Una diferencia importante, sin embargo, con los textos literarios, con
«la escritura del yo», es que sus dibujos ostentan el más absoluto desparpajo,
carecen de cualquier pizca de ambición seria y respetable. No le pesa dibujar
como un niño de 4 años, aunque nunca haya escrito como un niño de 4 años
(sospechamos que ni siquiera escribió como tal a esa edad). No le pesa esto, al
punto que es de los pocos pintores adultos en quienes resulta casi imposible
reconocer la experiencia de vida a partir de algunos de sus dibujos.
De
cualquier modo, los exhibió en muestras y los publicó en un libro facsimilar de
2019 que se titula La interminable (por una libreta que él llamaba así) y en su
prólogo dejó constancia de la deuda con el art brut, es decir, de su falta de
inocencia en la materia:
«Desde hace más de 40 años, cuando leí a Jean Dubuffet
(Escritos sobre arte, Catálogo de la Biblioteca del Penal de Libertad, n.º
5363), me ha interesado el arte de los no profesionales (art brut). He acumulado
lecturas sobre el asunto, y mi curiosidad (admiración) por esas obras, muchas de
ellas hechas por alienados, no ha disminuido. Cuando hago estas cosas pienso en
esa variante del arte menor. Pero nunca sé qué me motiva a hacerlas. A veces las
veo como un diario gráfico de mis días».
(Renglón aparte merece el hecho de que
el libro de Dubuffet haya estado en el Penal de Libertad, siendo como es un
libro subversivo en muchos sentidos de la palabra.) Esta libreta interminable –y
se constata una vez más con la muerte de Carlos– está repleta de paradojas. De
paradojas y de humor: «El ocio, padre del aburrimiento, del pecado, del vicio,
del crimen, de la literatura». En sus páginas todo está servido en el mismo
plato donde se fagocita la pintura y el texto, juntos y sin masticar: «Trato de
no hacer nada como siempre. No se puede». Y escribe con grueso marcador sobre un
marco de vagas reminiscencias torresgarcianas: «Noam Chomsky dijo hoy que a la
especie humana le queda tiempo escaso. Eso, según entiendo, incluye a los
uruguayos. Algo que, bien pensado, no deja de ser un alivio».
Las peripecias y
pastiches del señor y la señora Azul, los diálogos enervantes entre Soberbia y
Sordera, y las máximas imposibles como «No olvidar: no escribir» jalonan un gran
libro que es una libretita, que es un juego infinito y cortísimo, lógico y
absurdo, como la vida y el arte. En Vida del cuervo blanco (2015) Liscano
escribió: «Se busca en la palabra lo que se sabe, la palabra no puede dar. Se
busca entender, se busca ser libre». Quizás eso que no pudo darle la palabra lo
obtuvo con su pintura. No lo sabemos. Pero si no es la libertad, se le parece
mucho.
Pablo Thiago Rocca. Publicado en Semanario Brecha, 2/06/2023, Edición
1958
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