Gorki Bollar (1944-2015) El pintor de sueños lúcidos


La noche del 27 de marzo pasado, en momentos que se desmontaba en Dodecá su primera muestra individual en Montevideo, falleció en Holanda Gorki Bollar.  Este pintor uruguayo de singularísima trayectoria tenía su pequeño atelier instalado en Ámsterdam, desde hace cuatro décadas. A principios de los años sesenta Gorki asistió al taller de José Gurvich en el Cerro y con un grupo de alumnos y colegas fundó el grupo “Taller Montevideo” (TM), que realizó varias exposiciones colectivas en Uruguay continuando la línea estética del Universalismo Constructivo. Obtenida una beca para viajar Europa en 1966, los cuatro artistas más activos del TM –Armando Bergallo, Héctor Vilche, Clara Scremini y el propio Gorki, luego se le uniría Ernesto Vila y Susana do Pazo–, se volcaron hacia un arte más experimental y rupturista, ligado al cinetismo y las performances callejeras. 
Alcanzaron un sitial de destaque en las neovanguardias europeas y norteamericanas del momento (actuaron en París, en Londres, en Chicago, representaron a Uruguay en la Bienal de Venecia). El legendario grupo continuó trabajando con variaciones en su integración hasta los albores del siglo XXI, pero Gorki se había separado a mediados de los años setenta para instalarse en Ámsterdam y dedicarse de lleno a la pintura, a la que, por otra parte, nunca había abandonado del todo. 

Mantuvo a lo largo del tiempo una estrecha amistad con los otros tres fundadores del TM  –todos aún muy activos en Holanda y en Francia- así como con sus vínculos en Montevideo. De hecho mantenía un contacto epistolar a través de cartas postales, e-mails y vía facebook, con una red de artistas y amigos uruguayos, con una frecuencia asombrosa. Nunca dejaba de responder un mensaje. Al igual que en su pintura, en su correspondencia Gorki transmitía un aire de cordialidad y delicada contención. Era muy reservado y evitaba las confidencias. Sin embargo, en una oportunidad se aventuró -con su estilo cauto- a contar algo de su historia:

Bollar, mi apellido, viene del nombre de un pueblo de la provincia de Vizcaya. Mis abuelos paternos ya habitaban en el Departamento de Treinta y Tres, donde tenían campo para dedicarse a la agricultura. Mi padre, Tomás Bollar, perteneció allá por los años treinta a una organización anarquista, llamada Lucha Libertaria, la cual había contribuido a formar al lado de un grupo de compañeros.  Publicaban textos y poesías relacionados con sus ideas; había entre ellos quienes escribían y otros que pintaban y exponían sus obras. (Su escritor favorito era Máximo Gorki, y por eso me dió su nombre). Todo esto sucedía en Treinta y Tres. Hacia 1939 mi padre se establece en Montevideo, donde trabaja como jefe de personal de una empresa de Montevideo. Aquejado por problemas de salud, mi padre falleció a temprana edad, en 1952. Me fue posible llegar a conocer su idealismo y convicciones. Elementos que más tarde encontraría en José Gurvich y su entorno. Conocí a Gurvich a través de Armando Bergallo y Héctor Vilche, que iban los domingos a pintar al Cerro. Gurvich dijo reconocer un primitivo en mí  […]   A los pocos meses, en 1962, fui invitado, junto con Bergallo y Vilche, a exponer en Amigos del Arte, que quedaba entonces en la calle Juan Carlos Gómez , siendo ésa mi primera exposición.”

Hasta hace muy poco, en Uruguay se desconocía su obra o se subvalorada. Los obstáculos para su asimilación no radican tanto en la inaccesibilidad de los originales como en su incómoda clasificación. Primero fue un pintor constructivo, más tarde incursionó en la pura abstracción (como telón de fondo a las creaciones del TM), luego realizó una figuración que al primer golpe de vista recordaba a los pintores naïf. 

Un estudio más detenido revela una increíble coherencia pictórica que se manifiesta y perdura en la sutileza de la línea, en la riqueza tonal y en una estructuración “de bajo ruido”, es decir, no marcada con cuadrícula ni con regla áurea. Es una pintura que lejos de ser anecdótica o de carecer de conflictos, acomete la extraordinaria aventura de transmitir estados anímicos sutiles, iluminaciones secretas, melancolías silenciosas, como si pintara sueños (pero no en la clave estentórea y pesadillesca de los surrealistas). 

La manera en que dispone sus personajes –léase personas, animales, bicicletas o copas de árboles– y los detalla con paciente destreza de miniaturista, nos obliga a pensar qué lugar ocupan en su pequeño mundo colorido, qué funciones cumplen, y por reflejo especular, qué papel jugamos nosotros, los contempladores de esas escenas luminosas y tocadas por el misterio. Reflexionando sobre su maestro Gurvich, Gorki escribió: “siempre he sentido que través de sus lecciones uno recibía una energía para continuar trabajando toda la vida. Como él decía: -‘...la pintura es una cosa que lo agarra a uno y ya no lo suelta más’.” La pintura no abandonó jamás a Gorki. Fue el barco por el que navega aún su imaginación, impulsada por una brisa fresca o como por arte de encanto.


Nota publicada por Pablo Thiago Rocca en Brecha, Nº 1533 p. 27, 10 de abril 2015. 
Imagen de Gorki del año 1967, gentileza de Walter Diconca.

No hay comentarios: