Poeta “semántico” como gustó llamarse en algún momento, tras
su fallecimiento el pasado viernes 20 de setiembre, Ramón Guido Silva, Silvita
o Cacho para sus familiares, pasó a engrosar esa triste nómina de artistas
inclasificables y audaces que en vida se los trató con indiferencia. Creador de
una obra que aspiraba a la integralidad de medios y recursos, tan despareja en
calidades como diversa en motivos, hoy perduran apenas algunas pinturas
sueltas, folletos que él mismo repartía y que algunos amigos guardaron con
celo, y un libro de poemas publicado hace más de cincuenta años.
Hace apenas un mes, con motivo de su 95 cumpleaños, y aunque él no pudo estar presente, fuimos invitados a dar una charla en la Décima Bienal de Salto (una feliz
coincidencia) y logramos tributarle un homenaje en la Casa de Gobierno de esa
ciudad para finalmente efectuar la donación de dos de sus mejores pinturas (de las siete que
perduraron) al Museo de Bellas Artes Irene O. Gallino, según su expresa
voluntad.
Sabemos que tomó conocimiento de cómo aconteció el homenaje al día siguiente
y nos ayuda pensar que al menos entonces supo de un reconocimiento en la ciudad
en la que vivió por más de tres décadas (tributo al fin, aunque tardío).
Guido siempre se sintió un elegido por la divinidad y tal
vez sabía que su obra discurría por otros caminos casi secretos y misteriosos.
Llevó una vida larga y accidentada pero pletórica de creación y vuelo
imaginativo.
Saludamos a familiares y amigos recordándolo con uno de sus
poemas de “Impacto al infinito” (que otrora en declamaciones públicas fuera abucheado) que se titula precisamente “Recordación” y que es un llamado
de atención y una crítica a la carencia de sentido de “nuestro” tiempo.
“¡Murieron los relojes de cadena!...
Y en su lugar se luce
una pulsera.
Pulseras! Pulseras! Pulseras!
Pulseras!... Pulseras!...
Pulseras!...
las fuertes cadenas
con que ataban los ríos de las
horas
antiguas personas buenas?
Cadenas... cadenas...
cadenas...
Sobre los vientres arrobados
de aquéllas personas buenas
brillaban silenciosas
Pero no eran agresivas
esas fuertes cadenas
-¡tenían el alma cándida!-
y noble la materia.
Hoy en su lugar lucimos
concreta una pulsera.
Mas, qué cambio de frente...
¡y qué maneras!
Las fábricas resoplan todo el
día
para ofrecérnoslas.
Pero ¿qué hacen las fábricas,
vacías,
después de tanto afán y cruel
porfía?
Relojes, relojes, más relojes;
más relojes, más relojes,
todavía...
Giran las ruedas, las correas
bracean.
Ruedas gigantes y pequeñas
ruedas.
Aulladas voces sobre la marea.
Los cables, van y vienen
con esquelas.
Y el ama sola
en silenciosa espera.
Relojes, relojes, más relojes;
más relojes, más relojes de
pulsera.
Por todas partes y en feroz
condena
¡montando las muñecas!
como arañas trepadas y
mordiendo
los feroces relojes de pulsera.
Y qué blasón …
y aire, fuera!
Las agujas, fatídicas conversan
solamente de crímenes y guerra.
Los periódicos gritan.
Las emisoras velan.
Pasan los automóviles con
secretos ¡que hielan!
Relojes, relojes, más relojes;
más relojes, más relojes de
pulsera.
¡Ah!... Ya no existen las
pausadas cadenas
con que ataban los ríos de las
horas
en otro tiempo las personas
buenas!...
¡En su lugar se mira
esa implacable guardia de
pulseras!
Mientras somos más rápidos;
mientras en el alma ¡nieva…!
Agujas, agujas, agujas;
Más agujas, más agujas, más
agujas,
¡más agujas…
para los feroces relojes de
pulsera!
Guido Silva, “Recordación,” Impactos del Infinito, Montevideo, 1951.
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