La pandemia del Covid-19 ha tenido un efecto nefasto sobre los artistas y el campo cultural en general. Los artistas plásticos –pintores, escultores y artesanos– se han visto sumamente afectados por la crisis y han tenido que sobrevivir en base a pura imaginación y esfuerzos doblegados, sin poder evitar las privaciones por la baja de las ventas, la imposibilidad de sostener los cursos o talleres que impartían y la pérdida de las fuentes laborales.
También las galerías y los museos sufren la ausencia de visitantes extranjeros, de los grupos escolares y liceales que nutrían sus salas, y el notorio descenso en la cifra de visitantes nacionales, ya que muchos de quienes se interesan por la cultura y son habitués “espontáneos” de los museos y galerías, constituyen por su rango etario población de riesgo y han reducido su movilidad social. Es cierto que esta situación ha sido general para todos los países de la región, y del mundo, pero la respuesta colaborativa de cada Estado ha sido diferente dependiendo de los recursos económicos y de las políticas de contención social. Incluso varía según las diferentes micro-políticas locales y el esfuerzo de las comunidades y agrupaciones sociales para contrarrestar los procesos de deterioro del entramado cultural y de los medios de subsistencia.
Si para los artistas vivos y más activos, así como para los museos con más recursos financieros, la situación es muy complicada, ¿qué se podría esperar para las obras de una artista autodidacta fallecido hace más de 45 años, alguna de cuyas obras se encuentran desde entonces a la intemperie?
El “informe Maurente" de este año no puede arrojar, en este sentido, novedades auspiciosas. No han sufrido nuevos vandalismos y esa es quizás la mejor noticia que se puede dar. Las fotografías que dan cuenta del estado de las esculturas de Alfredo "Lucho" Maurente (San Carlos, 1910 - La Paloma, 1975) a cielo abierto, ubicadas en distintas locaciones del balneario La Paloma, fueron tomadas en febrero de este año: reportan las mismas faltantes, las mismas fisuras, los desprendimientos y fracturas que el año pasado, con el agregado de un año más de intemperie y de abandono.
Estas esculturas poseen aún la belleza estoica y melancólica de todas las grandes obras del arte del pasado expuestas a los elementos. Una belleza trágica, si se quiere. Lo problemático es que cada año que transcurre los esfuerzos y los recursos para revertir el estado de deterioro deberán ser mayores, más costosos y técnicamente más complicados.
Nos proponemos por tanto alertar una vez más sobre la situación de las piezas de Maurente y colaborar -con el auxilio de fotografías históricas que se pueden rastrear en este mismo blog en “entradas antiguas”- a la restauración de las mismas y a la revalorización general de la obra del pescador y artista autodidacta, referente identitario de la zona.
“Resulta hoy difícil imaginar el balneario La Paloma sin la figura entrañable de Alfredo “Lucho” Maurente (San Carlos, 1910 - La Paloma, 1975). Fue obrero de la construcción y vendedor ambulante hasta que conoció la costa rochense y se hizo pescador. Autodidacta inquieto, comenzó tallando figuras en piedra para pasar a los viejos y duros tocones de madera que traía la sudestada. Incursionó también en la pintura con predilección por los bailongos, paisajes, retratos y fantasías religiosas. Decoró su propio rancho con incrustaciones de caracoles marinos y esculturas de sirenas, ballenas y un pescador de tamaño natural en arena y portland, materiales con los que realizó el Cristo de los Pescadores, hoy en al playa Los Botes. Su vida y su obra sirvieron de inspiración a escritores y novelistas (Silvina Bullrich, Haroldo Conti, Juan Carlos Legido), habitués de su rancho convertido en restorán, “El Copetín con Mariscos”. Su producción pictórica destaca por el alegre colorido y la fina observación del detalle. En las lustrosas tallas de madera dispone los volúmenes y proporciones de las figuras con un contundente vigor expresivo. En vida obtuvo el dudoso galardón de ser considerado el principal artista ingenuo del país. Su muerte, acaecida en el Año de la Orientalidad –según cuenta la leyenda al conocer la noticia de la destrucción del viejo muelle y de su casa restorán–, sellaría toda una época del país: el fin de la edad de la inocencia.”
Otro arte en Uruguay, Pablo Thiago Rocca, Linardi y Risso, Montevideo, 2009, p. 146.
EL MARINERO
(Febrero 2021: faltantes de los pulgares en ambas manos, desprendimiento importante de la nariz, fisuras y oxidación de varillas de hierro estructurantes, capa pictórica -esmalte- en mal estado, aspecto general de deterioro)
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