El Nuevo Uruguayo


Una publicidad televisiva local nos vende la imagen de un “nuevo uruguayo” que se ha librado de viejas pautas de comportamiento para consumir toda clase productos y hacerse eco de las más frívolas novedades. Es difícil afirmar hasta qué punto algunas de esas pautas tienen asidero en la realidad. Pero consuela pensar que hay otro tipo de nuevo uruguayo. Aquel que, por ejemplo, sin ignorar la sonada problemática de inseguridad de estos tiempos, se las ingenia con soluciones que poseen color y llevan una marca de “lo uruguayo”. 

¿Qué decir si no de este personaje que custodia una casa en las afueras de Solís de Mataojo (localidad del Departamento de Lavalleja)? Heredero del Uruguay pacífico, a la vez rural y burocrático, realiza su tarea de vigilante tomando mate. Es un sereno full-time, que a la noche enciende su gran ojo eléctrico –que le ocupa todo el rostro- para iluminar el frente del hogar. Como los tótem de las culturas amerindias del norte, como los vaivaisukko de Finlandia, la figura de madera aquí cumple además de algún rol secreto –tal vez propiciatorio de entidades superiores – una evidente, luminosa, función tutelar. La cómoda postura con la que “controla” su entorno es única, propia del más ingenioso arte popular.

Ramón Gallo (Concordia 1949 – Paysandú 1998)



Gozaba de cierto parecido fisonómico con Charles Bronson que supo explotar bien en sus galanteos. Le gustaba ir de traje y era, además, un buen imitador de Tita Merello. Hay quienes afirman que Ramón Gallo trabajó en un circo y que de allí aprendió sus “trucos” de “bichero”: amaestraba a los perros para tareas insólitas, pasaba por debajo de los caballos más mañosos y hasta cuentan que aparecía de vez en cuando por las calles del centro de Paysandú -la vista en alto, el tranco lerdo-, parado encima de su matungo. Lo cierto es que el hombre se ganaba la vida haciendo esculturas como “cisnes gigantes”, gansos, conejos, enanos de jardín, macetas de formas esféricas y cúbicas, llevando a cabo una intensa labor escultórica y decorativa, principalmente en la localidad de Quebracho y la ciudad de Paysandú.

Es de lamentar que la mayor parte de esta producción se haya perdido o se encuentre en estado de abandono. Los vestigios que perduran, como el kiosquito “El palo” (pequeña construcción en faux-bois), los bustos de Artigas dorados que donó a instituciones de la zona, y desperdigados restos de esculturas y decoraciones edilicias, dan cuenta de una buena dosis de humor y excentricidad. También evidencian una interioridad tenebrosa y quizás atormentada. “Solía llevar víboras en su bolsillo para asustar y sorprender a la gente. Les extraía el veneno. Decían que había estudiado magia, que tenía el ‘Libro Negro’, pero no, la gente le daba raiting”, comentó un familiar entrevistado. La serpiente es una presencia acuciante en su mayor escultura aún en pie (Junta Local de Quebracho): un pesado “tronco” porta-macetas al que se enrosca una “anaconda” de proporciones fantásticas. La forma tridente del árbol truncado abruptamente en sus principales ramas y el fuerte colorido de sus “habitantes” alados (pájaro carpintero, hornero, lechuza), le otorgan un aire inquietante, tenso. Elude con inteligencia la acostumbrada resolución simétrica axial de los árboles, que además suelen coronarse con una copa frondosa.

Las historias novelescas de Ramón, su posterior recaída en la bebida y el desenlace violento que conoció, no debieran eclipsar su aporte creativo: una obra que merece ser tenida en cuenta por su raigambre popular, por su colorido esquematismo y por la sincera búsqueda de un repertorio localista, que no excluye la extravagancia ni la picardía. Ramón Gallo buscaba ser diferente en un medio cultural que con frecuencia se embota en la rutina. De allí la tosquedad –el costado “brut” – de algunas de sus piezas, que compensa con otras menos sombrías –el costado “pop” –. En cada casa que habitó y/o construyó, dejó una marca: las firmó esculpiendo el relieve de un gallito (por su apellido); realizó bustos de personajes lugareños (el doctor Martiní) y queridos (su hija pequeña fallecida en un accidente); y en sus muchos encargos jardineros dio vida a una fauna llamativa y ensoñadora. Queda pendiente, pues, una recuento de sus trabajos y una merecida restauración de su imagen de artista.

