Ramón Gallo (Concordia 1949 – Paysandú 1998)



Gozaba de cierto parecido fisonómico con Charles Bronson que supo explotar bien en sus galanteos. Le gustaba ir de traje y era, además, un buen imitador de Tita Merello. Hay quienes afirman que Ramón Gallo trabajó en un circo y que de allí aprendió sus “trucos” de “bichero”: amaestraba a los perros para tareas insólitas, pasaba por debajo de los caballos más mañosos y hasta cuentan que aparecía de vez en cuando por las calles del centro de Paysandú -la vista en alto, el tranco lerdo-, parado encima de su matungo. Lo cierto es que el hombre se ganaba la vida haciendo esculturas como “cisnes gigantes”, gansos, conejos, enanos de jardín, macetas de formas esféricas y cúbicas, llevando a cabo una intensa labor escultórica y decorativa, principalmente en la localidad de Quebracho y la ciudad de Paysandú.

Es de lamentar que la mayor parte de esta producción se haya perdido o se encuentre en estado de abandono. Los vestigios que perduran, como el kiosquito “El palo” (pequeña construcción en faux-bois), los bustos de Artigas dorados que donó a instituciones de la zona, y desperdigados restos de esculturas y decoraciones edilicias, dan cuenta de una buena dosis de humor y excentricidad. También evidencian una interioridad tenebrosa y quizás atormentada. “Solía llevar víboras en su bolsillo para asustar y sorprender a la gente. Les extraía el veneno. Decían que había estudiado magia, que tenía el ‘Libro Negro’, pero no, la gente le daba raiting”, comentó un familiar entrevistado. La serpiente es una presencia acuciante en su mayor escultura aún en pie (Junta Local de Quebracho): un pesado “tronco” porta-macetas al que se enrosca una “anaconda” de proporciones fantásticas. La forma tridente del árbol truncado abruptamente en sus principales ramas y el fuerte colorido de sus “habitantes” alados (pájaro carpintero, hornero, lechuza), le otorgan un aire inquietante, tenso. Elude con inteligencia la acostumbrada resolución simétrica axial de los árboles, que además suelen coronarse con una copa frondosa.

Las historias novelescas de Ramón, su posterior recaída en la bebida y el desenlace violento que conoció, no debieran eclipsar su aporte creativo: una obra que merece ser tenida en cuenta por su raigambre popular, por su colorido esquematismo y por la sincera búsqueda de un repertorio localista, que no excluye la extravagancia ni la picardía. Ramón Gallo buscaba ser diferente en un medio cultural que con frecuencia se embota en la rutina. De allí la tosquedad –el costado “brut” – de algunas de sus piezas, que compensa con otras menos sombrías –el costado “pop” –. En cada casa que habitó y/o construyó, dejó una marca: las firmó esculpiendo el relieve de un gallito (por su apellido); realizó bustos de personajes lugareños (el doctor Martiní) y queridos (su hija pequeña fallecida en un accidente); y en sus muchos encargos jardineros dio vida a una fauna llamativa y ensoñadora. Queda pendiente, pues, una recuento de sus trabajos y una merecida restauración de su imagen de artista.

Agradecemos el aporte de familiares entrevistados y las imágenes y datos proporcionados por Oldemar Chacón.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Si OLde, Ramon era un Capo en el Arte de la Cultura. Lastima que cuando hay una persona con estas caracteristicas, siempre existe algo que empaña su carrera. En este caso como tu dices en el relato x ahi arriba ( la bebida ).Pero bueno, la verdad que nos dejo hermosos recuerdos. Saludosss...