades artesanales y reconocer
la labor de los grandes maestros. A través
de un trabajo de investigación llevado a cabo por FCB se detectó y reconoció la
trayectoria de 181 artesanos. La selección abarcó 117 comunidades distribuidas
a lo largo de la República Mexicana. Se desarrolló una clasificación de nueve
ramas artesanales –barro, madera, piedra, textiles, metales, papel, piel,
fibras vegetales y materiales varios- dividias a su vez de acuerdo a la técnica
utilizada, la región donde se aplica, el tipo de obra y el uso que se le de a
la pieza.
2) Apoyar la formación de talleres artesanales, la
difusión y la promoción de la obra y el establecimiento de contactos para su
difusión. En esta segunda fase se destaca
la organización de exposiciones artísticas dentro y fuera de México, así como
una labor editorial para difundir la riqueza, variedad y calidad de la
producción artesanal.
3) Abrir y fortalecer canales de comercialización para la
producción artesanal a través de nexos comerciales, convenios mercantiles de
los artesanos con importadoras y exportadoras y otros agentes de venta en
México y en el extranjero. En sus 18 años
de creación el Programa ha beneficiado de manera directa a más de 1.500
familias. Las mujeres y su esfera de influencia –hogar familia– ocupan un lugar
importante ya que más de 800 participan directamente en el Programa. Lo mismo
ocurre con los grupos indígenas que abarcan 21 etnias de 17 entidades de
México. (Comunicado de Fomento Cultural Banamex A. C.)”
* Nota de Pablo Thiago Rocca publicada en
Imágenges gentileza del MPI
1 comentario:
bel exposition art naïf
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