Annie Namer: Réquiem para una pintura sin mal


En diciembre falleció en Montevideo la artista uruguaya nacida en Hungría, quien puede considerarse una de las principales exponentes del arte ingenuo. Como la de otros artistas autodidactas, la pintura de Annie Namer aún espera un mayor reconocimiento institucional a nivel local.
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Annie Namer. La vida es una rueda. Óleo pastel sobre cartón, 2012.
Foto gentileza Néstor Pereira

Entrar a la sala principal del Museo de Arte de San Pablo Assis Chateaubriand es una experiencia impactante. No solo por el peculiar montaje ideado por la arquitecta Lina Bo Bardi, con esos caballetes de altos cristales que parecen suspender en el aire a cada pintura, sino, principalmente, por la excelencia de sus colecciones. Las obras están distribuidas de manera cronológica por la sala entera, de modo que, en las primeras filas de este ejército de vidrio, se pueden admirar pinturas del Bosco y de Rafael. Un poco más allá están el Greco, Rembrandt, Hals, Delacroix, Corot, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, y así se sigue avanzando por los siglos para discurrir entre las obras de brasileños como Alfredo Volpi, Candido Portinari, Di Cavalcanti, Agostinho Batista de Freitas, Maria Auxiliadora da Silva y José Antonio Antônio da Silva. Los tres últimos son artistas autodidactas y, aunque hoy esté mal visto el término, otrora fueron llamados naífs o ingenuos. De manera que uno puede ver, en un mismo espacio legitimador, una tela de Rembrandt y, a pocos pasos, otra de Heitor dos Prazeres. Aquí Modigliani y más allá Djanira. 



Modigliani en el MASP, 2019. Foto de Thiago Rocca


Brasil no ha tenido reparos en incorporar el arte autodidacta a su canon museístico. El resultado es impactante y enriquecedor. La colección del Museo de Arte Moderno de Chile, por otra parte, ostenta pinturas de Fortunato de San Martín, Luis Herrera Guevara, Dorila Guevara y otros pintores autodidactas más conocidos a nivel internacional, como Violeta Parra. En Paraguay, el Museo del Barro fusiona el arte contemporáneo más «citadino» con obras de Carlos Federico Reyes y creaciones indígenas del presente. En Argentina, el Museo de Arte Popular José Hernández alberga creaciones autodidactas y populares, artesanales y no artesanales, anónimas o personales. En la región, solo Uruguay permanece indiferente a los creadores autodidactas y se resiste a dejarlos entrar a sus museos.1 Ha prevalecido aquella aseveración –problemática por donde se la mire– del crítico Fernando García Esteban: «Ni en la época de su formulación, ni en la de su auge, ni ahora, que ya constituyen especímenes de antología, se dieron en Uruguay el ingenuismo ni el superrealismo o el futurismo».2 Por regla general, las instituciones museísticas de arte se han venido aferrando a una noción que no deja casi resquicios para los signos marginales que fisuran el compacto rostro eurocéntrico y masculino –en su amplia mayoría– del arte moderno y su canon nacional.

EXPONENTE NAÍFAnnie Namer (Budapest, 1 de mayo de 1930 - Montevideo, 8 de diciembre de 2020) puede considerarse la más pura exponente uruguaya del arte ingenuo. Se dirá que estas categorías artísticas de ingenuidad y pureza son también una construcción europea: nacen con el aduanero Rousseau y los pintores del sacre-coeur reunidos por el coleccionista alemán Wilhelm Uhde a principios del siglo XX. Y es cierto en cuanto a la recepción oficial o al reconocimiento de estos creadores. 

Pero, por tratarse, precisamente, de autodidactas que comienzan a explorar su medio expresivo a una edad madura, ajenos a las corrientes en boga e impermeables a toda sugestión académica, sus obras son autónomas y libres de estilo y, por tanto, una expresión local en su singularidad. Los naífs auténticos –creaciones de cierto aire infantil concebidas por adultos autodidactas– pintan sin mirar a sus costados. Los temas de su pintura suelen surgir de la observación directa del entorno y no de estudiar a otros artistas; tienen un alto contenido de idealización. Si bien las características de estas expresiones varían en cada creador, es frecuente descubrir algunos de estos aspectos: «La supremacía del color, la necesidad de colmar toda la superficie de la obra, el alejamiento del naturalismo en pos de una figuración emotiva o fantástica, la tendencia a contar historias, el cuidado detallista y, sobre todo, una visión positiva y luminosa de la existencia».3 Pues bien, Namer completaba todos los requisitos en este formulario y pasaba con nota sobresaliente.