Agradecemos el aporte de familiares entrevistados y las imágenes y datos proporcionados por Oldemar Chacón.


Recomendaciones


Sitios web: Alexandro García 

Integrante de la primera hora del proyecto “Otro Arte en Uruguay”,  Alexandro García (Montevideo, 1970) ha realizado una evolución artística notoria, tanto en el terreno creativo personal como en el reconocimiento social que está adquiriendo su trabajo. Queremos felicitarlo por su talentosa labor, que se afirma en Uruguay y en el extranjero, e invitar a conocer su renovado sitio web:

www.alexandrogarcia.com

Las fotos, cortesía del artista, corresponden a la exposición colectiva que realizara el pasado año en el Salón Carrusell del Museo Louvre. Anteriormente realizó una importante muestra individual en París.

http://www.christianberst.com/fr/34-exposition-alexandro-garcia


La experiencia del avistamiento de un OVNI (Objeto Volador No Identificado) significó un cambio profundo en la vida de Alexandro García y al poco tiempo comenzó a realizar dibujos de un intrincado y meticuloso grafismo. Sin formación plástica ni conocimientos de dibujo, realiza sus primeras creaciones empleando reglas, marcadores, bolígrafos y lápices sobre el primer soporte que se le ofrece (como el reverso de un almanaque), medios convencionales con los que construye vastas arquitecturas y visionarios paisajes de elaborado cromatismo. Caóticas y al mismo tiempo bien estructuradas, sus composiciones fueron concebidas con una gran carga emotiva y, en un primer momento, sin propósito descriptivo. Fue algún tiempo después que un grupo de personas relacionado a las experiencias místicas de los avistamientos, le sugirieron que estas obras reflejaban “los mensajes espirituales de la incipiente Era de Acuario” y le proporcionaron un repertorio simbólico- interpretativo para sus experiencias….(Otro Arte en Uruguay, Pablo Thiago Rocca, Montevideo, 2009)

 

Libros: Autobiografía de Jean Dubuffet (Le Havre 1901 – París 1985)

Todo es contradictorio y sorprendente en esta autobiografía del principal teórico del art brut. Para empezar el título, Biografía a paso de carga, ofrece la idea de una lectura pesada y trabajosa. Por el contrario, la pluma chispeante de Dubuffet va brincando de un suceso a otro, de una ciudad a otra,  para construir un relato ameno y fácil de seguir. Lo más contradictorio resulta precisamente el contenido de su narración. Dubuffet no se detiene en consideraciones teóricas (dedica sólo un par de párrafos al art brut y a la fabulosa colección que pergeñó), no brinda ninguna interioridad sustanciosa de su vida espiritual, sentimental o familiar. Resulta de un pensamiento práctico hasta la exasperación, y le otorga una importancia que cualquiera diría desmedida a las relaciones sociales, a los artistas que conoció, a sus vínculos como comerciante, a las casas y talleres que construyó… especialmente desmedida o sorprendente si consideramos los principios de su principal “invención conceptual”, con la que afirmaba comulgar: los artistas brut descreen y prescinden de ese mundo glamoroso y complicado del arte moderno. Nos da, eso sí, una idea cabal y muy veloz del desarrollo de su obra como artista. Los chispazos de su prosa salvan a la biografía y, aunque no encontremos gran precisión en fechas y datos de su vida personal, la síntesis de su pensamiento se vislumbra y justifica o torna recomendable su lectura.

 

Jean Dubuffet. Biografía a paso de carga. Traducción de Isabel Martín Lucas, Editorial Síntesis (colección El espítitu y la letra, directora Lourdes Cirlot, nº 25,), Madrid, 2004. 128 págs. Con una veintena de fotografías de Dubuffet y sus obras (en blanco y negro). En Montevideo se puede consultar un ejemplar en la Biblioteca de la Escuela Instituto Nacional de Bellas Artes.