Escultores, niños y policías


Los niños no suelen ser los protagonistas de la estatuaria urbana. Esculturas en jardines y parques públicos reservan para ellos un rol secundario, generalmente apuntalan algún concepto edificante del cual suelen ser predicado y no sujeto. Se los puede ver en los monumentos a los maestros, en las maternidades de mármol, siendo rescatados por bomberos, conducidos por educadores, siguiendo a sus padres tras una carreta chueca o recibiendo el pecho de una madre abnegada. 

Siempre en actitudes pasivas, como complemento de una alegoría pasada o de un porvenir virtuoso. Nunca haciendo silbar un trompo, mascando chicle, jugando a la pelota o con una ceibalita, nunca practicando alguna travesura. Es decir, jamás se los coloca en su presente de niños: parece que no se prestan a ello, como si lo realmente importante de su infancia fuese inasible o, lo que es más probable, de escaso interés artístico para los adultos. Y esto vale, en líneas generales, tanto para la estatuaria académica como para las esculturas de autodidactas, de las que nos ocupamos en este espacio. Es cierto que en Montevideo se puede ver el monumento al Canillita (de Amado Chihan, 1927) pero el mozalbete es ya un adolescente orgulloso que carga con el hoy políticamente incorrecto –considerando su edad aparente– trabajo callejero. Armando González (“Gonzalito” 1912 – 1981) les dirige una mirada tierna en Niña de la paloma: esta infante podría estar durmiendo, tal su actitud tan tenue y tranquila, que resulta inverosímil.


En este sentido la creación autodidacta posee sus ventajas, pues la ingenuidad de la representación puede reforzar al idea de frescura de la actitud infantil. Sólo desde esa perspectiva, pues en el abordaje a los temas, los escultures autodidactas siguen la línea moralizante de sus pares con formación.


Por ejemplo, en el Monumento al Policía que se aprecia en el frente de la Jefatura de Policía de Salto, si uno se coloca en la justa perspectiva, puede imaginar que la mirada del niño modelado dispara un destello de inquietud y sorpresa, como si estuviera nervioso en el momento de posar (para la foto o para la escultura). No parece ser un efecto deseado por el escultor, que ha replicado su obra en distintas departamentos del país siguiendo las pautas de corte simbólico que las autoridades públicas esperan de estos monumentos: “El 18 de Diciembre de 1994 se inauguró el Monumento al Policía Nacional, obra del Sgto. 1ro. Juan Despaux. Construido a mano en hormigón, se compone de la figura de un Policía en actitud serena, firme, vigilante y respetuosa, cuya mano derecha reposa suavemente sobre el hombro de un niño, y representa el sentido de protección a la sociedad y al futuro del país prefigurado por el pequeño. Fue instalado en la Plaza Independencia frente a la Jefatura (Durazno), y otro idéntico en el patio interno contiguo a la Plaza de Armas. El 18 de Diciembre de 1990 se inauguró dicho monumento en el frente de la Jefatura de Policía de Salto, siendo declarado en esa fecha Primer Monumento Oficial de la Policía Nacional. Asimismo, se inauguró un idéntico ejemplar en la Jefatura de Policía de Canelones.”1

Los cambios de color y locación posibilitan lecturas más o menos ejemplarizantes de acuerdo a lo que podríamos llamar “la situación de enunciación escultórica”. El patinado del monumento de Canelones, por ejemplo, busca emular una moral broncínea o cobriza, de tipo incorruptible, que no parece convenir demasiado al candor infantil. 2


Deliciosamente naïf es el Monumento al soldado de Gustavo Garay en Paso de los Toros, que recuerda las terribles inundaciones de 1959 y la abnegada entrega de los soldados en la evacuación de la ciudad.3 La manera en que se ajusta el casco -menos que casco, casquete- o que deposita las palmas abiertas sobre el niño (que carga sin esfuerzo alguno), las piernas en paso corto apenas flexionadas y el propio niño como un acople que apenas sobresale de la figura mayor, otorgan una sensación de ternura y de firmeza. Es como si las dificultades con las que se topó el escultor amateur  y el empeño que puso en sortearlas, fueran de la  misma clase y hubieran sido vencidas con la misma paciencia y tesón, que las necesarias para llevar a cabo un acto de bondad y salvaguarda en una circunstancia adversa. Lástima el basamento de ladrillo visto que resta autenticidad y hace un poco menos creíble el recuerdo de la proeza.



1. https://www.minterior.gub.uy/webs/jdurazno/pag/historica.htm consultado el 12 de agosto de 2013.
2. Fotografía gentileza de la escultora Mariví Ugolino.

3. Fotografía gentileza del artista Fernando Stevenazzi.

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