Annie Namer en su casa, 2014.
Foto de Thiago Rocca

TRAYECTORIA SINGULARNamer nació en Budapest en 1930, pero el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial obligó a su familia a huir. Luego de radicarse en París, donde vivió tres años, emigró a Uruguay. El camino no le escatimó obstáculos ni penas, pero Namer evitaba hablar de su vida personal. Guardaba una gran fuerza interior y un sentido del humor a prueba de desastres. Ya era mayor cuando comenzó a dedicarse a la pintura. Al principio, tomó clases con Edgardo Ribeiro, pero el sistema de enseñanza la incomodaba. Debía encontrar su propio registro, su propia voz. «Todo se dio junto: el club, AUPI [Asociación Uruguaya de Protección a la Infancia], la pintura y mis tortas.»4 Cecilia Brugnini, artista y amiga, la alentó a que profundizara en su forma diáfana de pintar. Desde entonces, sus trabajos alimentaron colecciones privadas de Alemania, Argentina, Bélgica, Canadá, Colombia, Chile, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Grecia, Hungría, Líbano, México, Nueva Zelanda, Perú, Portugal, Uruguay y Venezuela. El Musee d’Art Naïf Max Fourny, de París, posee cinco de sus obras. Llevó adelante una exposición individual en 2012 en la sala Figari del Ministerio de Relaciones Exteriores y, en setiembre de 2015, participó de la muestra Arte naíf en Uruguay, en la Fundación Unión, en Montevideo.


Annie Namer. Sin título. Óleo pastel sobre papel, 2015

Los cuadros de Namer poseen una autenticidad fuera de discusión y una llamativa unidad compositiva. Tienen el encanto de una postal navideña cuando es recibida por un niño. Si le preguntaban por qué o para qué pintaba, respondía con la sinceridad de quien pretende un mundo mejor: «Lo disfruto, es una manera de decir sin palabras. La vida no solo son los horrores que muestran las noticias». Pintaba con óleo pastel motivos idílicos, escenas campestres, casamientos, parejas, niños jugando, paisajes de una paz radiante que se expande hacia los extremos del cuadro y lo colman: un mundo que desconoce la violencia, la destrucción, el dolor. Muchas personas extrañarán esta falta de conflictos en una obra de arte actual y les resultará «empalagosa». Pero, bien miradas, se podría decir lo mismo de la obra de Renoir y, algo mucho peor, de la de Rubens. Los grandes planos cromáticos erizados con formas florales y manchas encendidas poseen, en los pinceles de Namer, una robusta simplicidad. Especialmente sus nocturnos y atardeceres, paisajes de enamorados que, vistos por partes, parecen tender hacia una abstracción puntillista o hacia una disolución total.

«Mis cuadros son como bordados», decía Namer. Había algo verdaderamente innato en su forma de crear, espontánea y libre de culpa. Como una forma de la inocencia, lo cual no implica necesariamente falta de conocimientos. Una vez le pregunté cuánto tiempo le llevaba pintar un cuadro. Me respondió con un gesto de picardía citando a Braque: «El cuadro está completo cuando se acaba la idea».


Notas

1. Con honrosas excepciones, como la reciente incorporación de más de un centenar de obras de Javiel Raúl Cabrera al Museo Nacional de Artes Visuales (2019-2020) y las exposiciones en el Cabildo de Montevideo Habitantes del olvido, iconografía del anonimato (2016) y Tras las líneas bárbaras (2019), entre otras, que promueven nuevas historiografías locales.

2. Panorama de la pintura uruguaya contemporánea, Alfa, Montevideo, 1965.

3. Arte naíf en Uruguay, catálogo de la exposición homónima curada por Thiago Rocca en Fundación Unión, Montevideo, 2015.

4. Entrevista a Namer en su casa, 13-I-14.

* Nota publicada en el semanario Brecha por Thiago Rocca (14/05/2021).

El informe Maurente 2021



La pandemia del Covid-19 ha tenido un efecto nefasto sobre los artistas y el campo cultural en general. Los artistas plásticos –pintores, escultores y artesanos– se han visto sumamente afectados por la crisis y han tenido que sobrevivir en base a pura imaginación y esfuerzos doblegados, sin poder evitar las privaciones por la baja de las ventas, la imposibilidad de sostener los cursos o talleres que impartían y la pérdida de las fuentes laborales. 

También las galerías y los museos sufren la ausencia de visitantes extranjeros, de los grupos escolares y liceales que nutrían sus salas, y el notorio descenso en la cifra de visitantes nacionales, ya que muchos de quienes se interesan por la cultura y son habitués “espontáneos” de los museos y galerías, constituyen por su rango etario población de riesgo y han reducido su movilidad social. Es cierto que esta situación ha sido general para todos los países de la región, y del mundo, pero la respuesta colaborativa de cada Estado ha sido diferente dependiendo de los recursos económicos y de las políticas de contención social. Incluso varía según las diferentes micro-políticas locales y el esfuerzo de las comunidades y agrupaciones sociales para contrarrestar los procesos de deterioro del entramado cultural y de los medios de subsistencia.

Si para los artistas vivos y más activos, así como para los museos con más recursos financieros,  la situación es muy complicada, ¿qué se podría esperar para las obras de una artista autodidacta fallecido hace más de 45 años, alguna de cuyas obras se encuentran desde entonces a la intemperie?




El “informe Maurente" de este año no puede arrojar, en este sentido, novedades auspiciosas. No han sufrido nuevos vandalismos y esa es quizás la mejor noticia que se puede dar. Las fotografías que dan cuenta del estado de las esculturas de Alfredo "Lucho" Maurente (San Carlos, 1910 - La Paloma, 1975) a cielo abierto, ubicadas en distintas locaciones del balneario La Paloma, fueron tomadas en febrero de este año: reportan las mismas faltantes, las mismas fisuras, los desprendimientos y fracturas que el año pasado, con el agregado de un año más de intemperie y de abandono. 

Estas esculturas poseen aún la belleza estoica y melancólica de todas las grandes obras del arte del pasado expuestas a los elementos. Una belleza trágica, si se quiere. Lo problemático es que cada año que transcurre los esfuerzos y los recursos para revertir el estado de deterioro deberán ser mayores, más costosos y técnicamente más complicados.




Nos proponemos por tanto alertar una vez más sobre la situación de las piezas de Maurente y colaborar -con el auxilio de fotografías históricas que se pueden rastrear en este mismo blog en “entradas antiguas”- a la restauración de las mismas y a la revalorización general de la obra del pescador y artista autodidacta, referente identitario de la zona.



Resulta hoy difícil imaginar el balneario La Paloma sin la figura entrañable de Alfredo “Lucho” Maurente (San Carlos, 1910 - La Paloma, 1975). Fue obrero de la construcción y vendedor ambulante hasta que conoció la costa rochense y se hizo pescador. Autodidacta inquieto, comenzó tallando figuras en piedra para pasar a los viejos y duros tocones de madera que traía la sudestada. Incursionó también en la pintura con predilección por los bailongos, paisajes, retratos y fantasías religiosas. Decoró su propio rancho con incrustaciones de caracoles marinos y esculturas de sirenas, ballenas y un pescador de tamaño natural en arena y portland, materiales con los que realizó el Cristo de los Pescadores, hoy en al playa Los Botes. Su vida y su obra sirvieron de inspiración a escritores y novelistas (Silvina Bullrich, Haroldo Conti, Juan Carlos Legido), habitués de su rancho convertido en restorán, “El Copetín con Mariscos”. Su producción pictórica destaca por el alegre colorido y la fina observación del detalle. En las lustrosas tallas de madera dispone los volúmenes y proporciones de las figuras con un contundente vigor expresivo. En vida obtuvo el dudoso galardón de ser considerado el principal artista ingenuo del país. Su muerte, acaecida en el Año de la Orientalidad –según cuenta la leyenda al conocer la noticia de la destrucción del viejo muelle y de su casa restorán–, sellaría toda una época del país: el fin de la edad de la inocencia.

Otro arte en Uruguay, Pablo Thiago Rocca, Linardi y Risso, Montevideo, 2009, p. 146.


EL MARINERO

(Febrero 2021: faltantes de los pulgares en ambas manos, desprendimiento importante de la nariz, fisuras y oxidación de varillas de hierro estructurantes, capa pictórica -esmalte- en mal estado, aspecto general de deterioro)















LA SIRENA RUBIA

(Febrero 2021: Faltante en el pómulo izquierdo, fisuras y oxidación de varilla de hierro estructurante en el hombro izquierdo, manchas, desprendimiento de capa pictórica de una intervención pasada -esmalte- y aspecto general de abandono)

















LA VIRGEN DE LA PALOMA

(Febrero 2021: pies enterrados o faltantes, fisuras y oxidaciones en los rulos de cabello que cae sobre el pecho y en la base fisura importnate, pérdida de caracoles decorativos en los puños y despinte en el rostro y túnica)














LA SIRENA MOROCHA

(Febrero 2021: le falta el brazo izquierdo y los pies, presenta faltantes y desprendimientos en la nariz y en el bikini-sostén, conserva en el resto la coloración original)















EL CRISTO DE LOS PESCADORES

(Febrero 2021: fisuras, desprendimientos pequeños y grandes en el perizonium o taparrabos, oxidaciones en varios sectores de la figura y de la cruz, especialmente en los brazos, en la muñeca y en los pies. Por su ubicación -playa- y por ser la obra en espacio público por excelencia de Lucho Maurente, amerita cuidados especiales. Y pese a la fallida restauración de la corona de espinas que se transformó en visera, sigue manteniendo el porte y la dignidad de una gran obra de arte, como se puede apreciar en las imágenes).